El asunto viene de atrás

Share Button
Por Luis Carlos Frómeta Agüero | 8 septiembre, 2025 |
0

Las burlas y los chistes eran la sal cotidiana en la antigua Roma, una costumbre que, curiosamente, tiene su reflejo en el carácter alegre y pícaro de los cubanos. Incluso en momentos solemnes, como los desfiles triunfales en los que los generales victoriosos pasaban por las calles, los soldados reservaban espacio para las pullas, esas bromas punzantes que tejían complicidades y tensiones a la vez.

Cuentan que un gladiador, tras prolongado combate, se acercó a un vidente charlatán para preguntar por su familia:

-Todos están bien -fue la respuesta- incluido tu padre.

-Imposible -se defendió el otro. -Mi padre murió hace 10 años.

-¡Ay, Perturbio! -dijo el adivino. -Se nota que no conoces a tu verdadero padre. Por cierto, el esclavo que me vendiste antes de partir a la cruzada murió.

-Por todos los dioses del universo, no puede ser -respondió el gladiador. -Mientras estuvo conmigo jamás hizo tal atrocidad.

Así, la ironía y el humor eran agudas armas con las que los romanos pulían sus días. No escapaban a este juego ni siquiera los nombres. A cada personalidad se le sumaba un apodo que resaltaba sus defectos con intención burlesca y permanente. El gran poeta

Publio Ovidio Nasón se volvió para muchos Narigudo o Narizotas, mientras que Marco Tulio Cicerón, maestro de la retórica y la prosa, era jocosamente apodado como Cícero Garbanzo, por la verruga en su nariz.

Ni los emperadores escapaban al humor popular. En la mitología griega, la historia de Ulises y la guerra de Troya están salpicadas de astucia y burlas. Paris, príncipe troyano, secuestró a Helena, esposa de Menelao, rey de Esparta, desatando la emblemática guerra.

Ulises, el astuto rey de Ítaca, intentó evitar el conflicto bélico fingiendo locura. Tomó un arado, tirado por un buey, y labró surcos para sembrar sal en lugar de semillas, aparentando demencia. Pero Palamedes, héroe aqueo célebre por su inteligencia, desbarató el engaño colocando al hijo de Ulises, Telémaco, frente al arado, y con voz firme le dijo:

-Deja de fingir y únete a los conjurados.

Se dice que la bronca fue monumental. Ulises prometió su presencia en la guerra, pero el rencor entre él y Palamedes quedó sellado para siempre. En venganza, Ulises supuestamente falsificó una carta en la que el rey troyano, Príamo, instaba a Palamedes a traicionar a los griegos a cambio de oro.

Las versiones se dividieron a partir de ahí: algunos aseguran que Diomedes, el guerrero predilecto de Atenea, ahogó a Palamedes mientras pescaba tilapias en un estanque cercano. Otros sostienen que, tras meses sin agua, Palamedes cavó un pozo y cuando descendió más de tres metros, sus enemigos llenaron el hoyo con tierra, sepultándolo vivo.

Pero esa es pura leyenda. Los más incrédulos cuentan que Palamedes murió a golpes cuando fue sorprendido por los troyanos vendiendo a un pregonero el oro de la traición, al escuchar el anuncio:

-Compro cualquier pedacito de oro y lo pago bien: anillos, aretes sin pareja, enchapes… ¡Y lo pago bien!

El pobre héroe acabó agonizando en su lecho, en tanto su esposa lloraba desconsolada, sin apartar la vista del guerrero Leovigildo, el otro culpable de la tragedia. Así, entre apodos, burlas y mortales traiciones, el humor fue, en la antigüedad, tan implacable como la guerra misma.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *