El sol reparte la suavidad matinal hasta los más insospechados recodos del barrio y, mientras la luz también tributa la bienvenida a quienes van y vienen en todas direcciones, Atanasio o Tano, como familiarmente le llaman al más viejo de los Pérez Valdivia, se dispone a las misiones hogareñas que cotidianamente redobla desde su jubilación.
-Viejo, cuando arreglen la olla de presión, llégate a la farmacia para ver si dejaron Enalapril- indicó la esposa desde el interior del cuarto.
-Sí, me lo imaginaba- y cerró la puerta.
Apenas alcanzó la primera cuadra, otra señal lo puso en alerta:
-¡Está llegando el agua!- voceó alguien desde el balcón y dice el turbinero que por inestabilidad de la corriente eléctrica, no hubo tiempo de llenar la cisterna.
-Si es como dice el vecino…, déjame virar. Al final el medicamento solo es para Cuca y el agua la consumimos todos.
Apuró el paso, llegó a la casa, abrió la llave del fregadero y mientras observaba el finísimo hilo acuoso sintió, como un arañazo en la epidermis, el pronunciamiento matriarcal:
-Tano… ¿Ya fuiste a la farmacia?
-No, regresé porque dicen que hay poca agua y es mejor asegurarla- dijo.
Con un poco de paciencia acopió hasta donde pudo y de nuevo a la calle. Trató de sortear el parquecito infantil, para evitar, inútilmente, el encuentro con Pepe, un jinete comunitario de la oralidad, que cuando monta la yegüita del decir, cualquier carretón le sirve:
-Tanoooo… ¿Compraste el gas?- indagó a distancia el aludido.
-Ayer me informaron que no venderán hasta principios del mes próximo.
-Pues mira, ya lo trajeron y la lista no hay quien se la mande. Ven, acércate, tengo algo que decirte.
-Me lo dices después. Déjame buscar el balón- y retornó al hogar.
-¿Trajiste el Enalapril?- indagó la esposa.
-Y dale Juana con la palangana. El gas también es importante, mujer. Bien sabes cómo te pones cuando el corte eléctrico llega a la hora de la comida.
-A propósito, están vendiendo aceite en la tienda de arriba. Comenzó por el número 23 y somos el 25-puntualizó ella. De paso recoge las libretas de Fela y de Asunción, porque ellas son las últimas consumidoras y cuando empiezan de arriba hacia abajo, siempre nos tiran un salve.
-¡Suave…! que soy uno solo- y como es por orden de llegada, aceleró los pasos rumbo a la farmacia.
El ambiente parecía tóxico para su gusto. Llovían los reclamos y se potenciaban las respiraciones entrecortadas, entre quienes buscaban una posición ventajosa en cualquiera de las denominaciones coleras contemporáneas: la normal, como si las demás no lo fueran, embarazadas, impedidos, encamados, asistenciados, cariduros y socios.
-Hace dos días que estoy marcando para los medicamentos y es muy rico llegar al momento de abrir y ponerse delante, como si estuviéramos pintados en la pared -vociferó alguien de aguda proyección.
-Por fin, ¿qué trajeron? -preguntó Atanasio.
-De los controlados, nada- fue la respuesta.
Se acarició la barba de pocos días y movió la cabeza suavemente, en señal negativa. Por un instante quedó inmerso en aquel circuito cerrado y pensó en el Enalapril de Cuca, la llegada del agua, la cola del gas, el aceite…
Y mientras revoloteaban en su memoria los encargos, una nueva señal le sacudió el cuerpo:
-Oye, Tano, comenzó el pago para los jubilados, solo
que en billetes de a cinco ¡Aprovecha que hay poca gente!
Y el viejo contó hasta 10.