Gloria y destino

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Por Aldo Daniel Naranjo (Historiador) | 1 marzo, 2024 |
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Carlos Manuel de Céspedes/ óleo de Amaury Puebla Palacio

En la madrugada del domingo 1 de marzo de 1874, hace 150 años,  llegó a la ciudad de Santiago de Cuba el cadáver de Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, quien había muerto en el desigual combate en San Lorenzo,  en la Sierra Maestra, dos días atrás.

Era custodiado por un destacamento del cuarto batallón Cazadores de San Quintín, al mando del coronel José López López. El ilustre prócer bayamés, ex presidente de la República de Cuba en Armas, solo vestía calzón y camisa.

El cadáver fue recibido a las 8:00 a.m. en el muelle de la Capitanía del Puerto por el jefe de la Policía de Santiago de Cuba, capitán Gabino Izquierdo, acompañado de una docena de militares.

Mientras se realizaba la entrega formal del cadáver, el mismo fue colocado debajo de un árbol frente a la Comandancia de Marina. Serían cerca de las 9:00 a.m. de la mañana, cuando trasladaron el cuerpo de Céspedes en una carretilla hasta el Hospital Civil, ubicado en la Loma del Tivolí.  En la entrada de la institución recibió el cadáver el practicante de Medicina Manuel Tur y Tur, siendo custodiado al interior de la institución por cuatro soldados con bayonetas caladas.

En el primer salón un médico militar procedió a reconocerlo. En la revisión del cuerpo metió el dedo meñique en el orificio de la tetilla izquierda, donde había recibido el disparo mortal, y, sencillamente, comentó que el orificio había causado por una bala de revólver. Esta manera muy curiosa de examinar del experto llamó la atención del resto del personal médico. Los calibres de las balas del revólver Remington no tenían mucha diferencia de los fusiles de esta misma marca. Por tanto, no podía ser un dictamen conclusivo. Además, el cuerpo fue examinado por el médico Manuel Yero Abad, natural de Bayamo.

Esa mañana,  llegaron a identificar el cuerpo su pariente Ángel Céspedes y los paisanos Manuel Yero Buduén, Francisco Dellundé y otros más. El cuerpo  aún estaba semidesnudo y podían apreciarse los golpes recibidos en la cabeza y el balazo en el pecho. Ellos no querían dar crédito a aquella hecatombe, pero ante la aplastante certeza quedaron destrozados del dolor.

Asimismo, acudió el comandante general de Oriente, brigadier español José Sabas Marín González, acompañado del capitán de voluntarios Pelegrín Carulla, quien había residido muchos años en Bayamo y Jiguaní.

El capitán de voluntarios Peregrín Carulla se acercó y examinó la cara del muerto detenidamente. Entonces exclamó: “¡Es Carlos Manuel de Céspedes! Me era bien conocido por amistad que nos había unido antes de la guerra”.

El gobernador José Sabas Marín no mostró sorpresa porque ya había recibido los informes del jefe del cuarto batallón de San Quintín, coronel José López, notificándole que el muerto era el principal dirigente de la guerra de los cubanos contra España.

DURANTE LA EXPECTACIÓN PÚBLICA

A la 1:00 p.m. el brigadier José Sabas Marín ordenó trasladar el cadáver al edificio contiguo al Hospital Civil, conocido como La Intendencia, para ser expuesto a la expectación pública durante cuatro horas. Lo colocaron encima de una mesa ordinaria de pino blanco, en el salón de la entrada, en el ángulo de la esquina.

La noticia de que el cadáver del ex-presidente de la República de Cuba en Armas estaba ahora en La Intendencia atrajo la atención de muchísimas personas, que colmaron la entrada del edificio y el patio para ver los restos del hombre del grito de La Demajagua.

Uno de los que acudió fue Calixto Acosta Nariño, corresponsal secreto de Céspedes en Santiago de Cuba, bajo el seudónimo de “Miguel Davis”. Este patriota, ese mismo día, escribió una carta a Ana de Quesada, la esposa de Céspedes y emigrada en los Estados Unidos, donde le contaba que había visto la herida del ilustre libertador en la tetilla izquierda, el ojo derecho muy amoratado y el cráneo hundido.

En esta misiva señaló: “Según opinión de algunos él mismo Céspedes se quitó la vida; pero que las fieras, sus enemigos, lo maltrataron después de muerto, pues lo del cráneo se cree que fueran algunos culatazos”.

El periódico santiaguero La Paz contó a sus lectores que en el Hospital Civil estuvo a la expectación pública el cadáver de Céspedes y que un inmenso gentío se aglomeró en el lugar con el propósito de contemplarlo. En un lenguaje marcadamente proespañol informaba que la atracción, más que todo, era estimulada por el deseo de “ver los restos del hombre que declarándose enemigo de la nacionalidad, se proclamara, o proclamaron Presidente de la soñada República Cubana, contando para tan difícil empresa con la cooperación de otros ilusos, vivos algunos y la mayor parte hoy con su mundo de irrealizables esperanzas en el silencio de la tumba fría”.

