
Esa noche, en la finca de nombre hermoso, El Salvador, la luna se asomó distinta, con otra luz y otra espesura, porque fue testigo de un reencuentro estremecedor. Ese 18 de diciembre de 1956 nació, en un pequeño cañaveral de Cuba, una profecía que aún lleva la nación en sus venas.
Después de haber vencido el feroz cerco enemigo desde Alegría de Pío; luego de haber desandado durante 13 días por montes, cañaverales y peñascos – no solo geográficos- Fidel y Raúl se abrazaron con el júbilo que sobrepasa el imán de la sangre.
“Me dio un abrazo y lo primero que hizo fue preguntarme cuántos fusiles tenía, de ahí la famosa frase: ´Cinco, más dos que tengo yo, siete. ¡Ahora sí ganamos la guerra!´”, nos contó el actual presidente del país a un grupo de periodistas, hace 20 años, para referirse al vaticinio impresionante de su hermano, cuando apenas se habían juntado ocho hombres.
Esos afortunados, en ejemplar ejercicio de músculos y mente, vencieron los aviones que vomitaban metralla; triunfaron ante el hambre y la sed que los atenazó desde el accidentado desembarco por Los Cayuelos; derrotaron, incluso, la angustia generada por la dispersión de la tropa en ¡28 grupos!, algo que originó el asesinato de varios de aquellos 82 soñadores valerosos.
“Era la Muralla China que nos encontramos en el camino, pero no los equis metros que tiene de altura sino desde una punta hasta la otra”, declaró Raúl, justamente en el lugar del acontecimiento, en el referido diálogo con los reporteros.
Esa imagen de la muralla dibuja de algún modo el esfuerzo descomunal de los fundadores del Ejército Rebelde. Por ejemplo, la “tropa” de Fidel, integrada por él, Faustino Pérez y Universo Sánchez, llegó a la primera casa amiga el 12 de diciembre por la tarde, después de haber desandado cañaverales extensos y de escapar azarosamente a un tiroteo de la aviación.
El Líder de la Revolución llegó a asegurarle al intelectual Ignacio Ramonet que un día después de Alegría de Pío vivió la jornada más dramática de su vida, cuando, vencido por el cansancio, no pudo aguantar el sueño y se quedó dormido durante tres horas bajo una montaña de paja de caña, mientras los aviones sobrevolaban la zona.
Y se calcula que él y los suyos caminaron unos 100 kilómetros desde el punto del desembarco hasta la finca de Mongo Pérez, en Cinco Palmas, donde llegaron el 16 de diciembre.
Allí Fidel esperaría a su hermano y a otros cuatro expedicionarios: Ciro Redondo, René Rodríguez, Efigenio Ameijeiras y Armando Rodríguez. Allí también vería, el 21 de diciembre, a Juan Almeida, Ernesto Che Guevara, Camilo Cienfuegos, Ramiro Valdés, Francisco González, Reynaldo Benítez y Rafael Chao, a quienes reprendió por haber llegado sin sus armas.
Todos ellos lograron salvarse por la telaraña de solidaridad tejida por campesinos humildes y cuya artífice principal fue Celia Sánchez Manduley. Todavía ahora, a la distancia de 60 años, son imborrables nombres como los de Crescencio, Mongo e Ignacio Pérez, Guillermo García, Hermes Cardero, Primitivo Pérez y Laurel Pérez, entre otros.
Allí, a casi 30 kilómetros de la cabecera municipal de Media Luna, las guásimas, las palmas, las cañas, la manigua… vieron al Líder imitar la actitud de Céspedes tras el revés de Yara; vieron a Fidel decir con los ojos convertidos en soles que sí se podía alcanzar el triunfo, una frase que marcó el destino de toda una nación.
