Cuatro complots contra un titán

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Por Aldo Daniel Naranjo (Historiador) | 13 agosto, 2025 |
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La vida maravillosa y sin par de Fidel Castro Ruz, nacido el 13 de agosto de 1926, simboliza, con relieve singular, la conducta limpia y sin tacha del Líder carismático y popular.

Los enemigos fraguaron múltiples complots asesinos. No les importaba si por medio de un tiro, un veneno letal o quemado, como deseaba el dictador. Para tratar de lograrlo, Batista, el Servicio de Inteligencia Militar (Sim) la Central de Inteligencia Americana (Cia) y el Buró Federal de Investigaciones (FBI), movilizaron y captaron traidores, chivatos y espías…

25 DÍAS DE UNA TRAICIÓN

Al entrar en el segundo mes de guerra, todavía en la etapa nómada de la guerrilla, el grupo vivió momentos de mortales peligros y Fidel estuvo a punto de ser asesinado. El enemigo había logrado captar a uno de sus principales colaboradores: el campesino Eutimio Guerra, de 38 años de edad.

El jefe de uno de los batallones batistianos, comandante Joaquín Casillas Lumpuy, el 23 de enero de 1957 lo hizo prisionero y lo condujo a su campamento de El Macho, al sur de la Sierra Maestra. Le prometió respetar su vida si le ayudaba a poner fin al grupo guerrillero, especialmente al Líder Fidel Castro. Le ofreció un cheque de 10 mil pesos, el grado de comandante y una finca donde deseara.

El 30 de enero, Casillas lo montó en una avioneta Beaver, en Pilón, y guio tres aviones B-26 y dos F-47 que ametrallaron y bombardearon el campamento de los alzados en lomas de Caracas. A pesar del descomunal ataque, los combatientes no sufrieron baja alguna.

El 6 de febrero, Eutimio volvió junto a los alzados, llevando 50 latas de leche y algunos tabacos. Extrañamente, solicitó una plática a solas con Fidel, quien accedió, pero Universo Sánchez se mantuvo cerca. Por tanto, no podía hacer nada criminal contra él sin poner en peligro su vida.

Del suceso Fidel contaría posteriormente: “Me preguntó qué ganaría él después de que triunfáramos y tal pregunta me permitió calar sus motivaciones, supe qué tipo de persona tenía delante por aquella pregunta. No le dije nada y le respondí no recuerdo qué cosa… la pregunta retrató al hombre de cuerpo entero”.

Esa noche, bastante fría, no teniendo una manta propia para dormir, Fidel decidió compartir la suya con el guía. Acostados en el suelo, Eutimio le preguntó sobre la ubicación de las postas, la que fue considerada como su preocupación por las medidas de seguridad.

Lejos estaba el Jefe insurrecto de imaginar que tenía a su lado a un miserable traidor, que solo velaba el instante oportuno para pegarle un tiro con su pistola 45 y escapar con la ayuda de dos granadas. Pero el felón, no tuvo suficiente coraje para perpetrar el crimen.

Dos días después, condujo al grupo hasta un cañón del río La Derecha y bajó hacia El Macho. Una vez más dio parte a Casillas de la posición de la guerrilla. Al regresar, en la tarde, se ofreció para cubrir la posta de entrada a través del torrente. Su plan era dejar pasar a los soldados por ese lado y que exterminaran a los revolucionarios. Sin embargo, un fuerte aguacero retrasó el proyectado asalto.

Al otro día, bien temprano, el apóstata dejó el campamento con el pretexto de traer unas balas. Realmente, quería saber las causas de la demora de la acometida exterminadora.

En el ínterin, una de las postas condujo ante Fidel a Adrián Pérez Vargas, un campesino recién mudado a la zona de Los Caimanes. Durante la conversación, avisó que en ese lugar, a menos de cinco kilómetros en línea recta, acampaba una tropa del régimen de unos 150 hombres al mando de Casillas. De seguido, ofreció un dato que despejó la incógnita de tantas desventuras en los últimos días: esa mañana vio por allí a Eutimio Guerra.

