El 10 de octubre de 1868 se inician las guerras por la independencia de Cuba, en su ingenio Demajagua, el abogado bayamés Carlos Manuel de Céspedes proclama la independencia de Cuba del colonialismo español y otorga la libertad a sus esclavos.
Luego de este hecho fundacional, diversas fueron las acusaciones infundadas que soportó hasta octubre de 1873, cuando fue depuesto del cargo de Presidente de la República, por la Cámara de Representantes.
Los detractores señalaban que el alzamiento fue impremeditado e inconsulto, que se nombró capitán general, que favorecía a sus familiares y que aspiraba a implantar una dictadura. Una de las polémicas más renombradas de la historia de Cuba la sostendrá con Ignacio Agramonte Loynaz, la cual, según el historiador Jorge Ibarra, “ha sido tradicionalmente un tema propicio para la controversia histórica”.
LOS HECHOS
Las discrepancias se inician dos meses después del alzamiento, por la forma de gobierno que se aspiraba a implantar. El 8 de diciembre de 1868 se encuentran en el poblado de Sibanicú, Agramonte representaba el Comité del Centro, organismo rector de la naciente revolución independentista en la extensa jurisdicción del Camagüey.
El Iniciador de las luchas por la independencia exigió la unidad de mando y que lo reconocieran como jefe supremo de la Revolución “a lo que se opuso el Comité por no estar de acuerdo con el programa de gobierno y el camino que le daba a la revolución”, escribió Eugenio Betancourt Agramonte.
El 5 de febrero de 1869 se entrevistan en la finca San Pedro, y aunque acuerdan la formación de un solo gobierno “ambos caudillos se mantuvieron firmes en sus convicciones, volviendo el último desesperanzado a su provincia”, refiere el mismo autor. Por último, el 16 de marzo de 1869 sostienen otro encuentro, esta vez, en el ingenio Santa Rita, a orillas del Cauto, y Céspedes “plantea la realización de un congreso y que se elijan los diputados en proporción al número de habitantes […]. Los camagüeyanos no están de acuerdo”, escribe Aldo Daniel Naranjo Tamayo.
El 11 de abril de 1869 se aprueba la Constitución, y la Cámara elige Presidente de la República a Carlos Manuel de Céspedes; en la estructura militar que se crea, el principeño queda con el grado de mayor general del Ejército Libertador, y en la organización de las fuerzas independentistas, firmada el 4 de abril de 1870, es primer jefe del Distrito de Camagüey.
El 16 de abril de 1870 el Gobierno acepta la renuncia de Ignacio Agramonte de su cargo. El militar argumenta que no había sido beneficiado con las armas alijadas de una expedición que desembarcó en su territorio. El Presidente admitió “la dimisión que usted presenta”, aseveración certificada por varios autores.
Del hecho se derivó un enfrentamiento personal. En sesión del Gobierno del 16 de mayo de 1870, Céspedes manifestó que Ignacio Agramonte no debía seguir percibiendo el sueldo de 170 pesos que se entregaba a su familia, porque había cesado en el mando. En una determinación que demuestra la tensa relación, Céspedes, según palabras de Agramonte, estableció que la Junta Cubana de Nueva York “los diera del peculio de usted”. Como era de esperar, Agramonte, tan escrupuloso en temas de honor, escribe: “Como Jefe estoy dispuesto a responder ante los Tribunales competentes de la República y como caballero donde usted quiera”, frases que recogió en su libro Eugenio Betancourt Agramonte.
Ambos patriotas coincidían en poner fin a la dominación colonial española en Cuba y rechazaban el reformismo y el anexionismo, como alternativa a la independencia. Las diferencias entre Céspedes y Agramonte aparecen superadas a fines de 1870. El 14 de diciembre de ese año, el Presidente acepta que retorne al mando del Primer Distrito, y el 13 de enero de 1871 es restituido en el cargo. El 10 de mayo de 1872, el Padre de la Patria hizo extensiva la jefatura de Ignacio Agramonte hasta Las Villas, conservando la del Camagüey.
Una periodización muestra que estuvieron más tiempo unidos, que enfrentados. De diciembre de 1868 a abril de 1870 (16 meses), existen evidencias documentales de discrepancias; de enero de 1871 al 11 de mayo de 1873, fecha en que cae en combate Agramonte (28 meses), “virtualmente se había producido la reconciliación”, dirá Fidel Castro Ruz.
