¿Por qué el desembarco del yate Granma fue la “aventura del siglo”?

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Por Osviel Castro Medel | 2 diciembre, 2024 |
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Más allá de cualquier signo ideológico, lo que realizaron aquellos 82 hombres entre el 25 de noviembre y el 2 de diciembre de 1956, a bordo del yate Granma, debe catalogarse como algo superior a una proeza.

Ernesto Che Guevara calificó el hecho como la “aventura del siglo”, y no fue una exageración.

El pequeño yate, construido en 1943, estaba preparado para transportar a lo sumo 20 personas y, al final, la expedición cuadriplicó esa cifra, algo que se escribe fácil pero que pudo haber generado consecuencias fatales para los navegantes.

Sumemos que pocos expedicionarios tenían experiencia en las cuestiones relativas a la navegación. El propio Che nos dejó este relato que habla por sí solo: “El barco entero presentaba un aspecto ridículamente trágico: hombres con la angustia reflejada en el rostro, agarrándose el estómago. Unos con la cabeza metida dentro de un cubo y otros tumbados en las más extrañas posiciones, inmóviles y con las ropas sucias por el vómito. Salvo dos o tres marinos y cuatro o cinco personas más, el resto de los ochenta y dos tripulantes se marearon”.

Como si fuera poco, el pequeño yate zarpó con muy mal tiempo, un oleaje tremendo y  cargado con armas, mochilas, bidones de combustible…  Para colmo, comenzó a hacer agua en uno de sus camarotes inferiores, algo que, por suerte, cesó en el transcurso de la travesía.

“El primer día fue una cosa horrible, comenzamos a vomitar cantidad. El yate estaba al irse a pique, pues hacía cantidad de agua y la turbina no daba abasto para sacar el agua. Estábamos sacándola con cubos. El timonel le dijo a Fidel que había que ir para tierra, porque si no nos íbamos a hundir. Fidel dijo que teníamos que continuar aunque nos hundiéramos. Hacía un viento y unas marejadas que eran más altas que el yate”, escribió al respecto en su diario Pedro Sotto Alba.

La embarcación demoró mucho más tiempo del previsto en vencer la travesía entre Tuxpan y el punto del Oriente por donde desembarcó porque con tanto cargamento y mal tiempo no pudo alcanzar la velocidad “normal”.

Durante su desplazamiento hacia Cuba, el yate sufrió la paralización de un motor, un defecto que se reparó por sí solo.

En medio de la travesía, horas antes de llegar a Cuba, el timonel Pedro Roque Núñez cayó al agua y su búsqueda desesperada provocó más retraso en el viaje y que se gastara más combustible.

El Granma encalló en un terreno cenagoso -en Los Cayuelos- y no en tierra firme, en el que son abundantes los mangles, las cortaderas y otros obstáculos que convirtieron el desembarco en una empresa muy difícil, al punto que demoró más de dos horas.

Muchos de los expedicionarios bajaron del yate sin estar convencidos de que habían llegado a la isla de Cuba, pues los mortificaba la idea de haber desembarcado en un cayo. Pese a esa angustia,  avanzaron.

Al demorar la travesía siete días, dos más que los planificados, el hambre azotó a los bisoños marineros, quienes debieron someterse a un riguroso racionamiento de comida durante todo el viaje.

El promedio de edad de los expedicionarios era apenas de 27 años y ese dato prueba la juventud-inexperiencia de los que pretendían derrotar a un ejército inmensamente superior, bien armado y equipado.

Sobre el yate blanco pesaba una orden de “búsqueda y captura”, emitida por los altos mandos militares de Batista, pero el factor suerte influyó en que no se ejecutara esa disposición castrense.

 A todas esas vicisitudes  se añade una posterior: el 5 de diciembre, tres días después del desembarco, los revolucionarios son sorprendidos en un monte ralo, conocido como Alegría de Pío, y la tropa de 82 hombres se fragmenta en 28 grupos. Solo ocho combatientes, con siete fusiles, entre los que estaban Fidel y Raúl, vuelven a reencontrarse 13 días después del fracaso de Alegría de Pío y aún así deciden librar la guerra contra el ejército batistiano. Increíblemente dos años y unos días después obtendrían la victoria.

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