“Era un pequeño cayo de monte, ladeando un cañaveral por un costado y por otros abierto a unas abras, iniciándose más lejos el bosque cerrado. El lugar era mal elegido para campamento, pero hicimos un alto para pasar el día y reiniciar la marcha en la noche inmediata”.
Así evocó Ernesto Che Guevara lo acaecido el 5 de diciembre de 1956 cuando publica sus vivencias de la lucha revolucionaria en Cuba.
Aquí acamparon los expedicionarios del yate Granma, en este sitio conocido como Alegría de Pío, en el municipio de Niquero, para descansar después de la arriesgada travesía desde tierras mexicanas hasta llegar a Cuba.
Una denuncia hecha por Laureano Noa Yang, hombre que los había guiado y conocía de su ubicación y rumbo, hace que el ejército de Fulgencio Batista los sorprendiera. Grave error como dijera el Ché al dejar marchar a un hombre que no conocían. Tiempo después este hombre pagó su falta, al ser ajusticiado por el Ejército Rebelde.
Pasado el mediodía, los rebeldes perciben un incremento del patrullaje aéreo por la zona, los aviones interrumpen el descanso. Después de las cuatro y media de la tarde se escuchó un disparo, comenzaba un verdadero infierno para las tropas revolucionarias. Seguidamente a sus espaldas cayó sin compasión un fuego intenso de plomos que sería para los expedicionarios su bautismo de fuego.
Un combate desigual se establece entre ambos bandos. Una tropa cansada, agotada, hambrienta no sostuvo el enfrentamiento y de forma desordenada iniciaron la retirada hacia el cañaveral aledaño, que fue incendiado por los soldados para obligarlos a salir. En medio de la confusión Fidel trató de reagrupar a los hombres, pero no lo logra, sin embargo la mayoría de ellos consiguieron escapar disgregados en pequeños grupos. En el campo de caña de Alegría de Pío quedaron tres muertos: Humberto Lamothe, Oscar Rodríguez y Carlos Cabrera, así como un herido grave.
Los días después de lo vivido en Alegría de Pío fueron catastróficos para los revolucionarios. El día 7 de diciembre, fueron asesinados en el lugar conocido como Pozo Empalado, los expedicionarios René Bedia Morales y Eduardo Reyes Canto, mientras que ese mismo día, en Boca del Toro, perdieron la vida Miguel Cabañas Perojo, Noelio Capote Figueroa, Cándido González Morales, Antonio López Fernández, René O. Reiné García, Tomás David Royo Valdés, José R. Smith Comas y Raúl Suárez Martínez. También fue víctima ese día Miguel Saavedra Pérez, en el propio Alegría de Pío.
En la localidad de Macagual, el día 8 fueron masacrados: José R. Martínez Álvarez y Armando Mestre Martínez. Ese mismo día, fueron víctimas Félix Elmuza Agaisse, Santiago Liberato Hirzel González y Andrés Luján Vázquez. También su compañero Luis Arcos Bergnes.
El último expedicionario asesinado en los días posteriores al desembarco fue Juan Manuel Márquez Rodríguez, segundo al mando del Granma, fue apresado y masacrado en el lugar conocido como La Norma, en las cercanías del poblado de San Ramón.
Los revolucionarios tuvieron 21 bajas, entre los muertos en combate y los prisioneros que fueron ejecutados luego. Los heridos fueron numerosos, entre los cuales se encontraba Ernesto (el Che) Guevara.
El Che en Pasajes de la Guerra Revolucionaria relata…Recuerdo perfectamente a Faustino Pérez de rodillas en la guardarraya, disparando su pistola ametralladora. Cerca de mí un compañero llamado Arbentosa, caminaba hacia el cañaveral. Una ráfaga que no se distinguió de las demás, nos alcanzó a los dos. Sentí un fuerte golpe en el pecho y una herida en el cuello; me di a mí mismo por muerto. Arbentosa, vomitando sangre por la nariz, la boca y la enorme herida de bala cuarenta y cinco, gritó algo así como “me mataron” y empezó a disparar alocadamente pues no se veía a nadie en aquel momento. Le dije a Faustino, desde el suelo, “me fastidiaron” (pero más fuerte la palabra). Faustino me echo una mirada en medio de su tarea y me dijo que no era nada, pero en sus ojos se leía la condena que significaba mi herida.
Se formó un grupo que dirigía Almeida y en el que estábamos además el hoy comandante Ramiro Valdés, en aquella época teniente, y los compañeros Chao y Benítez; con Almeida a la cabeza, cruzamos la última guardarraya del cañaveral para alcanzar un monte salvador. En ese momento se oían los primeros gritos: “fuego”, en el cañaveral y se levantaban columnas de humo y fuego; aunque esto no lo puedo asegurar, porque pensaba más en la amargura de la derrota y en la inminencia de mi muerte, que en los acontecimientos de la lucha.
Caminamos hasta que la noche nos impidió avanzar y resolvimos dormir todos juntos, amontonados, atacados por los mosquitos, atenazados por la sed y el hambre. Así fue nuestro bautismo de fuego, el día 5 de diciembre de 1956, en las cercanías de Niquero…) así se inició la forja de lo que sería el Ejército Rebelde.
Sin embargo la solidaridad de los grupos organizados por el Movimiento 26 de Julio, con Frank País García y Celia Sánchez Manduley como figuras claves de la clandestinidad, unidos a Crescencio Pérez y Guillermo García lograron salvar y unir a los revolucionarios y conducirlos a la Sierra Maestra para continuar la lucha.
El 18 de diciembre de 1956, en Cinco Palmas, Purial de Vicana, volvieron a reunirse Fidel y Raúl, fue ahí donde el jefe de la Revolución pronunció las proféticas palabras de que ¡Ahora sí ganamos la guerra!