
La frase del General de Ejército Raúl Castro Ruz: Fidel es Fidel, ha calado hondo en generaciones de cubanos, por el permanente ejemplo del Líder de la Revolución y la vigencia de su pensamiento.
Sus ideas y legado siempre han inspirado respeto y admiración en el pueblo, por su obra apegada a los principios de unidad y de justicia social, desde el triunfo de enero de 1959.
Encontrarse con él ha sido una experiencia singular, motivo de estímulo y un sueño realizado para muchas personas, jóvenes y adultas, de diferentes profesiones.
La primera vez que lo vi tenía yo nueve años, estaba acompañado de mi padre, fue en un masivo acto en Manzanillo, el 4 de febrero de 1959, donde Fidel habló en una improvisada tarima, en las intercepciones de las calles Merchán y Masó, discurso en el que reconoció el apoyo organizativo y logístico recibidos por el Ejército Rebelde durante la etapa insurreccional.
He vivido momentos inolvidables, desde la niñez y durante el desempeño profesional, de este último guardo imborrables recuerdos relacionados con sus frecuentes visitas al territorio.
Ya como periodista del entonces semanario regional La Demajagua, en marzo de 1975, supe que Fidel realizaría un recorrido por varios lugares de esta zona del Golfo de Guacanayabo.
Conseguí el posible itinerario, pedí una bicicleta y recorrí los lugares de la urbe con la velocidad lograda por mis pies sobre los pedales.
Como es comprensible, en todas las ocasiones el Comandante ya había seguido camino, pero publiqué el trabajo de su presencia en la ciudad con las opiniones de obreros y otros ciudadanos, que narraron sus vivencias repletos de emoción por conocer al hombre de verde olivo, barba y mente infinita.
Después, en varias oportunidades, estuve cerca del Líder, incluidas su participación en reuniones del Comité Nacional y congresos de la Unión de Periodistas de Cuba en las que sentí sano orgullo; lo vi sonreir, preocuparse por los demás, ser jocoso y exigente, y hablar como amigo.
Lo más significativo ocurrió durante el año 1986, aquel 20 de diciembre, cuando Fidel visitaba el periódico La Demajagua, en su edificación actual, en Amado Estévez, esquina a Calle Diez, en el reparto Roberto Reyes, de Bayamo.
Llegó temprano en la mañana y se fue al mediodía. Recorrió la parte alta del edifico, donde siempre radicó la redacción, y luego los talleres de la poligrafía, en la planta baja.
Visitó el local del teletipo, donde se recibía la información de las agencias y nos comunicábamos con los corresponsales.
En el salón de la Editora, conversó con algunos compañeros, siempre interesándose por todos los detalles del proceso productivo, hasta acerca de las revoluciones que tenía la máquina o rotativa, cuando se detuvo en esa área.
Pensando en que quedara para la historia, le solicité: “¿Usted pudiera tomar un ejemplar? Es que quisiéramos conservar una foto suya con nuestro periódico.”
“¡Ah, sí, cómo no!”, respondió, y rodeado por un ruido ensordecedor y delante del equipo, tomó una de las extensas sábanas del periódico.
Lo hizo con mucha sencillez. Le pregunté: “¿Qué le parece?”; y respondió: “Muy bien; mira, muestran el acontecer de anoche”, refiriéndose a su alocución desde el balcón de la casa natal de Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, ante miles de personas, suceso que La Demajagua eternizó con una foto del Comandante en Jefe en primera plana, y una versión de sus palabras.
Esa visita marcó un momento trascendental; me impactó. Fidel, una de las más grandes personalidades de la historia, era un hombre jovial, abierto, fraterno. Paradigma de cómo debemos ser los revolucionarios.