
Abdiel Bermúdez viene de una familia en donde su padre era médico y su mamá maestra. Nunca pensó en ser periodista, sin embargo, lo suyo era escribir. “Era algo que me movía. Y no lo hacía mal, según mis profes de Español. Fui concursante de esa asignatura en el IPVCE y hasta gané copas nacionales”.
La vocación se impuso y actualmente es un periodista reconocido en Cuba. “Al inicio, todo es chocante: sales de la universidad y crees que puedes comerte el mundo, pero cuando vas a abrir la boca algo te hace poner los pies en la tierra y te dice que no todo lo que aprendiste en la academia es materializable”.
Abdiel cuenta que trabajar en Holguín le aportó muchas herramientas. También tuvo muy buenos maestros como Salvador Hechavarría, Marel González, Mayté Santiesteban; sus hermanos camarógrafos, Eddy y Oramas, y editores “que me enseñaron lo que s”é.
“Como parte de mi trayectoria, también realicé un documental llamado Los ángeles no tienen alas, que contaba las visiones de un grupo de deambulantes en Holguín. Este proyecto lo hice junto a Toti Carballosa, Oramas, Raúl Algarín y Víctor Leyva aprendí que la televisión era pura magia. Y quería quedarme allí contando historias. El documental me dio muchas alegrías, y con él comenzaron a sonreírme los premios”.
En un inicio, la prensa escrita era su pasión. Estuvo en el Centro Onelio y su primera casa fue el periódico Ahora. Siempre que podía, colaboraba con Juventud Rebelde, Cubadebate, La Calle del Medio y otros medios.
No se quedó ahí. Los programas Dimensión 1110 y Estamos tan cerca, donde se encargaba de la sección “Palabra joven”, le abrieron las puertas al mundo de la radio.
“Quizás uno de los pasos más difíciles que he dado fue venir a vivir y trabajar en la capital. Yo era muy independiente en Holguín y estaba en mi espacio natural. Conocía a las fuentes, el escenario y la gente. Sabía lo que quería, qué podía hacer, cómo hacerlo. Cuando llegué a La Habana todo cambió: tuve que aprender a editar en Premiere, hacerme de nuevas fuentes, conocer los espacios y direcciones, ganarme un lugar entre mis compañeros”, recuerda.
Una de sus experiencias más grandes a nivel profesional fue trabajar como corresponsal en Haití durante un año. A sus 29 años, llegó a un país donde se habla otro idioma y hay costumbres y cultura distintas, pero, sobre todo, con una realidad diferente y dura.
“Estaba al mando de un equipo de trabajo desconocido, que luego se transformó en familia, pero yo fui a comerme el mundo y a contar mi visión del pueblo más sufrido del continente. Después de Haití, nunca volví a ser el mismo. Eso me lo dice mi esposa también”.

Abdiel cuenta que todos los días, cuando sale con la cámara o trabaja a la 1 p.m. en la emisión del noticiero, se repiensa la profesión que escogió. “Me digo a mí mismo que no es suficiente. Que podemos hacerlo mejor. No solo yo, te hablo de la gente que hace periodismo en Cuba. Todos podemos hacerlo mejor”.
“Hay que ser consecuente con aquello en lo que crees como ser humano, no solo como periodista. En esta vida, eres congruente o terminas siendo una caricatura. Ética es no mentir ni aceptar una mentira como verdad.
“Una vez, años atrás, por inexperiencia mía y poder de otros, se publicó un material distinto al que yo concebí. Mutilado. Eso me entristeció mucho. Lo que se publicó no era el periodismo que defiendo. Pero igual fue una cura de caballo para mí. Ese día aprendí más que en cuatro semestres universitarios”.

El reportero confiesa que aún le queda mucho por aprender y no concibe el periodismo como una carrera para ganar dinero, sino para cambiar el mundo.
Y eso –afirma– lleva preparación y pasión ilimitadas, muchos golpes contra los muros de la censura y el poder, la probable ingratitud de la gente que pide del periodista la solución de sus problemas, aunque eso tal vez no está en sus manos.