El Movimiento que tenía un carácter secreto y selectivo se fue organizando. Fidel Castro sería su jefe máximo, con Abel Santamaría, como su segundo. Existía, además, un Comité Civil y otro Militar, donde cada cual conocía solo aquello que su cargo le permitía saber.
Con enormes sacrificios, fueron consiguiendo las armas y los uniformes militares que utilizarían en la venidera acción armada. Fernando Chenard Piña, vendió su estudio fotográfico; Elpidio Sosa, entregó su empleo y se apareció un día con 300 pesos para la causa; y Pedro Marrero, obrero de la cervecería La Tropical, empeñó su sueldo de varios meses y fue preciso prohibirle que se deshiciera también de los muebles de su casa.
Con lo recaudado se compraron los uniformes y 165 armas, principalmente fusiles calibre 22 y escopetas de caza. La acción estaba llamada a desencadenar la respuesta del pueblo en contra del ejército de Batista.
A los hombres y mujeres que ingresaban al movimiento se les exigía honestidad y no podían tener colaboración alguna con el pasado, además debían guardar los secretos.
La disciplina era estricta y cuando se violaban las reglas eran fuertemente castigados y sancionados
Ya en julio de 1953, el Movimiento contaba con al menos mil quinientos hombres adiestrados y agrupados en unas ciento cincuenta células. El lugar, el día y la hora se acercaban. Solo unos pocos sabían con precisión que el destino final sería atacar el cuartel Moncada, el segundo bastión militar de la tiranía, y que de nuevo, como en el 68 y el 95, las llamas de la insurrección se iniciarían por Oriente, por Santiago de Cuba, la cuna de la Revolución.
Sería el domingo 26 de julio de 1953. La hora cero había llegado.
Por aquellos tiempos Fidel sentenciaba: “Hace falta echar a andar un motor pequeño que ayude a arrancar el motor grande.”