OPINAN LOS CONTEMPORÁNEOS
Los primeros que dejaron testimonio de las discrepancias fueron sus contemporáneos. El 15 de mayo de 1873, el vicepresidente de la República, Francisco Vicente Aguilera Tamayo, reside en los Estados Unidos. En su diario refleja las consecuencias que, según él, traería la muerte del camagüeyano, “Agramonte no solo era desafecto personal del Presidente, sino una valla a sus exageradas pretensiones, y se miraba como el próximo correctivo de sus errores”.
En octubre de 1873, otro bayamés, el diputado a la Cámara de Representantes, Fernando Fornaris Céspedes, escribe en sus memorias “muerto el mayor general Ignacio Agramonte, y habiendo marchado al extranjero el diputado Antonio Zambrana, que siempre le hizo oposición en el Congreso, creyó Céspedes seguramente que ya era tiempo de poner en práctica sus tendencias dictatoriales”.
Las opiniones de los no partidarios de Céspedes perseguían el objetivo de crear un estado de opinión favorable, tanto en Cuba, como en la emigración, para su separación del cargo de Presidente de la República. Estos escritos, plasmados luego de que ambos se habían reconciliado, contribuyeron a forjar, erróneamente, una leyenda de enfrentamiento perenne.
UN PRIMER PARTEAGUAS
Un papel importante en la prédica revolucionaria del Apóstol José Martí, lo constituyó la divulgación de hechos y personalidades que habían tenido preponderancia en favor del independentismo, en la contienda de 1868. Pronuncia discursos por el 10 de Octubre, por la Asamblea de Guáimaro, y por el 27 de noviembre, como homenaje a los estudiantes de Medicina fusilados por el colonialismo español, y escribe sobre Máximo Gómez, Antonio Maceo, Carlos Manuel de Céspedes e Ignacio Agramonte.
El artículo Céspedes y Agramonte, publicado por Martí, el 10 de octubre de 1888 en El Avisador Cubano, de Nueva York, cambia la forma en que se venía tratando la relación entre ambas personalidades. Loa las virtudes y elude la polémica, para no revivir acontecimientos que habían dividido a los independentistas, cuando el objetivo inmediato era lograr la unidad de todos los cubanos: “Otros hagan, y en otra ocasión, la cuenta de los yerros”, dijo el poeta. Martí pide para el futuro un análisis equilibrado: “Vendrá la historia, con sus pasiones y justicias; y cuando los haya mordido y recortado a su sabor, aún quedará en el arranque del uno y en la dignidad del otro, asunto para la epopeya”.
Las fuentes orales aportaron información a Martí para la confección del artículo, eran hombres que habían compartido el campamento con los iniciadores, estaban al corriente de las interioridades de la pugna, y trasladaron al fundador del Partido Revolucionario Cubano una anécdota que resulta útil a su labor de unidad, la cual refleja el momento en que Agramonte patentiza su apoyo a Céspedes: “Nunca permitiré que se murmure en mi presencia del Presidente de la República”.
RETOÑAN VIEJOS ARGUMENTOS
En las dos primeras décadas de la república establecida el 20 de mayo de 1902, existe un retroceso en el estudio del desencuentro. En un período de 19 años, se publica dos libros anticespedistas. El texto Francisco V. Aguilera y la Revolución de 1868, escrito por Eladio Aguilera Rojas, genera una acalorada polémica. El autor, hijo del fundador del Comité Revolucionario de Bayamo, dice que Aguilera fue “despojado de su gloria y del primer puesto en la Revolución, por el acto violento de Céspedes”. En relación con las discrepancias entre Céspedes y Agramonte, señala: “Los rozamientos […] volvieron a presentarse de nuevo por esa época -abril de 1870- […] tomando un carácter personal […] teniendo por consecuencia que Agramonte presentara la dimisión del mando militar de Camagüey”.
Por su parte, el nieto de Agramonte, Eugenio Betancourt Agramonte, en su libro Ignacio Agramonte y la Revolución cubana resalta: “Notó Agramonte desde que conoció a Céspedes el poco favor que hallaban con este sus opiniones y la desconfianza con que lo trataba”. Dedica un capítulo a analizar la “oposición de opiniones e inclinaciones entre Agramonte y Céspedes”, y argumenta que Céspedes defendía la dictadura personal y el mantenimiento de las instituciones españolas. Anota: “La oposición entre Céspedes y Agramonte llegó al grado de una clara enemistad, sobre todo de parte de Céspedes, que hasta ese momento había sido vencido en todas las luchas habidas con nuestro biografiado”.
Estos escritores, unidos por lazos familiares con sus biografiados, fueron incapaces de desprenderse de las pasiones y enrumbar hacia un análisis objetivo, como lo pidió Martí.
