Este 10 de noviembre debería de ser un día imborrable para la historia de Manzanillo y de Granma. En esta fecha del año 1873 una temeraria tropa del Ejército Libertador, en la que militaba el entonces coronel Antonio Maceo Grajales, atacó la fortificada Ciudad del Golfo y escribió una encomiable página guerrera.
El asalto, dirigido por Calixto García, Jefe del Departamento Oriental, tuvo como antesala el valioso informe enviado por la Junta Revolucionaria clandestina en Manzanillo, la que elaboró un proyecto para tomar población costera, tal como apunta el acucioso investigador granmense Aldo Daniel Naranjo Tamayo.
En principio, el general holguinero pensaba aprovechar la concentración de las fuerzas en Bijagual de Jiguaní para atacar Santiago de Cuba, pero después de recibir dicha información varió su plan completamente.
Entre los mil 500 hombres que marcharon hacia la zona del Guacanayabo se encontraban el general Manuel de Jesús Calvar (quien llegó a ser presidente de la República en Armas) y el teniente coronel de casi ¡60 años! Silverio del Prado. El 9 de noviembre, en El Purial, la tropa quedó dividida en seis columnas. La cuarta, con unos 240 soldados al mando del Titán de Bronce, “debía llegar hasta la Plaza de Armas, centro de la ciudad, y apoderarse de la cárcel y el cuartel de infantería que la defendía”.
Esta misión, como explica Naranjo Tamayo, era la más difícil de todas. Maceo, para cumplir su cometido pidió que le permitieran seleccionar “a la gente que había de acompañarle pues lo delicado de aquella operación exigía gente toda escogida, los oficiales, que él designaba recibían con orgullo tal distinción, y más de uno en ese instante se despidió de sus amigos convencido de que encontraría su tumba en Manzanillo”.
Ciertamente el ataque a la ciudad era algo arriesgadísimo. Manzanillo estaba guarnecida por los fuertes Gerona y Zaragoza, nueve torreones, trincheras, zanjas y alambradas. Sus fuerzas sumaban más de mil hombres y “en la bahía estaban anclados el crucero Conde de Venadito y los cañoneros Ericson y Ardid”, como explica la enciclopedia cubana Ecured.
El asalto
El 10 de noviembre a las 11 de la mañana, los insurrectos se encaminaron hacía su objetivo. A las dos horas de recorrido, en la sabana de Carahatas, la columna de la vanguardia, al mando de Leonardo Mármol, tuvo un encontronazo con una guerrilla española. Algunos integrantes de esta fuerza hispana lograron escapar y así avisaron a los jefes militares de Manzanillo.
Al respecto Calixto García expuso en Diario de Campaña: “A pesar de que comprendí que el enemigo recibiría aviso de la proximición(sic) de mis fuerzas no consideré conveniente desistir del ataque, por lo que ordené forzar la marcha, y a las doce de la noche estaba frente a la ciudad. El toque de cornetas, los repiques de campanas (…) y la iluminación de la ciudad me hicieron conocer que los españoles estaban perfectamente preparados para la defensa”.
Así, bien entrada la noche, los patriotas asaltaron la ciudad en cuatro direcciones. El combate pronto ganó en intensidad. Maceo y sus hombres, desafiando el torrencial fuego enemigo, se abalanzaron sobre los torreones, los que ocuparon a la media hora de la batalla. El Titán de Bronce “que con su esfuerzo personal echó la gente calle abajo, desde la estacada exterior hasta el centro de la ciudad”, como apuntó José Miró Argenter en su libro Crónicas de la guerra.
Más de la mitad de la ciudad se vio envuelta en llamas; unos 30 establecimientos españoles comenzaron a arder. El enfrentamiento se convirtió en una verdadera hecatombe.
El teniente coronel Francisco Estrada, uno de los subordinados de Maceo relató que no se pudo tomar el cuartel de infantería “porque había mucha tropa y nos destrozaban la gente. Ocupamos la Plaza de Armas”. En tanto Calixto García y Modesto Díaz llegaron hasta la plaza del mercado.
En otra parte de su narración el propio Estrada agregó: “En mi vida he visto tanta confusión. ¡Cómo corrían las familias en distintas direcciones! Las pobres, yo creo que han perecido muchas pues los bárbaros españoles no le (sic) guardaban ninguna clase de consideración y por encima de ellas hacían fuego. Hicieron mucho uso de la artillería”.
Después de varias horas de durísima batalla y ante la imposibilidad de tomar las principales posiciones militares españolas, Calixto García ordenó abandonar la ciudad. Correspondió al general Maceo cubrir la retirada.
Al respecto escribió José Miró Argenter en su libro Crónicas de la guerra: “Y la salvó del desastre total cuando hubo de desandar la misma vía desde la Plaza de Armas hasta las afueras”.
De este modo, ya casi al amanecer, los insurrectos se retiraron de Manzanillo, con casi 80 bajas entre muertos y heridos. Los españoles sufrirían casi 200, según Ecured. Fue el general de brigada Antonio Maceo quien más sobresalió en las acciones. Él y sus hombres –entre los que se encontraba José Maceo, Guillermo Moncada y Francisco Leyte- dieron lecciones de coraje.
Aunque la acción no significó una victoria total, demostró que el Ejército Libertador, aun con menores fuerzas y efectivos, era capaz de entrar a las ciudades a combatir al enemigo colonialista. El ejemplo de esa hazaña se quedaría impregnado para siempre en nuestra historia.