Nacido el 31 de marzo de 1892, en San Luis, oriente de Cuba, Félix Benjamin Caignet Salomón fue hijo de padre francés y madre cubana, dueños de un cafetal catalogado como el mejor del oriente cubano.
Estudió solo hasta cuarto de primaria y abandonó la escuela para ayudar en el sustento de la familia. Llegó a convertirse en gran autodidacta. Se volvió un devorador de todos los libros que caían en sus manos, en particular los de Jacinto Benavente y de los hermanos Álvarez Quintero.
“Los libros –decía Caignet– han sido mis maestros”. Incluso libros técnicos, que después usó para documentar sus historias.
A los siete años de edad se establece con su familia en Santiago de Cuba. Desde muy joven manifestó su personalidad particularmente original y creadora.
Nunca realizó estudios musicales. Hizo literatura y periodismo. Fue escritor y autor musical, poeta, narrador, actor, pintor, músico, cantante y animador. Laboró como mecanógrafo oficial de sala en el Tribunal de Santiago de Cuba.
En esa provincia, en 1914, debutó como imitador y en las piezas de teatro infantil Las aventuras de Chilín, Bebita, y el enanito Coliflor, en las que hacía las voces de los personajes y los efectos de sonido.
Colaboró en la revista habanera Teatro Alegre, a la que reportaba reflejando el quehacer artístico de Santiago de Cuba.
A partir de 1918, El Diario de Cuba, lo reseña como miembro de la Asociación de Reporteros y le asigna una sección titulada Vida Teatral, que asume con su primer apellido.
En 1920 Enrico Caruso, el mejor cantante lírico del mundo, visita La Habana para actuar en el Teatro Nacional, Caignet le escribe diciéndole que lamenta no poderlo escucharlo personalmente, porque su situación económica no le permite trasladarse a La Habana.
Gracias a la invitación que le envía Enrico Caruso para que presenciara sus ocho funciones, llega a La Habana en 1920 y allí se establece.
Sus playas, su música, el ir y venir de su gente, hacían de La Habana un lugar privilegiado para que fuera visitada por personalidades, como la cantante y bailarina Josephine Baker, la declamadora Berta Singerman, la bailarina de ballet Anna Pavlova, y hasta el premio nobel de Física 1921, Albert Einstein.
En la urbe, Caignet dio rienda suelta a todo su potencial y empezó a escribir en la revista Bohemia, reconocida en toda Latinoamérica, y en el diario El Sol.
Se le considera como uno de los fundadores de las radio y tele-novelas en América Latina. Su radio-novela El derecho de nacer, constituye una obra antológica en el género que alcanzó en Cuba, e incluso fuera de ella, una enorme radio audiencia.
La novela se convirtió en uno de los fenómenos de masas más influyentes del continente a mediados del siglo XX. En 1949 se transmitió en Venezuela por Radio Continente y el resultado fue similar al de Cuba: nadie dejaba de estar pegado a la magia de la radio para deleitar el gusto con los capítulos de la novela.
En cierta ocasión le contó a Orlando Castellanos, fundador de Radio Habana.
“Los que escuchaban mis novelas tenían el dolor y la amargura tan arraigados que no lloraban jamás por su dolor, porque les parecía hasta lógico, y aprovechaban la emoción de los personajes que sufren para asociarse al dolor de esos personajes ficticios y llorar con aquellos su propio dolor”.
Caignet, era apodado con los sobrenombres de “el rey de las lágrimas”, “el más humano de los autores” y “el padre del melodrama”.
Escribió alrededor de 200 comedias y sobre 300 obras musicales: sones, guarachas, boleros, guajiras, música infantil, decenas y decenas de composiciones de honda raigambre cubana surgen de su fecunda inspiración. Tal vez las más conocidas son: Frutas del Caney, estrenada por Franz Antúnez y popularizada por el Trío Matamoros; Te odio, que recreó Rita Montaner el 18 de abril de 1928 en el Teatro Payret (en La Habana); Carabalí, Montañas de Oriente, Quiero besarte, Mentira, En silencio…
Félix B. Caignet muere en La Habana, el 25 de mayo de 1976. A su memoria, en el momento de su sepelio, en el Cementerio de Colón, se dejan escuchar las notas de Te odio, su canción más popular, y seguidamente, Sin lágrimas, cantadas a capella por el Dúo de las hermanas Martí.
El 25 de diciembre de 1992, sus restos fueron trasladados a la Ciudad de Santiago de Cuba, atendiendo a su deseo de descansar junto a sus padres, frente a las lomas de El Caney.