La mejor forma de querer

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Por Sara Sariol Sosa | 26 abril, 2017 |
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Cercano el 15 de mayo, Día Internacional de la Familia, instituido por la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre de 1993, la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) en Granma, piensa una vez en la pertinencia de que esa unidad básica de la sociedad priorice su atención y centre más la mirada en los hijos.

En un encuentro reciente con periodistas de varios órganos de prensa aquí, ese imperativo fue tema de discusión, si varias realidades apuntan a que, llevados por cierta modernidad, no pocos padres optan por un estilo de crianza permisivo, el cual ha contribuido a la pérdida de disciplina de algunos jóvenes.

¿Cómo es posible que muchachas y muchachos de corta edad desanden a entradas horas de las noches, sin que sus padres sepan qué sitios frecuentan y qué hacen en ese tiempo? ¿Cómo pueden desentenderse de un alza, es esas edades, en la ingestión de bebidas alcohólicas? Valgan estos dos ejemplos.

Si bien los tiempos han cambiado, y hay un desplazamiento en los modelos de crianza, si el autoritario, del cual aún hablan los abuelos, pasamos a uno más democrático, es indispensable ser conscientes de que el exceso en este último, puede tocar extremos peligrosos, cuyas negativas consecuencias recaerán lamentablemente sobre nuestros  hijos.

No se trata de recurrir a aquella dura verticalidad de los progenitores, a la obediencia sin criterios, lo cual, como han demostrado especialistas en estas materias, puede provocar actitudes rebeldes.

Pero la modernidad, no puede llevarnos a desestimar las reglas, a descuidarnos, a olvidarnos de normas, cuyo respeto se gana con mucha comunicación.

Hoy hay no solo en Granma, sino en toda Cuba una tendencia al incremento de familias permisivas, en las cuales se forman individuos con bajo nivel de responsabilidad. ¿Cómo enfrentarán el futuro esos jóvenes si no nos afanamos en inculcarles sólidos valores?

Los padres son los primeros agentes educativos que pueden motivar a sus hijos, ofreciéndoles no solo afecto, sino seguridad y ejemplo, para que ellos adquieren su propia identidad y el desarrollo de su personalidad, conforme al equilibrio y conveniencia social, y ese deber no puede descuidarse aun cuando hayan crecido.

La juventud, decía José Martí, es la edad del crecimiento y del desarrollo, de la actividad, y de la viveza, de la imaginación y el ímpetu, pero la familia está requerida de conducir lo más convenientemente posible ese crecimiento: Quien más quiere no es el eque más tolera lo  mal hecho, sino el que siempre está atento, corrige con amor y orienta.

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