Mediante su fusil de mira telescópica, el Jefe rebelde observó el movimiento de los militares y ordenó evacuar hacia el Alto de Espinosa, cerca de El Ají. A las 2:00 de la tarde, el enemigo atacó la posición, donde cayó Julio Zenón Acosta. Los demás lograron retirarse, divididos en tres grupos, para, luego, reagruparse en La Derecha de la Caridad.

Cuando el 17 de febrero, a las 5:00 de la tarde, Eutimio regresó al seno de la tropa fue sujetado por Ciro Frías Cabrera, su compadre, mientras Manuel Fajardo le encañonó con un fusil ametralladora Thompson y Juventino Alarcón le despojó de una pistola y tres granadas. En uno de los bolsillos de la camisa le encontraron dos papeles.

Descubierta su perfidia, suplicó que no los leyeran y solicitó que acabaran con su vida. Eran los salvoconductos firmados por el jefe de operaciones del Ejército, coronel Pedro Barreras, y el comandante Joaquín Casillas.

Desmoralizado, confesó sus abominables actos. Solo le pidió a Fidel que la Revolución cuidara de sus hijos. No cesaba de suplicar que lo mataran. Comenzó a llover con rayos y truenos. Minutos después, a la luz de un relámpago, sonó el disparo justiciero.

En su diario de campaña, Raúl Castro escribió: “… fusilamos al más miserable de los traidores encontrados por nosotros. Había traicionado por unas monedas la causa de sus compañeros campesinos y la de un pueblo entero, traicionándonos a nosotros”.

EL CASO DE VENEREO

De las visitas frecuentes del gánster y chivato Evaristo Venereo González a la residencia de Batista, en el campamento de Columbia, existen varios testimonios. Entre ellos sobresale el de José Suárez Núñez, el jefe de prensa del dictador, quien lo presentaba como un “hombre campechano” y “con tipo de campesino adinerado”.

Señalaba que era un sujeto muy cercano al tirano, porque “había informado al Gobierno de los hombres que se entrenaban en México, los entrenadores que había, el adoctrinamiento…”. En una de las charlas, llevado por su entusiasmo, le realizó una promesa al déspota: “General, yo le mato a Fidel”.

Entonces, no es casual que Evaristo Venereo, exteniente del Sim, viajara a la Sierra Maestra en junio de 1958 e intentara llegar hasta Fidel en la Comandancia de La Plata.

Tan pronto se tuvo noticias de su presencia en la tienda de Delio Vázquez, en el Alto de la Maestra, fue detenido y desarmado por el capitán Francisco Cabrera (Paco).

Ante el Jefe de la Revolución quiso mantener una actitud simpática, pero rápidamente supo que sobre él pesaban serias acusaciones de asesinatos y espionaje. A los tres días, desmoralizado, reveló que su idea era atentar contra Fidel, al que echaría veneno en su comida. Fue sometido a un juicio sumario, el cual probó todas sus culpas, siendo condenado al fusilamiento.

GUISA Y EL FIN DE UN ESPÍA

En noviembre de 1958, el Comandante en Jefe preparó la ofensiva de La Plata a Santiago de Cuba, un tremendo desafío contra fuerzas muy superiores en número y armas en Bayamo, Jiguaní, Maffo y Palma Soriano. Al tiempo que el pueblo lo recibía en todas partes con cálida y cordial bienvenida, los estrategas batistianos, asesorados por la misión militar yanqui, fraguaron planes para su asesinato.

Cuando libraba la colosal Batalla de Guisa, el teniente coronel Merob Sosa García, segundo jefe del Puesto de Mando de Bayamo, despachó a uno de sus agentes para matar a Fidel. Llegó el 23 de noviembre, a las 8:00 de la mañana, a la tienda de Juan Viltres, en Santa Bárbara, montado en un caballo dorado. Era un hombre de unos 25 años, blanco y de estatura mediana.