UN SEGUNDO Y DEFINITIVO PARTEAGUAS
El 10 de octubre de 1968 fue celebrado el centenario del inicio de las guerras por la independencia en Cuba. En Demajagua se realizaron labores de restauración, que permitieron dotar a ese lugar histórico de prestancia. En la velada conmemorativa, usó de la palabra el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.
Este discurso tiene trascendencia para la historiografía, porque es pronunciado, según el investigador Oscar Zanetti, cuando existe una polémica sobre cuál era la contradicción fundamental en Cuba en el siglo XIX. Para este autor, el asunto tiene vastas implicaciones, pues se trata de la valoración de cardinales figuras del pasado, no solo de algunos controvertidos, como José Antonio Saco, sino también de Carlos Manuel de Céspedes y otras personalidades.
Asegura Zanetti que este asunto fue “zanjado” por Fidel Castro Ruz, “el cual sustentaría bajo el concepto de los cien años de lucha, la tesis de la inquebrantable continuidad histórica del proceso revolucionario cubano desde la original lucha por la independencia de España hasta la presente confrontación con el imperialismo norteamericano”.
El análisis del Líder de la Revolución coloca en su justo lugar al Padre de la Patria: “Céspedes simbolizó el espíritu de los cubanos de aquella época”, y agrega, “Fue Céspedes, sin discusión, entre los conspiradores de 1868, el más decidido a levantarse en armas”. Igualmente añade: “Céspedes tuvo la clara idea de que aquel alzamiento no podía esperar demasiado ni podía arriesgarse a recorrer el largo trámite de una organización perfecta”.
Este discurso “salvó a la imagen de Céspedes de los ataques de algunos historiadores marxistas dogmáticos”, precisa su reconocido biógrafo Rafael Acosta de Arriba.
El historiador Jorge Ibarra, después de esta intervención, analiza a ambas personalidades desde una “perspectiva nueva” y concluye “las diferencias entre Céspedes y Agramonte eran de carácter político, táctico, no ideológico”.
En su discurso, Fidel no menciona las discrepancias entre Céspedes y Agramonte, tema que tratará en la velada solemne por el centenario de la caída en combate del principeño, el 11 de mayo de 1973, en Camagüey. En relación con la renuncia que hace Agramonte del mando del Primer Distrito y su reincorporación posterior, dirá: “Reclamaba para sí, a los efectos de dirigir la guerra al frente de los camagüeyanos, atribuciones similares a las que planteaba Céspedes para dirigir la guerra en la nación entera. Y ambos se pusieron de acuerdo en aquel punto, y Agramonte recibió las atribuciones que demandó”.
El Comandante en Jefe planteó una concatenación entre la caída en combate de Agramonte, el 11 de mayo de 1873; la deposición de Céspedes, el 27 de octubre de 1873, y, finalmente, su muerte, el 27 de febrero de 1874, en San Lorenzo.
Y se pregunta: “¿Habría estado de acuerdo Ignacio Agramonte con la destitución de Carlos Manuel de Céspedes? […]. Hay evidencias históricas de que, al morir Ignacio Agramonte, sus sentimientos y su actitud hacia Carlos Manuel de Céspedes habían cambiado extraordinariamente. Y hay cartas de Carlos Manuel de Céspedes, donde expresa con entusiasmo y con agradecimiento las muestras de afecto que en aquellos tiempos había recibido de Ignacio Agramonte”.
Acerca de la caída en combate del bayamés, afirma: “Es humillado y se le niega incluso la salida del país, y es abandonado […] mientras era ferozmente perseguido por los españoles, sin escolta”.
A continuación, plantea una de las hipótesis más revolucionarias sobre la Guerra de los Diez Años: “¿Habría acaso actuado así Ignacio Agramonte, tan caballeroso, tan digno, tan virtuoso? ¿Habría permitido aquel proceder indigno contra Carlos Manuel de Céspedes? ¡No, estamos seguros de que no! Y es por eso que decíamos que la muerte de Ignacio Agramonte constituyó una terrible pérdida para la Revolución cubana”.
El pueblo recuerda al Padre de la Patria, en el aniversario 150 de su caída en combate, como símbolo de intransigencia revolucionaria. Los discursos de Fidel Castro Ruz, el 10 de octubre de 1968 y el 11 de mayo de 1973, marcan una ruptura definitiva, en el estudio de Céspedes y Agramonte, porque en ambos brotan como patriotas ineludibles de la historia de la nación.