El adiós de Lico Báez

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Por Osviel Castro Medel | 14 octubre, 2025 |
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IMAGEN/ Freepik

Jiguaní ha perdido a uno de sus gigantes. Alberto “Lico” Báez Pérez, figura monumental del voleibol cubano,  ha dicho adiós a los 86 años, este 13 de octubre, dejando así un vacío que solo puede llenarse con la inmensidad de su legado.

La casa número 141 de la calle Ángel de la Guardia, donde hasta hace poco latían historias hermosas de un hombre de voluntad inquebrantable, se ha quedado hoy en un silencio distinto.

Lico fue, junto a una generación gloriosa, de aquellos que  levantaron el voleibol en Cuba. Su nombre quedó inscrito en la historia grande desde 1962, cuando vistió la camiseta nacional para los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Kingston, Jamaica, y luego en los Juegos Mundiales Universitarios de Porto Alegre, Brasil. Era la época en que el voleibol era una pasión desbordada en Jiguaní, y él, uno de sus ídolos verdaderos.

«Yo lo he dado todo por el voleibol», solía decir. Y esa frase era el resumen exacto de su existencia. Tras su retiro como jugador de alto rendimiento, su entrega no se apagó; se convirtió en formador.

Por más de 50 años generaciones enteras pasaron por las canchas en las que él enseñaba y educaba. Bajo su tutela crecieron olímpicos como Carlos Dilaut y Juan Rosell Milanés, y virtuosos como Rafael Paneque y Carlos Hernández.

Este hombre era un monumento a la tenacidad. Hace apenas tres años, en una entrevista que hoy se lee como un testamento vital,  me dijo que padecía una anemia crónica que los médicos no lograban explicar.

Su sobrina-hija, Isabel, narraba entonces con asombro cómo “ha tenido la hemoglobina en cuatro sin sentirse nada”. Hubo un tiempo en que pasó meses sin caminar, pero su empeño, ese mismo ímpetu de rematador, lo hizo volver a ponerse de pie. “Dijo que iba a volver a andar y así lo hizo”, contaba ella.

Jugó hasta los 67 años en torneos nacionales para veteranos, en los que repetidamente fue el más longevo. Una trombosis venosa lo obligó a dejar el tabloncillo como “deportista activo”, pero no se alejó. Hasta hace muy poco, sus métodos estrictos de entrenamiento, heredados quizás de 1955 cuando integró su primer equipo, Los Invencibles, seguían influyendo en las canchas.

Lico siempre decía que “los veteranos no pueden olvidarse nunca”, y no le faltaba razón.  Hoy, el título de Hijo Ilustre de Jiguaní y la peña deportiva que lleva su nombre son huellas que permanecen en la memoria de muchos. Pero su mayor herencia es habernos enseñado que el ser humano puede sacar fuerzas desde los imposibles para mantenerse en la cancha –más amplia que la deportiva- y allí hacer y amar.

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