Fue Carlos Manuel de Céspedes el primer cubano que se levantó contra el poder colonial español al crear un movimiento revolucionario para la lucha por la independencia.
Su presencia se impone allí, en el ingenio Demajagua situado a poca distancia de Manzanillo en el Oriente cubano, iza su bandera y da lectura al Manifiesto de Independencia que inicia aquel 10 de octubre de 1868 la llamada Guerra de los Diez Años.
En aquel Manifiesto proclama: “Ciudadanos: hasta este momento habéis sido esclavos míos. Desde ahora sois tan libres como yo. Cuba necesita de todos sus hijos para conquistar su libertad e independencia: los que me quieran seguir que me sigan: los que se quieran quedar que se queden, todos serán tan libres como los demás.”
Céspedes es el hombre idóneo para encabezar aquella guerra que en las horas decisivas recibió el respaldo de hacendados, medianos y pequeños propietarios de tierras, trabajadores urbanos y rurales y esclavos liberados o en rebelión.
En Yara fue su primer revés, y ante uno de sus partidarios que se quejaba de tan infortunada suerte porque todo se había perdido, Céspedes se alzó sobre los estribos de su corcel y contestó:
“¡Aún quedamos doce hombres. Bastan para hacer la independencia de Cuba!”
No en balde en su Manifiesto del Diez de Octubre, el Padre de la Patria afirma: “No nos extravían rencores ni nos halagan ambiciones: solo queremos ser libres e iguales como hizo el Creador a todos los hombres.”
Céspedes es considerado por España peligroso y perturbador, además un destacado separatista que por defender sus principios sufre prisiones y destierros.
Conoce de envidias y resquemores, pero ama demasiado a Cuba por encima de todo. En diciembre de 1870, le escribe a su esposa Ana de Quesada, ante la sospecha, que es casi una realidad, de que la Cámara de Representantes se propone deponerle:
“Si se comete semejante violencia, por mí nunca habrá perturbaciones y cualquiera que sea la ilegalidad del acto, me someteré y dejaré la Isla para seguir en el extranjero trabajando por el triunfo de la revolución (…)
Carlos Manuel de Céspedes llamado “hombre de mármol” al final fue abandonado sin guardia alguna en la Sierra Maestra, no le permitieron ni siquiera viajar a Estados Unidos a ver a su esposa e hijos.
En un bohío de San Lorenzo, paraje intrincado de la Sierra Maestra, dedicado a enseñar a leer y a escribir a los niños campesinos de la comarca, el 27 de febrero de 1874, Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, sorprendido por hombres del Batallón San Quintín, cayó por un barranco y fue muerto a balazos, hace 151 años pasando a la inmortalidad.