Tuvo la mala suerte de que al acercarse al mostrador para comprar cigarros, el primer teniente Javier Gómez (Tony) lo reconociera como un militar batistiano. En el acto, dio la voz de alarma: “Oigan, este es un guardia de Bayamo. Merob Sosa lo tuvo preso conmigo en un calabozo a ver lo que yo decía”.

El combatiente Gilberto Beritán Martínez le apuntó con su fusil, pidiéndole que se estuviera quieto. Tenía encima una pistola Colt calibre 45, debidamente cargada, y otras siete balas de reserva.

El oficial rebelde le dijo que lo mejor que podía hacer era confesar su misión, porque él sabía que trabajaba para Merob Sosa. Entonces, contó que su encargo era comprobar si Castro estaba en la zona de Santa Bárbara, dirigiendo las operaciones contra Guisa, para destruir el área con las bombas más potentes.

Frente a Fidel mantuvo la leyenda de que solo quería saber su paradero, porque Merob decía que andaba escondido en las cuevas de la Sierra. Dijo llamarse Alberto Leyva, que tenía 26 años y prestaba servicios como ayudante de uno de los pilotos del helicóptero.

El Jefe revolucionario le preguntó por los documentos que debía llevar arriba, pero contestó que no tenía ninguno. Reflexivo le expuso: “No creo que tu misión fuera solo localizar dónde yo estaba para lanzar bombas de demolición de 500 libras en toda esta zona campesina”.

Fidel pidió a Beritán que le trajeran el caballo del espía y comentó: “Si los papeles no los tiene él, pueden estar en los arreos del caballo”.

Durante la revisión minuciosa del basto, encontraron dentro dos papeles doblados. Uno era un salvoconducto para ser recibido en el cuartel de Guisa, una vez conseguida la muerte de Castro. El segundo,  un cheque en blanco, donde pondría la cifra de 10 mil pesos por el crimen.

El entonces teniente Arturo Aguilera Barreiro, ayudante de Fidel, años después contaba: “En el juicio quedó demostrada su actuación como espía, chivato y la tentativa de cometer asesinato en la figura de Fidel. Fue condenado a la pena de fusilamiento. La misma fue ejecutada una hora después en Santa Bárbara”.

FRUSTRADA OTRA TRAMA ASESINA

La peligrosa aproximación de Fidel a la ciudad de Santiago de Cuba, al mando de numerosas tropas, colocó a los estrategas batistianos, a la Cia y al FBI en una situación  de alarma.

El 23 de diciembre llegó a La Habana el exmiembro de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, Allan Robert Nye. A su disposición pusieron un fusil Remington calibre 30.06 con mira telescópica y un revólver calibre 38, suficiente parque y 10 mil pesos. En una avioneta Beaver, voló hacia Bayamo.

Del Puesto de Mando de Bayamo lo llevaron en jeep hasta cerca del puente del río Cautillo, en la mañana del 25 de diciembre. De allí, siguió a pie por toda la carretera hasta el poblado de Santa Rita. Las postas colocadas por el capitán Alcibíades Bermúdez lo interceptaron y desarmaron. Al conocer que era un estadounidense, al día siguiente, lo condujeron hasta donde estaba Fidel, en el central América, cerca del poblado de Contramaestre.

En el interrogatorio, confesó que su objetivo era infiltrarse en la guerrilla, bajo la cubierta de simpatizante y experimentado luchador y, una vez en esta, emboscar al alto dirigente.

Por su acción criminal Nye fue juzgado por los tribunales revolucionarios y sancionado a 15 años de prisión, los que no cumplió en su totalidad.

FUENTES: Ernesto Che Guevara: Pasajes de la guerra revolucionaria (1963) y Diario de un combatiente 1956-1958 (2011); José Suárez Núñez: El gran culpable (1963); Pedro Álvarez Tabío: Diario de la Guerra 1. De Las Coloradas a la finca de Epifanio Díaz: 2 de diciembre de 1956-19 de febrero de 1957 (1991 y 2010); y Fabián Escalante Font: Acción ejecutiva. Objetivo: Fidel Castro (2006).

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