Es una de las palabras más bellas de nuestro idioma. Una palabra de las que más llegan y retumban en los oídos, la piel y el interior.

Se dice “Maestro”  e inmediatamente viene a la mente el primer trazo en la pizarra, el regaño ante una travesura, el abrazo por la nota después de un examen fuerte.

Cómo olvidar a los que sacrificaron su reloj e inflamaron  sus gargantas para darnos lecciones que traspasaron el aula o el mismísimo tiempo.

Un maestro verdadero es cobija y templo, la exigencia vestida de respeto, la luz que salva de la bruma, la paciencia personificada, el ejemplo que imanta.

Un maestro lucha contra el cansancio y la madrugada,  sufre cuando un alumno no progresa,  se duele si en el camino no consigue enamorar-educar.

Lástima que el homenaje a tanta consagración llegue en los diciembres,   porque cada día de este mundo debería ser una oda al maestro.

Este 22 saltan al cerebro José de la Luz y Caballero, Varela , el inmenso Martí, Ascunce, Conrado y todos aquellos que en 1961 hicieron que Cuba se proclamara tierra libre de analfabetismo.

Este 22 de diciembre llegan en torbellino los recuerdos, las felicitaciones, los abrazos, la reflexión por las cosas que se nos han ido.

Hoy, al margen de insuficiencias en las aulas,  volvemos a decir “Maestro” y el alma vuelve a estremecerse.