Alegría de Pío: Cuba decidida a triunfar

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Por Gislania Tamayo Cedeño | 5 diciembre, 2022 |
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Tres días después del desembarco del yate Granma por playa Las Coloradas, el 5 de diciembre de 1956, hace 66 años, los expedicionarios acamparon en un lugar conocido como Alegría de Pío, en el municipio de Niquero, para descansar después de la azarosa travesía desde tierras mexicanas a Cuba.

“Era un pequeño cayo de monte, ladeando un cañaveral por un costado y por otros abierto a unas abras, iniciándose más lejos el bosque cerrado. El lugar era mal elegido para campamento, pero hicimos un alto para pasar el día y reiniciar la marcha en la noche inmediata”.

Así evocó Ernesto Che Guevara lo acaecido el 5 de diciembre de 1956 cuando publica sus vivencias de la lucha revolucionaria en Cuba.

Fue ahí donde son sorprendidos por el ejército del gobierno de Fulgencio Batista, que había seguido sus huellas, por una delación de Laureano Noa Yang, hombre que los había guiado y conocía de su ubicación y rumbo.

Años después el Ché catalogó este suceso como un grave error, al dejar marchar a un hombre que conocía cada pedazo de esta tierra.

Pasado el mediodía, los rebeldes perciben un incremento del patrullaje aéreo por la zona, los aviones interrumpen el descanso. Después de las cuatro y media de la tarde se escuchó un disparo, comenzaba un verdadero infierno para las tropas revolucionarias. Seguidamente a sus espaldas cayó sin compasión un fuego intenso de plomos que sería para los expedicionarios su bautismo de fuego.

Un combate desigual se establece entre ambos bandos. Una tropa cansada, agotada, hambrienta no sostuvo el enfrentamiento y de forma desordenada iniciaron la retirada hacia el cañaveral aledaño, que fue incendiado por los soldados para obligarlos a salir. En medio de la confusión Fidel trató de reagrupar a los hombres, pero no lo logra; sin embargo, la mayoría de ellos lograron escapar diseminados en pequeños grupos. En el campo de caña de Alegría de Pío quedaron tres muertos: Humberto Lamothe, Oscar Rodríguez y Carlos Cabrera, así como un herido grave.

El 8 de diciembre de 1956 es recordado en la Historia como “el sábado negro”: diecisiete expedicionarios fueron asesinados ese día.

Los revolucionarios tuvieron 21 bajas, entre los muertos en combate y los prisioneros que fueron ejecutados luego. Los heridos fueron numerosos, entre los cuales se encontraba Ernesto (Che) Guevara.

El Che en Pasajes de la Guerra Revolucionaria relata: “Recuerdo perfectamente a Faustino Pérez de rodillas en la guardarraya, disparando su pistola ametralladora. Cerca de mí un compañero llamado Arbentosa, caminaba hacia el cañaveral. Una ráfaga que no se distinguió de las demás, nos alcanzó a los dos. Sentí un fuerte golpe en el pecho y una herida en el cuello; me di a mí mismo por muerto. Arbentosa, vomitando sangre por la nariz, la boca y la enorme herida de bala cuarenta y cinco, gritó algo así como “me mataron” y empezó a disparar alocadamente pues no se veía a nadie en aquel momento. Le dije a Faustino, desde el suelo, “me fastidiaron” (pero más fuerte la palabra). Faustino me echó una mirada en medio de su tarea y me dijo que no era nada, pero en sus ojos se leía la condena que significaba mi herida.

“Se formó un grupo que dirigía Almeida y en el que estábamos además el hoy comandante Ramiro Valdés, en aquella época teniente, y los compañeros Chao y Benítez; con Almeida a la cabeza, cruzamos la última guardarraya del cañaveral para alcanzar un monte salvador. En ese momento se oían los primeros gritos: “fuego”, en el cañaveral y se levantaban columnas de humo y fuego; aunque esto no lo puedo asegurar, porque pensaba más en la amargura de la derrota y en la inminencia de mi muerte, que en los acontecimientos de la lucha.

“Caminamos hasta que la noche nos impidió avanzar y resolvimos dormir todos juntos, amontonados, atacados por los mosquitos, atenazados por la sed y el hambre. Así fue nuestro bautismo de fuego, el día 5 de diciembre de 1956, en las cercanías de Niquero  (…) así se inició la forja de lo que sería el Ejército Rebelde.

Sin embargo, la solidaridad de los grupos organizados por el Movimiento 26 de Julio, con Frank País García y Celia Sánchez Manduley como figuras claves de la clandestinidad, unidos a Crescencio Pérez y Guillermo García lograron salvar y unir a los revolucionarios y conducirlos a la Sierra Maestra para continuar la lucha.

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