El apagón

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Por Luis Carlos Frómeta Agüero | 23 abril, 2024 |
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Alguien dijo que el apagón eléctrico era un regalo de los dioses. A mi juicio, más bien parece un donativo poco sugerente, o sufrimiento neurológico para los elegidos.

El más connotado en la historia reciente, se produjo el 30 de julio del pasado año, en la red de suministro del norte de la India, afectando a 300 millones de personas, en nueve estados, entre ellos la región de Nueva Delhi, la capital.

Al parecer, el tipo se quedó con ganas y al día siguiente promovió otro de mayor magnitud, en 20 estados de la referida región, con déficit de generación en las redes del Norte, Oeste, Este y Noreste, inquietando a unos 700 millones de habitantes.

A propósito de este chisme informativo, varias agencias añadieron que en agosto de 2005, un corte de electricidad, en las islas indonesias de Java y Bali, afectó a casi la mitad de la población de ese país, mientras la ciudad capital,Yakarta, y su vecina provincia de Banten, estaban completamente a oscuras.

Mediante Internet, conocí de similares apagones famosos acaecidos en años precedentes: al Sur y sureste de Brasil, Paraguay, Italia, Venezuela, Argentina, Noreste de

Estados Unidos, Canadá… Sin embargo, ninguno refería a Cuba. Y ahí mismo detuve la mirada frente al monitor de la computadora:

-¡Cará, qué manera de excluirnos hasta en ese listado!- pensé mientras conectaba a la red mi lamparita recargable, en espera del habitual corte nocturno de los últimos días, mientras la bocina Bluetooth de una moto eléctrica, estacionada frente a casa, rememoraba, a todo volumen, El apagón, un tema musical popularizado por Cándido Fabré. La tumban a la una/ La tumban a las tres/ La ponen un ratico/ Y te la cortan otra vez…

Lo asumí como un reconocimiento reiterado a mis dotes de aireacondipencado autorrecargable, funciones colaterales que desempeño desde mucho antes de la llegada a Cuba del ventilador ruso Órbita, de moda en los años 70 del pasado siglo.

La televisión anunciaba que la demanda eléctrica del día superaría el déficit anterior, mientras la Bluetooth insistía en su canción: Si me tumban la corriente/ si me dan un apagón/ aquí seguimo en ambiente/ todo el mundo con su show.

La calle es un hervidero de comentarios, el pitcheo está bajito y pegao: Fefa, la que vende coladitas de café en el barrio, se asombra por los últimos que se fueron y también por los que retornaron.

El tema se torna recurrente: ¿Se va o no se va? Envuelto en ese embrujo, recordé la cara de angustia que pone Felipa cuando tumban el fluido eléctrico y la de cumpleaños que muestra al devolver la luz.

En esta especie de telenovela cubana, con banda sonora incluida, Anabel, la intensa, se queja porque al refrigerador de su casa no le alcanza el tiempo para congelar y Cuca propone que analicen al irresponsable que nuevamente mandó la jamonada a la casilla, sin la factura de precio.

El sol entra silenciosamente por una de las ventanas hogareñas, Radio Bayamo advierte altas temperaturas en horas de la noche, la niña de mi vecina deja la perreta para esa ocasión y Caruca llega con el tema de siempre:

-No aguanto más el dolor en el cuello. Me mandaron fomentos tibios, pero las bolsas están perdidas.

-Yo tengo la solución. A falta de pan, casabe -dijo Rosalba y prosiguió con la receta- Chica la alternativa está en los Chicken leg quarters.

-¿Un medicamento nuevo?

-Nada que ver, me refiero a las bolsas de nailon, en las que vienen los pollos de afuera: echas agua a la temperatura deseada, amarras una tirita por ese extremo, colocas el estuche en la parte adolorida y asunto resuelto.

Una risa colectiva devino gran estampido, mientras allá, a escasos metros de la escena, alguien dio la voz de alarma:

-Caballeros, ya se fue…

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