Aguilera, una vida superior

En ocasión de conmemorarse este 22 de febrero, el aniversario 147 de la muerte de Francisco Vicente Aguilera, La Demajagua retoma un artículo del periodista Osviel Castro Medel para significar la grandeza de su humanismo
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Por Osviel Castro Medel | 22 febrero, 2024 |
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FOTO | ISCarrillo

“Muchas veces (…) no tuvo ni un solo pan para comer, y cubanos y americanos le vieron a menudo, recorriendo a pie las calles de Nueva York, entre la nieve, con los zapatos rotos. Fue así un millonario que mendigaba por la libertad y la independencia”.

Así describía Manuel Sanguily  los últimos días de Francisco Vicente Aguilera y Tamayo, el bayamés nacido hace hoy 202 años, un hombre que demostró perfectamente que el dinero, aunque hace falta, no significa “el todo” de esta vida.

Esos momentos postreros del patricio dicen mucho de su historia, en la que la palabra “sacrificio” no fue cumplido. Es casi imposible permanecer indiferente ante los relatos vinculados al que era poseedor de miles de caballerías o de casi tres millones de pesos, y que terminó en la pobreza asombrosa y dura.

De él, como otros de su tiempo, fascinan el civismo y la decencia, dos atributos que tanto necesitamos ahora, para que lo inculto y lo grotesco no se esparzan por nuestras calles.

Una de sus grandes lecciones fue no haberse enredado en pugnas con Carlos Manuel de Céspedes, pues no fueron pocos los que intentaron llenarlo de intrigas para que reclamara el cargo de Jefe de la Revolución. En realidad, meses antes del levantamiento, Aguilera era el líder de la Junta Revolucionaria de Oriente y tal vez hubiese sido el cabecilla de la insurrección; sin embargo, consumado el grito de La Demajagua,  el 10 de octubre de 1868, entendió que era esencial comenzar a forjar la nación antes de reclamar jerarquías personales.

Su frase más célebre, que deberíamos exaltar siempre, surgió cuando le consultaron sobre la quema de Bayamo, la ciudad que él había intentado impulsar material y espiritualmente, y donde se encontraban algunas de sus propiedades: “Nada tengo mientras no tenga Patria”. De hecho, después del glorioso incendio del 12 de enero de 1869, su casa señorial quedó reducida a unas pocas paredes en ruinas, aunque no por eso se le quebró el ánimo.

Es una lástima que no existan muchas anécdotas sobre él en la manigua redentora, a la que se fue inicialmente con su esposa y casi todos sus hijos -tuvo 11-, pero las vivencias recopiladas lo dibujan con una sencillez absoluta, hablándoles a los ojos a sus subordinados, departiendo con los campesinos, alejándose de las palabras «amo» y «esclavo».

Durante años, he sostenido que a este cubano inmenso, que fue bachiller en Leyes y ocupó diversos cargos públicos antes del levantamiento, debemos conocerlo mejor. Es lamentable, por ejemplo, que no hayamos propagado sus cartas, en las cuales florecen la abnegación y la vergüenza, dos términos que a algunos se les han vuelto huecos. Y es una pena que su Diario no esté siquiera en los llamados espacios digitales para que nuevos y viejos conozcamos esas otras riquezas enlazadas con la virtud.

A Aguilera, quien llegó a ser secretario de guerra y vicepresidente de la República en Armas, que intentó volver a Cuba en varias expediciones armadas y murió en la penuria el 22 de febrero de 1877 -sin cumplir los 56 años-, debemos elevarlo por encima de las fechas.

Otras palabras de Sanguily ayudan a describir, de manera magistral, su obra: “No sé que haya una vida superior a la suya, ni hombre alguno que haya depositado en los cimientos de su país y en su nación, mayor suma de energía moral, más sustancia propia, más privaciones de su familia adorada, ni más afanes ni tormentos del alma”.

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