
Francisco apuntó que ‘la desconfianza recíproca entre los individuos y entre los pueblos se alimenta de una búsqueda desmesurada de los propios intereses y de una competencia exasperada, no exenta de violencia’.
La distancia entre la obsesión por el propio bienestar y la felicidad compartida de la humanidad -indicó- se amplía hasta tal punto que da la impresión de que se está produciendo un verdadero cisma entre el individuo y la comunidad humana.
Al recordar lo expresado en su encíclica ‘Laudato sí’ sobre el estado de emergencia en el cual se encuentra la relación de las personas con la tierra y los pueblos, el Papa dijo que ‘es una alarma causada por la falta de atención a la gran y decisiva cuestión de la unidad de la familia humana y su futuro’.
Precisó además que la erosión de esta sensibilidad, por parte de las potencias mundanas de la división y la guerra, está creciendo globalmente a una velocidad muy superior a la de la producción de bienes.
‘Es una verdadera y propia cultura ‒es más, sería mejor decir anti-cultura‒ de indiferencia hacia la comunidad: hostil a los hombres y mujeres, y aliada con la prepotencia del dinero’, puntualizó.
Francisco llamó la atención sobre la paradoja entre la existencia de recursos económicos y tecnológicos suficientes para cuidar ‘de la casa común y de la familia humana, honrando así a Dios que nos los ha confiado’, los cuales provocan, al mismo tiempo, las divisiones más agresivas y peores pesadillas.
En tal sentido manifestó que ‘los pueblos sienten aguda y dolorosamente, aunque a menudo confusamente, la degradación espiritual ‒podríamos decir el nihilismo‒ que subordina la vida a un mundo y a una sociedad sometidos a esta paradoja’.
El sistema económico y la ideología del consumo -subrayó- seleccionan nuestras necesidades y manipulan nuestros sueños, sin tener en cuenta la belleza de la vida compartida y la habitabilidad de la casa común.