
Cuando inició septiembre, y con él nuestras primeras prácticas preprofesionales, Bayamo nos dio la bienvenida, para que emprendiéramos el insospechado, viaje por la prensa plana.
Un conjunto de nervios y emociones nos dominó sin dirección ni sentido. Éramos estudiantes, apenas estrenados en la carrera de Periodismo, y estábamos ahí, en el semanario La Demajagua, para comenzar a vivir el indescriptible placer de la profesión escogida.
Publicar en ese periódico aún parecía un sueño inalcanzable, pero todo transcurrió de manera inmediata y, apenas después de la presentación de los tutores, nos transmitió seguridad, y nos hizo sentir la sensación de formar parte, desde siempre, de aquel quijotesco equipo de trabajo.
Han pasado cuatro semanas surtidas de ilusión, conocimiento y responsabilidad, suficientes para convencernos de que, como dijera Gabriel García Márquez, es este el mejor oficio del mundo, al que empiezas con la voluntad de que aquello que escribimos va a ser lo mejor que se ha escrito nunca, porque luego siempre queda algo de esa voluntad.
A La Demajagua le deberemos esa confirmación, los primeros pasos en la práctica de escribir, el reconocimiento de la superación personal constante, la posibilidad de afrontar los miedos y creernos capaces, el sentirnos más cerca los unos de los otros, el empatizar con los problemas y aspiraciones de nuestros semejantes.
Hemos aprendido a enamorarnos del color y textura del periódico, de su diseño y contenido, a recibir con lágrimas de felicidad nuestras primeras publicaciones, el gran sueño para todo joven que anhela integrar la vanguardia periodística cubana.
Antes de nosotros, en aquella redacción que ya cumple 45 años de creada, se estrenaron otros, y otros más llegarán, a vivir la experiencia inolvidable de trabajar junto a profesionales que aman, como nosotros mismos, el cautivador arte de las letras.
La Demajagua es fragua de periodistas.