
Cuando el huracán Melissa estremeció la provincia de Granma, el 28 de octubre, tres centros de la Universidad de Granma se transformaron, de la noche a la mañana, en refugio y bastión de esperanza para cientos de evacuados.
Allí, lejos de sus familias y de la rutina académica, jóvenes estudiantes de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), se crecieron con valor, entereza y entrega, al frente de la atención a damnificados y posteriormente en las labores de recuperación.
A propósito de conmemorarse este 20 de diciembre el aniversario 103 de esta organización estudiantil La Demajagua, conversó con algunos de los universitarios que desafiaron el viento y la lluvia; otro huracán de solidaridad se imponía antes las difíciles circunstancias.
Un centro que se convirtió en refugio

Manuel de Jesús Núñez Hernández, estudiante de quinto año de Medicina Veterinaria y secretario de Docencia e Investigación de la Universidad de Granma, recuerda que la sede central de Peralejo ni siquiera estaba concebida inicialmente como centro de evacuación.
“La sede no se tenía prevista como centro de evacuación, fue de momento, y lo más importante era preservar la vida humana”, comenta, mientras repasa aquellas horas tensas.
“En un principio estaba previsto evacuar eran alrededor de 200 personas pero prácticamente duplicamos la cifra a 450 por la necesidad imperiosa de salvar vidas”.
“En ese momento nos convertidos en improvisados psicólogos, terapeutas y artistas; buscábamos siempre la manera de distraer a los que perdieron todo, ganado, casas, cultivos…pero nunca dejaron de sonreír, refiere.
Hijo de Santiago de Cuba, una provincia con larga experiencia frente a ciclones, Manuel vivió la dualidad de cuidar a otros mientras pensaba en los suyos,
“Con la familia prácticamente todos los días me comunicaba para decirles: tomen esta medida, cuídense mucho, igualmente preguntaba por mis vecinos del barrio y amigos… Gracias a Dios estamos vivos”, enfatizó
Más allá del momento del desastre, Manuel lleva a cuestas otra sensibilidad: la que lo llevó a elegir su carrera de Veterinaria.
“Siempre acogía muchos perritos en la casa, a veces andaban perdidos les daba de comer y los curaba, eso me despertó amor por los animales, lo cual me motivó a estudiar la especialidad”, subraya.
Su proyecto profesional se enlaza con la docencia; trabaja en la universidad como profesor de la carrera pues también siente pasión por el magisterio.
Tristeza y valor

“Fue triste, escuchaba decir a las personas: yo dejé mi casa, dejé familiares allá, aunque yo estaba también preocupada por mi familia, les daba ánimos, hacía que se rieran, les contaba cuentos, me llenaba de valor y optimismo para que se sintieran bien”, relata la tunera Marialys Karla Quezada González, estudiante de primer año de Medicina Veterinaria quien, según cuenta, optó por la especialidad porque los animalitos, necesitan del amor y la protección, al igual que los humanos.
“Fueron momentos intensos durante los días del huracán, estuve directamente atendiendo evacuados junto a mis compañeros, hasta que salimos adelante; a pesar de la tensión y la presión fue una experiencia bonita porque te deja recuerdos para toda la vida”.
“Me sentí fuerte y segura, al saber que estaba ayudando a las personas con un abrazo, compasión y mucha ternura”, resalta.
Deber y una noche en vela

En el campus dos, en Bayamo, la responsabilidad recayó sobre hombros muy jóvenes como los de Yordan David Espinoza López, estudiante de primer año de Licenciatura en Economía. Originario de Boca de Cautillo, en la ruta hacia Cauto Cristo, esa noche estaba de guardia en la institución cuando los vientos de Melissa arreciaron.
“El ciclón llegó a horas de la madrugada, hacía mucho viento y en ese momento tuve que actuar ante el peligro con rapidez; saqué a los evacuados para el pasillo por miedo a que se rompiera alguna ventanas”.
“Fue una escena tensa entraba mucho viento y agua, pero a pesar del temor, me mantuve en mi puesto, quería cumplir mi deber de protegerlos y apoyarlos donde habían niños de dos meses”, rememora.
Señala que del mal momento surgieron nuevos amistades con los cuales mantiene comunicaciones.
“Aún me llaman preocupados por mí y mis compañeros, incluso algunos nos vienen a visitar; para mis son mi segunda familia.
Mientras cuidaba a quienes no conocía, también sufría por los suyos, su zona se inundó y sus allegados tuvieron que evacuarse, pero con nostalgia relata que las llamadas, sobre todo de su madre, fueron el hilo que lo sostuvo en medio de la incertidumbre.
El aprendizaje de la empatía

En el campus 2, otra historia de entrega la protagonizó Rusmery Velázquez Rosabal, estudiante de primer año de Derecho, proveniente de Bartolomé Masó.
Durante la evacuación, estuvo al frente de la atención directa a las personas acogidas.
“Es algo bonito ver cómo uno puede contribuir y ayudar a las demás personas, aunque es y difícil interactuar con quienes han perdido sus pertenencias por el impacto psicológico que causa escuchar sus anécdotas”, apunta, al tiempo que escenifica el acontecimiento.
“Había muchos niños, eran más o menos 39 en un solo albergue, sin contar el del frente, también ancianos, y personas vulnerables; observé que los rostros reflejaban tristezas, sorpresas, preocupación, ansiedad, pero también alguna sonrisa escapada, diálogos extrovertidos y animosos. Sentimientos encontrados en medio del tormentoso bullicio de las ráfagas y el viento.
“Entonces pensaba: si hubiera sido yo, me gustaría que quienes nos acogieron me diera un abrazo, un hombro para llorar o me relataran un cuento para reír; por eso me siento bien, por haber contribuido a apoyar a los que más lo necesitan, significa la futura profesional de la abogacía.
Juventud y esperanza
Las historias de Manuel, Marialys, Yordan y Rusmery resumen el espíritu de decenas de universitarios granmenses que, en medio del miedo y la incertidumbre, eligieron la solidaridad, el deber y la empatía.
Con un termo de café, una mano en el hombro, una broma o un abrazo, convirtieron aulas y residencias en refugios de humanidad.
Para ellos, Melissa no solo fue un huracán meteorológico, sino una prueba de carácter y compromiso que los acompañará toda la vida.
Y para quienes los vieron actuar, estos jóvenes demostraron que la universidad no es solo un espacio de formación académica, sino también una escuela de valor, sensibilidad y responsabilidad social.
