Ella se enamoró desde los primeros encuentros que tuvo con él. Está convencida de que lo necesita todo el tiempo y aunque intentó alguna que otra vez abandonarlo no consiguió más que entregarse completamente a su delirio: el campo, eso que muchos catalogan como su gran obsesión.
La granmense Misleydis Cedeño Guerrero tenía apenas 18 años cuando decidió dejar los estudios de tecnología en Rayos X, solicitar un crédito de 22 mil pesos al banco para comenzar una nueva vida como productora de arroz en la cooperativa de créditos y servicios Francisco Pi Figueredo.
“Los miedos por el cambio no llegaron a pesar de que fui la primera mujer en el territorio que pedía tierra en usufructo. En la casa, mi mamá me apoyó mucho. Solo dijo ´tú tienes capacidad para eso, sabes lo que haces´”.
A partir de aquel momento, su delgada figura experimentó el arduo trabajo en la tierra que desde la infancia “fue un anhelo y hoy es un sueño hecho realidad”.
Camisa de mangas largas y pantalón para protegerse del sol bastaron, junto al entusiasmo, para emprender el reto, comenta.
“Iniciaron los viajes -en bicicleta la mayor parte de las veces- desde Jobocí, en Yara, donde vivo, a El Descargadero, localidad cercana al aeropuerto de Manzanillo, y donde está el cultivo. Tuve que sacar el marabú y el algarrobo chino que cubrían las 6.71 hectáreas. Hubo que dar bastante hacha…”, recuerda.
En medio del sacrificio, está la responsabilidad de ser esposa y madre de dos niños,lo que asume, también, con todo el placer del alma.
“Me levanto cerca de las 4:30 am., preparo el desayuno, le doy comida a los animales del patio -unas gallinitas y patos que tengo-, y me alisto para ir al campo. En muchas ocasiones lavo en las noches para adelantar”.
Hace una pausa. Sonríe y dice “mis niños y la tierra son mi gran orgullo”. Inclina por unos segundos la mirada hacia el suelo, y vuelve al diálogo con voz pausada y acento campestre.
“Transcurrieron varios meses para ver el fruto de la primera cosecha, pero fue algo inmenso. Logré más de 300 quintales de arroz y 121 mil pesos. Compré mi casa, algunos artículos para esta y otros personales”, expresa con marcado entusiasmo en su rostro.
“No pasó un día sin que yo no diera una vuelta. El cultivo es como un niño, de mucho cuidado”, precisa que eso lo aprendió del abuelo, a quien desde pequeña ayudaba, lo mismo a enyuntar un dique que a sembrar.
Las manos un poco áspera y de uñas con un corte rente a la carne explican que los años han transcurrido. Desde entonces esa rutina ocupa la vida de esta campesina yarense. “Recojo entre 850 y mil toneladas de arroz que van directo a la industria como alimento para el pueblo”.
No obstante, también encuentra tiempo para disfrutar de la música romántica, y hacer una buena comida criolla que tanto le gusta como el verde color de la campiña.
Por su destacada labor Misleydis ha recibido importantes reconocimientos, el más reciente fue la medalla José Antonio Echeverría, condecoración que otorga la Unión de Jóvenes Comunistas.