El Che que curaba más que el cuerpo

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Por Osviel Castro Medel | 9 octubre, 2025 |
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Casi siempre, cuando llega octubre,  – especialmente el 8 y el 9, días respectivos de la captura y asesinato del Che- surgen recuerdos que nos hablan de una boina con estrella, una quebrada fatal y otras anécdotas. Pero a veces a esas evocaciones les faltan lados.

No se menciona mucho, por ejemplo, que el 5 de diciembre de 1956 en medio de un diluvio de balas enemigas, Ernesto Guevara de la Serna, el médico de la bisoña tropa  rebelde, se vio ante una dificilísima disyuntiva: escoger o la caja de proyectiles o su preciado botiquín de campaña. Finalmente optó por el camino del soldado, del guerrillero.

Pero esta decisión en Alegría del Pío, aunque correcta desde todos los ángulos, obedecía a una circunstancia. El Che, a contrapelo de lo que plantean algunos, jamás dejó de ser médico.

Después de graduarse en la Universidad de Buenos Aires, en 1953, nunca miró esta profesión desde la distancia. Tan así es que a la hora de su muerte en tierras bolivianas llevaba dentro de la mochila un libro de medicina.

Curando heridos en las montañas

Luego del combate de la Plata (17 de enero de 1957) el Guerrillero Heroico se dedica, por orden de Fidel, a curar los soldados de la tiranía heridos en la acción. Lo hace nada más y nada menos que con las escasas reservas médicas de los rebeldes.

No hay dudas de que este hecho dejó en él tremendas huellas. A partir de ese momento comienza a comprender mejor la utilidad de su profesión e interioriza que en una guerra los medicamentos no sólo se destinan a sus compañeros sino también a los lesionados del campo enemigo.

Más tarde, al adentrase en la Sierra Maestra y terminar las largas caminatas aprovecha su poco descanso para aliviar los dolores de la tropa: las llagas, alergias, fiebres, etc.
A la vez hace consultas en los pequeños poblados a donde llega el Ejército Rebelde. Los casos clínicos fundamentales de las montañas en aquel entonces “le metían miedo” a cualquiera: vejez prematura, parasitismo, raquitismo, avitaminosis, “niños de vientres deformes”, falta de asistencia estomatológica …

Esta labor del Che era muy dura porque, como él mismo expresó, “no tenía muchos medicamentos” y, además, resultaban disímiles y demasiado complicados los casos que debía enfrentar.

Después del renombrado enfrentamiento  del Uvero (28-5-1957) – donde deviene verdadero héroe- atiende, con mil esfuerzos, a los más de 20 heridos que suman ambos bandos. Allí dio calmantes, entablilló, suturó, extrajo balas…

Posteriormente se le da la misión de cuidar a siete guerrilleros heridos. No pudo cumplir mejor su cometido: a pesar de la humedad y la hostilidad salvaje del lugar ninguno de ellos sufrió infección.

En otra acción donde el Che se destaca como galeno y soldado es en el combate de Pino del Agua. Aquí hace ingeniosas y muy “raras”curas.

Un herido en este enfrentamiento, Arquímedes Fonseca, relató tiempo después: “Me llevaron para el batey donde el Che estaba atendiendo a los casquitos. Al verme el dedo, que lo tenía totalmente desprendido, me echó un montón de cosas. Luego cogió un pedazo de tabla de caja de dulce de guayaba y con gasa me lo entablilló”.

El sacamuelas
El 26 de junio de 1957 el Guerrillero heroico, en una decisión sumamente atrevida, inicia su carrera de odontólogo y se convierte de esta forma en el “temible” sacamuelas de la Sierra.

Con su sinceridad de siempre escribiría él con posterioridad que “tenía poca pericia en esta actividad”. Además, contaba con poca anestesia por lo que se veía obligado a usar bastante la “anestesia psicológica”. Esta consistía en “llamar a la gente con epítetos duros cuando se quejaban demasiado por los dolores en su boca”.

Rafael Lienz, combatiente del Ejército rebelde narró que como parte de dicha anestesia psicológica el Che simulaba ponerles una especie de pomada “antidolor” a los pacientes y que estas “complicadas” extracciones se hacían por lo general “con la gente amarrada de un taburete”.

A veces, el Che fallaba en sus intentos “estomatológicos” como sucedió cuando trató de sacarle un colmillo a Joel Iglesias. “Todos mis esfuerzos –dijo el Comandante Guevara – resultaron infructuosos (…) faltó solamente ponerle un cartucho de dinamita”.

Por otro lado ganó fama por su pesada mano de dentista. Lienz cuenta que en una ocasión Lalo Sardiñas dijo dolerle una muela y el Che, sin perder tiempo, le contestó: “Pues hay que sacártela”.

Lalo, un valiente ante los proyectiles, esquivó la propuesta rato después: “Ya se me alivió el dolor de muela; no hace falta sacármela”.

Pero a pesar de tales extracciones sin anestesia, el Che resuelve un gran problema de los moradores de los lomeríos y de la tropa misma. Si se “aventuró” a ejercer como dentista fue, sobre todo, por su eterno afán de ayudar a los demás.

Prevenir y ser “sacerdote”
El Che elaboró una valiosa teoría sobre el papel del médico revolucionario en la sociedad y en particular dentro de la lucha armada.

Respecto a la guerrilla planteaba que en la etapa nómada de la tropa el galeno devino una especie de “sacerdote” que parece llevar en su mochila desprovista el necesario consuelo. Según él en esta fase el médico ejerce una influencia tremenda sobre los guerrilleros, “su prédica prenderá en la tropa con mucho más vigor que la dada por cualquier otro hombre de ella”.

Asimismo definía otras dos etapas de la guerrilla: la seminómada y la sedentaria. Durante la primera se pueden establecer centros asistenciales rudimentarios para los primeros auxilios y en la segunda el médico tiene un mayor contacto con la población civil y está asesorado por cirujanos y otros especialistas.

Otro postulado del Che era que la medicina debía utilizarse en casos extremos. Por eso hacía especial énfasis en la prevención de las enfermedades, en la higiene y en una dieta lo más balanceada posible.

Dentro de sus conceptos veía al médico como un ser virtuoso, solidario, humano, sin egoísmo y dispuesto a morir por salvar una vida no importa de quién.
Libros escritos de otra forma
En su época de adolescente el Che soñaba, según el mismo expuso, con convertirse en un investigador distinguido y publicar libros sobre la medicina. Su padre Guevara Linch, contó cierta vez que cuando Ernesto realizaba el primer viaje por América del Sur le comentó: “Estoy escribiendo un libro sobre la función del médico en América Latina”.

En los años siguientes el propio Guerrillero Heroico diría que durante la revolución guatemalteca de Jacobo Arbenz “había empezado a hacer unas notas para normar la conducta del médico revolucionario. Empezaba a investigar qué cosa era lo que necesitaba para ser un médico revolucionario”.
Con el tiempo, sus anhelos quedaron definitivamente aplazados; las colosales tareas que tenía que enfrentar lo absorbían por completo. Además en aquel interminable ajetreo descubrió, que “para ser un verdadero médico revolucionario había que hacer primero la Revolución.”
Por esta razón es que, sin apartar jamás el camino del galeno va al encuentro de molinos con la adarga al brazo; descubrió acaso que era el mejor modo de curar las entrañas de los pueblos.

 

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