José, un estudiante de preuniversitario que se prepara para las pruebas de ingreso a la Universidad, conversaba con sus amigos acerca de su aspiración laboral. Tiene un problema, quiere ser artista de la plástica, por su gran destreza en la pintura, pero su padre le dice que cambie su perspectiva, pues del arte nadie vive.
Al escuchar a José contar su historia, recuerdo un fragmento del libro El Principito, de Antoine de Saint- Exúpery: “Las personas mayores me aconsejaron dejar a un lado los dibujos de serpientes boas, abiertas o cerradas, e interesarme más por la geografía, la historia, el cálculo y la gramática”.
Un texto fantástico, pero lo más llamativo de la conversación es que él no era el único joven en esta situación, sus amigos también estaban en el mismo dilema.
En ciertas ocasiones, los padres piensan que sus hijos no pueden tomar decisiones sobre su futuro y proyectos profesionales, y exigen alguna carrera sin más pretexto que “bienestar económico”.
Hoy se estila guiarse por caminos sin tener ninguna aptitud. Si usted es bueno en las letras y le gusta, no estudie otra materia porque algunos de sus familiares lo solicita; si se considera fan de las ciencias, le apasiona jugar con álgebras y resolver problemas, explote su dote, luche por ello.
El Principito nos deja enseñanzas profundas, al igual José, un muchacho resuelto que escogió fantasear con los pinceles y bailar entre colores, porque, parafraseando a Antoine, su flor estaba allí en algún lugar, solo tenía que encontrarla.
Mi madre siempre me comenta que necesitamos estudiar una carrera, ser hombres de bien, no importa la que sea, pero si tenemos una aspiración y podemos defenderla, hagámoslo, no la dejemos en un simple sueño, despierta y vívela.