
Bartolomé Masó – En un aula, un profesor comparte el conocimiento con sus alumnos, mientras que en un hogar masoense, ese mismo hombre realiza una labor aún más profunda: acompaña, alimenta y reconforta a su madre, cuyo mundo se desdibuja lentamente tras el velo de la demencia senil.
Esta es la dualidad que define la cotidianidad del Doctor en Ciencias Pedagógicas, Yurich Antúnez Oliva, un hombre que ha intercambiado, sin dudarlo, la dirección del Centro Universitario Municipal Bartolomé Masó Márquez por la dirección del cuidado amoroso del ser que le dio la vida.
La historia del Dr. Antúnez no es un caso aislado. Es el reflejo de miles de cubanos y cubanas que, en el silencio de sus hogares, libran una batalla frontal como cuidadores de personas de la tercera edad o con discapacidad. Una historia de amor filial, de sacrificio invisible y de una resiliencia que se fortalece cada día.
EL REPLANTEO DE UNA VIDA
Yurich se desempeñaba como Director del CUM Masó, con una carrera dedicada a la educación y logros académicos muy notables. Sin embargo, la vida le presentó un examen para el que ningún título podía prepararlo del todo. El avance de la demencia senil en su madre, Irma, demandaba una atención constante, especializada y, sobre todo, emocional que solo un hijo comprometido podía brindar.
“Fue una decisión difícil, pero no hubo otra opción, la institución y mis compañeros comprendieron que mi prioridad era ella. Pedí la liberación del cargo para poder estar a tiempo completo con ella. No se trata solo de cumplir una tarea; se trata de acompañar, de que se sienta segura”, relata Yurich, con una serenidad que esconde la profundidad de su sacrificio.
Su rutina es ahora su “nueva normalidad”. Su madre ya no reconoce a nadie más, y a veces ni siquiera a él mismo.
“Esa es la parte más dura –confiesa–, ver cómo poco a poco se borra la identidad de la mujer que te crió, que te enseñó todo. Provoca una tristeza profunda, pero no puedes dejarte vencer. El amor que sientes es más fuerte que la enfermedad”.
LOS RETOS DEL CUIDADOR
En una pausa de su agotadora jornada, el Dr. Antúnez compartió su experiencia como cuidador, destacando los matices de una labor que exige entrega total.
“Sin lugar a dudas, la pérdida del reconocimiento, cuando ella me mira y no sabe quién soy, es como un pequeño duelo que vivo a diario, pero aprendes a encontrar consuelo en pequeños gestos: una mirada momentáneamente lúcida, el apretón de su mano cuando le ayudo al caminar, son victorias pequeñas que alimentan el alma”.
A pesar de todo Yurich logra compaginar esta responsabilidad con sus labores docentes, no solo por la vocación que le ata, sino también por el impacto económico que ellas representan.
“No he abandonado las aulas del todo, he reducido mi carga, pero sigo impartiendo clases y cumpliendo otras tareas dentro del CUM. Llevo a mi mamá conmigo cuando es necesario y mis compañeros me ayudan siempre que pueden, su comprensión ha sido mi red de apoyo. Ellos me fortalecen el ánimo al tiempo que me demuestran que el cuidado también es una responsabilidad colectiva”.
Recientemente en Cuba se aprobó el nuevo Código de las Familias, un documento que visibiliza y protege a las personas, un texto que va más allá de la letra fría, pues humaniza y dota de derechos a realidades como las del profe Yurich.
“El Código valida nuestra lucha y nos recuerda que no estamos solos, que la sociedad y la ley reconocen el valor de esta entrega. Es un marco jurídico que, ojalá, se traduzca en más apoyo concreto para tantas familias que pasan por esto”.
EL AMOR COMO LEGADO
La historia de Yurich Antúnez tiene una dualidad: es profundamente triste, por la crueldad de la enfermedad y los sacrificios que implica, pero al mismo tiempo es enormemente hermosa, por el legado de amor incondicional y lealtad que esa madre ha inspirado.
Es también un llamado a la conciencia social sobre la invaluable labor de los cuidadores familiares, quienes, con paciencia infinita, preservan la dignidad de sus seres queridos cuando estos más los necesitan.
Esa mezcla de emociones es justamente lo que hace que estas historias sean tan poderosas y necesarias de contar, más en una Cuba que envejece y apuesta por fortalecer sus valores familiares. De ahí que reconocer, apoyar y visibilizar a estos héroes cotidianos no es solo un verdadero acto de justicia, sino un imperativo de la ética más pura y del más sensato amor humano.