Vaya manera de hacer la necrología de un muerto tan importante para el colonialismo español: ¡Enemigo de la nacionalidad! ¡Ilusos luchadores por la libertad! Si en el primer enunciado hablaba de que Céspedes renegaba de la nacionalidad española estaba en lo cierto, pero estaba completamente equivocado si quería decir que era enemigo de la nación hispana, porque su esfuerzo era para sacudirse el yugo de una feroz tiranía no para romper lazos de afectos con la Madre Patria.  La denodada lucha de los cubanos -con la ayuda de una buena cantera de españoles justos y honestos-  era para forjar definitivamente su propia nacionalidad, la cubana, como un timbre de gloria a un pueblo que ya sabía andar solo por el mundo.

En una carta que Calixto Acosta dirigió, unos días después,  al coronel Carlos Manuel de Céspedes y Céspedes le decía: “Han sido días de luto para la ciudad: pues los enemigos mismos han respetado su cadáver y no han hecho demostración alguna de alegría”.

El remitente confesaba a sus amistades revolucionarias que por su mente pasaron reflexiones y amargos desengaños por la forma solitaria en que había muerto y la ingratitud de que había sido víctima.

En tanto, el periódico mambí El Boletín de la Guerra, publicado en Camagüey, el 23 de abril de 1874, después de reseñar la manera macabra en que los españoles asesinaron a Céspedes, subrayaba: “CARLOS MANUEL DE CÉSPEDES, como gobernante, pertenece a la historia que juzgará sus actos: como patriota firme y decidido por nuestra Independencia, desde el 10 de Octubre de 1868 pertenece al pueblo de Cuba que siempre recordará su nombre con gratitud y su muerte con indignación”.

ENTERRAMIENTO EN EL CEMENTERIO DE SANTA IFIGENIA

A las 4:30 p.m. concluyó la expectación pública del cadáver de Carlos Manuel de Céspedes. El general José Sabas Marín dio la orden de que Céspedes fuese enterrado en una fosa común en el cementerio de Santa Ifigenia, guardando el mayor secreto sobre ese lugar.

Fue colocado en el carromato fúnebre de los menesterosos, llamado popularmente “La Lola”, siendo acampado únicamente por un piquete de soldados.  Fue enterrado en la simple tierra, sin ser amortajado, enmarcado en las fosas marcadas con los números 1 y 2, en la primera hilera del patio G.

Nada indicaba bajo la tierra parduzca el punto exacto en que había sido enterrado el iniciador de la revolución cubana, el General del Pueblo.

Pero los buenos cubanos, los admiradores de los inmensos sacrificios del gigante de Bayamo, como Calixto Acosta, José Joaquín Navarro y Villar y Luis Yero Buduén, en los días siguientes preguntaron a los custodios de la necrópolis y dieron con los negros cavadores de la fosa.

Entonces, el 3 de marzo de 1874, marcaron el sagrado lugar y juraron preservar los preciosos restos del Padre de la Patria hasta la hora del triunfo definitivo. De este juramento participaron el celador José Caridad Díaz, el moreno Prudencio Ramírez, el negro Fernando Gómez y dos negros originarios de África, José María y Pedro Acosta. Con la habilidad, discreción y sentido del deber de cada uno de los buenos patriotas santiagueros se preservaron los restos mortales de Céspedes para la posterioridad.

Dentro de la necrópolis los restos de Céspedes fueron colocados en varios lugares hasta la construcción de un bello mausoleo, digno de su excelsa personalidad. Este conjunto escultórico fue inaugurado el 7 de diciembre de 1910, en el que tomaron parte Emilio Bacardí Moreau y su esposa Elvira Cape Lombard.

CUATRO FIGURAS SAGRADAS UNIDAS POR LA HISTORIA

La cuarta exhumación de los restos de Céspedes tuvo lugar el martes 10 de octubre del 2017, constituyó uno de los actos más emocionante de veneración y amor patrio tributado por el pueblo de Cuba al extraordinario héroe. A la vez ocurrió lo mismo con los de Mariana Grajales Cuello, la madre de los Maceo.

Los dos panteones fueron trasladados intactos para el área central patrimonial del cementerio, en la parte delantera de la necrópolis, donde también descasaban los del Héroe Nacional José Martí y el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.

A los 149 años del inicio de las guerras de independencia tuvo lugar un acto político y una ceremonia militar, con la presencia del General de Ejército Raúl Castro Ruz, primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y presidente de los Consejos de Estado y de Ministros.

El sonido de la campana de La Demajagua -llevada desde el otrora batey azucarero de Céspedes, en la comarca Manzanillo- indicó el inicio de la ceremonia. Se escucharon las notas del Himno Nacional y 21 disparos de salva de artillería. Una guardia de honor de forma permanente quedó en este sagrado altar de la Patria.

De esta manera, quedaba reafirmada para siempre, en la cercanía ideológica y espiritual de Céspedes, Mariana, Martí y Fidel la legitima continuidad de la Revolución. A partir de entonces, los cuatro unidos en la gloria combativa y en la veneración de su pueblo.

Digna tumba de Céspedes en el cementerio Santa Ifigenia

 

 

 

 

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