Entre el dolor y el placer

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Por Melitza Vargas | 16 febrero, 2022 |
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IMAGEN ILUSTRATIVAS

¿Te imaginas tener sexo atado o atada por todo el cuerpo con pañuelos, esposas, cuerdas o cadenas? ¿Te imaginas tener sexo con reglas, castigos y protocolos de comportamiento? ¿Te imaginas tener sexo y cederle todo el control a tu pareja, o que seas tú quién de las órdenes?

Fantasías eróticas como esas se concretan en lo que la sexología denomina por las siglas BDMS: Bondage, Disciplina, Dominación, Sumisión, Sadismo, y Masoquismo.  En la experiencia sexual, pueden llevarse a cabo todas las variantes o centrarse en solo una de ellas; donde la confianza, el conocimiento mutuo y la comunicación resultan imprescindibles.

La práctica requiere la aprobación bilateral de las partes implicadas, mediante contratos pactados y palabras de seguridad para detener la sesión, en caso de ser necesario. Los límites se marcan antes de comenzar, para garantizar que los participantes lleguen hasta donde desean.

Esa actividad ha suscitado el interés de muchas personas luego del lanzamiento de la popular trilogía “50 sombras de Grey”, película basada en la novela de la escritora E. L. James; cuyas escenas explícitamente eróticas involucran el BDMS.

Pero de acuerdo con fuentes consultadas, la relación entre   el dolor y el placer existe desde del siglo XIII, donde látigos y fustas eran utilizados para la obtención del goce erótico. Más adelante, hacia el siglo XVI, la flagelación ya formaba parte del acto sexual.

Según fuentes consultadas entre el 30 y el 50 % de la población adulta tiene fantasías de sumisión o de dominio. Algunas parejas incluyen en la intimidad una especie de juego sádico y masoquista, siempre consentido, y disfrutan el empleo de cintas para simular ataduras o palmadas suaves en determinadas zonas del cuerpo.

Los participantes experimentan nuevas sensaciones; y los roles asumidos por ellos constituyen actuaciones donde se evitan, con especial cuidado, las agresiones reales.

Juegos peligrosos

Sin embargo, las tendencias sadomasoquistas alcanzan extremos peligrosos cuando suponen un daño para las personas y pueden llegar, incluso, a rozar la criminalidad.

Una vez alcanzado ese nivel, los especialistas en el tema lo califican como una parafilia, porque implica la presencia de repetidas e intensas conductas o fantasías sexuales de tipo exitatorio, que incluyen el sufrimiento y la humillación de uno mismo, pero también de la pareja.

El trastorno sadomasoquista perjudica la capacidad de mantener una relación sexual recíprocamente afectuosa, ya que el compañero de quien lo padezca, se siente un objeto dentro de la intimidad.

Implica, además, la presencia de dolor, humillación o subordinación. Y representa, para quienes la realizan, la fuente más importante de estimulación erótica o la vía para obtener la gratificación en el plano sexual.

En el hecho concurren un receptor que sería el “masoquista”, y un ejecutor al que se le denomina “sádico”. Una característica fundamental lo constituye el gusto del primero por infligir sufrimiento psicológico o corporal de forma repetida e intencional; y el goce del segundo al recibirlo.

Los encuentros significan, en múltiples ocasiones, la desigualdad de poder desde los papeles representados porque personifican la relación entre el amo y el esclavo. De esta manera, algunos sádicos necesitan una persona forzada para lograr el deleite y otros se excitan con una dispuesta al juego.

Entre los límites más severos que se pueden alcanzar figuran las lesiones corporales intensas, permanentes o letales con el fin de obtener la satisfacción sexual mediante técnicas de ligaduras, golpes o latigazos, semiestrangulación, pisoteo del cuerpo, manipulación abrumadora de las zonas erógenas mediante instrumentos como pinzas y tenazas, y el uso de juguetes sexuales con dimensiones excesivas o superficie irregular.

También sucede que el masoquista presenta dificultades para encontrar al cómplice ideal; razón por la que recurre a la autoflagelación, y en determinadas circunstancias, resulta una causa involuntaria de muerte.

La sociedad está cada vez más fascinada por la exploración de su intimidad sexual y experimentan nuevas formas para lograr el máximo placer erótico. Pero es importante que las actividades seleccionadas con ese objetivo no transgredan la integridad física y moral de uno mismo o de otras personas.

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