
En un mundo donde lo inmediato amenaza con opacar lo permanente, existe un oficio cuyo juramento es un pacto con la eternidad frágil de la vida.
Ser médico en Cuba no es solo una profesión, es algo que te toca el alma, un camino lleno de paciencia y fuerza. Ahora que celebramos el Día de la Medicina Latinoamericana y recordamos a Carlos J. Finlay, vemos cómo se sigue escribiendo la historia en cada institución de Salud.
Allí, donde el recurso escasea, pero la entrega se multiplica, dos mujeres, dos doctoras, encarnan con sus décadas de servicio el espíritu indoblegable de la Salud Pública cubana.
Las dos recibieron una Orden muy importante del país: la Lázaro Peña. Sus manos, que han ayudado a nacer y han guiado a mucha gente, ahora reciben este reconocimiento por su consagración a la vida.
LA MAESTRA: ENSEÑAR CON CIENCIA Y CON EL CORAZÓN
La doctora Lázara Méndez Gálvez habla con tranquilidad, como alguien que ha vivido mucho. Hace 34 años, cuando se graduó como médica familiar, no pensaba que iba a ser tan importante en la formación de nuevos profesionales de la Salud Pública.
«No pensé que iba a ejercer algo más», confiesa con una humildad que desdice su imponente hoja de servicios: especialista de primer y segundo grado, profesora titular, investigadora y vicedecana académica de la Universidad de Ciencias Médicas de Villa Clara.
Para ella, la Medicina es un tejido de «altruismo, profesionalidad y humanismo». En todos estos años, ha aprendido que lo más importante es hablar con el paciente, estar presente y no soltarle su mano.
Siempre fui médica y maestra, dice. Aunque ya no está tanto en el consultorio, sigue enseñando a los futuros médicos a ser buenos profesionales y a tener ética.
Al preguntarle qué decirles a esos colegas que en las unidades de Salud libran batallas diarias, su voz se llena de una convicción profunda, un llamado a la resistencia: «Es un reto que tenemos todos… mantener la especialidad, continuar ejerciendo, no abandonar nunca los principios éticos».
Sus palabras son un manifiesto: «Abandonar la especialidad significa retirarnos del campo de batalla. Y hoy, más que nunca, nos necesita el pueblo».
La Orden Lázaro Peña de i Grado, más que un honor, es el reflejo de una vida entera pulsando al compás de las necesidades de su gente.
UNA PROTECTORA DE LA VIDA
Desde Pinar del Río, la doctora Caridad Pérez Martínez nos cuenta su experiencia. Lleva 35 años dedicada al Diagnóstico Prenatal, un trabajo que hace con amor y precisión.
«Cuando uno se decide a ser médico, es una consagración para el servicio», afirma. En su voz resuena la ternura por lo que protege: la díada madre-hijo, el milagro en gestación.
Su trabajo es un acto de fe en el futuro. Atender a la embarazada, velar por la salud materno-infantil, es para ella «una especialidad muy linda».
Con orgullo colectivo, señala que su provincia es de las mejores en Cuba en esta área, contribuyendo decisivamente a reducir la mortalidad nacional. «Hemos dedicado todo el tiempo al estudio y a la atención a la embarazada… y a la vida como tal», subraya.
En cada ecografía, en cada diagnóstico, hay un compromiso con un porvenir más sano, una familia más feliz. Es una Medicina preventiva, silenciosa y monumental.
La Orden Lázaro Peña de iii Grado que ha recibido es por ser una verdadera protectora; no solo es por su trabajo, sino por su forma de ver la Medicina: cuidar desde el principio, defender la vida desde el primer latido.
UN COMPROMISO QUE NO SE OLVIDA
Lázara y Caridad. La maestra y la protectora. La que enseña a salvar vidas y la que cuida de esas vidas desde el inicio. Las dos, desde sus funciones diferentes, pero con la misma idea, son el ejemplo de la Medicina en Cuba: cercana a la gente, humana y que no se rinde ante los problemas.
En medio de tiempos difíciles para el país y para la Medicina, ambas profesionales son prueba de que, cuando la vocación es más fuerte que el desaliento, se puede sostener en alto el nombre de la profesión.
Ellas, y los miles de médicos cubanos que se ponen su bata todos los días, nos recuerdan que la Medicina no se mide solo en recursos, sino en resistencia; no solo en conocimientos, sino en compasión. Son el latido de un pueblo que, a pesar de todo, elige defender la vida.
Y, en ese empeño heroico y cotidiano, llevan, más que una orden en el pecho, una estrella en el corazón.
