
Se ha contado, con aires de leyenda, que aquella noche hubo un aguacero tremendo en Bayamo. Tal vez algunos vieron en esa lluvia una señal más allá de la naturaleza.
La verdad es que aquel varón nacido en la casa número 4 de la calle Burruchaga, el 18 de abril de 1819, se convertiría en el Primero (sí, con mayúsculas) en muchos aspectos de nuestra historia.
Lo llamaron Carlos Manuel Perfecto del Carmen y a poco supo destacarse por encima de los demás. Tuvo riñas en su adolescencia, insertó la rebeldía en su reloj, colocó las lecturas en su peregrinar, galanteó por varios mundos femeninos, despertó la conciencia en los largos periplos de Cataluña a Constantinopla, hizo de la ley su río, de la cultura su pulso para empinarse, de Cuba su amor supremo.
Poeta supremo, Céspedes fue compositor musical también. Se cuenta entre los autores de la primera canción romántica y trovadoresca cubana (La Bayamesa), cantada el 27 de marzo de 1851 en la ventana de Luz Vázquez.
Supo traducir del francés al español las reglas primarias del ajedrez, publicadas en 1855 en el periódico El Redactor, de Santiago de Cuba. Lo hizo incluyendo comentarios propios y eso le valió ser considerado ser considerado el precursor del juego ciencia en nuestra patria.
Una de sus páginas imborrables: haberse convertido en el primero en levantarse en armas contra España, en darle la libertad a sus antiguos esclavos y en llamarlos ciudadanos. Ese hecho, acaecido el 10 de octubre de 1868 en La Demajagua, merece una mirada profunda, que esté lejos de la superficialidad con la que a veces se aborda.
Por méritos, por el reconocimiento de los demás, mereció ser el primer presidente de la República en Armas, cargo que asumiría en Guáimaro, el 10 de abril de 1869.
Como si todo eso no bastara, Céspedes ganó el epíteto de Padre de la Patria. Se ha escrito que surgió a raíz de su famosa frase: “Oscar no es mi único hijo, lo son todos los cubanos que luchan por las libertades patrias”.
Es cierto esa sentencia, con la que no depuso las armas a cambio de un presunto perdón para su hijo, lo inmortalizó. Pero si no hubiese ocurrido el episodio del chantaje, como quiera Carlos Manuel se hubiera convertido en el progenitor de una nación entera.
Se le considera el padre de la numismática cubana porque tuvo la idea de imprimir papel moneda propio, ajeno al de la metrópoli. También fue el primero en preocuparse por armar una diplomacia genuinamente cubana.
Cuando nos haga falta, como en este abril, encontrar un flotador de banderas, un removedor de pueblos, un reprendedor de flojos, un diestro espadachín contra imposibles, estiremos la mano para tocar –y no soltarlo- al Céspedes carnal, padre severo pero tierno, buscador de amoríos, entregador de todos, hombre imprescindible en la ruta de Cuba.