Gracias, educadores

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Por Orlando Fombellida Claro | 23 diciembre, 2020 |
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De cuán importantes son en nuestras vidas los maestros y profesores en cuyas aulas un pupitre ocupamos, no tenemos conciencia plena cuando somos sus alumnos, sino al pasar el tiempo.

Ahora quisiera recordar los nombres de todos –son unos cuantos- los docentes que tuve ante mi, junto a negros o verdes pizarrones, telas para escribir con marcadores y pantallas de proyectores.

Blanca era su nombre y también la piel, de mi primera maestra; atractiva, de elegante vestir, que viajaba de la ciudad de Banes, en la actual provincia de Holguín, a impartir clases a los  muchachos del barrio Santa Justa, en un local de la vivienda de Lorenzo Ricardo y Elisa Fernández, cedido por ellos para utilizarlos como aula.

Le siguieron otras, en la escuela nueva construida por los vecinos con ayuda estatal. Una de ellas era de Santiago de Cuba y me dio la oportunidad de ser “actor” por una noche, al montar una obra de teatro con varios alumnos -en la cual tuve un papel de príncipe-, muy aplaudida por el público presente: padres y otros familiares de los educandos.

Además, me regaló, con una dedicatoria de su puño y letra, el libro Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, que leí y releí muchas veces hasta que lo perdí.

Ana, también citadina, fue otra de mis primeras educadoras, a quien acudí a pedir ayuda para continuar estudios, pues en el curso siguiente al de haberme graduado de sexto grado, no había podido hacerlo.

Ella no pudo solucionar la situación, pero me sugirió la variante para hacerlo. En algunas de las ocasiones en que voy a Banes la veo, no ha perdido la dulzura de la voz y ternura de la mirada.

De la secundaria básica recuerdo a Guerrita, profesor de Historia, quien al concluir sus clases tenía la parte delantera de los pantalones llena de polvo de tiza, de subírselos a cada rato con los puños cerrados; a Blanquita, toda una cátedra en Español; al profesor de Educación Física, que me elogió por correr, decía, como un galgo, al de Educación Laboral, que ponía un reloj despertador en su mesa de trabajo.

Del estudio, mediante cursos por encuentros, de la Facultad Obrero-Campesina, un curso de nivelación y la carrera de Licenciatura en Periodismo, todos en Holguín, también recuerdo a varios profesores, algunos de los cuales viajaban desde Santiago de Cuba a impartirnos determinadas asignaturas, otros eran periodistas en ejercicio.

Al cursar un diplomado de un año en la escuela superior del Partido Ñico López, y cursos en el instituto internacional de periodismo José Martí, ambas instituciones en La Habana, y una Maestría en la Universidad de Holguín, tuve profesores sencillamente magníficos.

Extensa es la relación de educadores frente a los cuales estuve y son muchos los conocimientos que me transmitieron, también valores morales y éticos.

Por tanta desinteresada entrega, gracias, muchas gracias, queridos y admirados educadores.

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