
Dicen que fue un varón hermoso, nacido después de un gran aguacero nocturno. Cuentan, también, que la llegada de aquel niño generó una inmensa alegría en la casa número 4 de la calle Burruchaga.
Lo cierto es que Francisca de Borja y Jesús María, los padres de la criatura, no serían los únicos que, al paso del tiempo, celebrarían aquel alumbramiento. Un país entero reverenciaría ese bendito parto, ocurrido en Bayamo, el 18 de abril de 1819.
Ahora, 206 años después, se entiende mucho mejor porque surge la reverencia. Ese varón que llamaron Carlos Manuel Perfecto del Carmen, sería capaz, en su madurez, de renunciar al bastón de carey y a los lujos señoriales para lanzarse a los montes más tupidos, buscando sueños independentistas y una nación de iguales.
Es verdad que no hizo a su honor a su tercer nombre, pero a fin de cuentas todos tienen luces y sombras, incluso los que, como él, fueron capaces de sacudir un país y entrar gloriosamente a la historia.
Fue un rebelde desde la adolescencia, un voraz lector, galán que robó miradas y corazones, poeta de los buenos, autor de canciones, protagonista en el teatro, ajedrecista de los mejores, espadachín que provocaba asombros.
Abogado de título, hombre en toda su dimensión, Carlos Manuel de Céspedes, se enamoró de Cuba y jamás la soltó de su corazón, incluso ni cuando lo depusieron de su cargo de Presidente de la República en Armas, ni cuando lo dejaron solo entre montañas, un olvido lamentable, que todavía duele.
La ruta de su vida, de Bayamo a San Lorenzo, donde cayó en el más grises de los febreros, demuestra que resultó un ser humano excepcional, un verdadero líder, un Padre Patriota que no cabe en estas o en otras líneas.