A José Fernández Vega no le pudo haber correspondido mejor nombre, acaso porque por esas indescifrables cosas de la vida, llegaría a este mundo, no solo con el nombre del Apóstol, sino que, como él, vino a hacerle honor al mejor oficio del mundo.
Y no defraudó nunca tanto privilegio. Por eso, cuando su reciente partida física (el pasado 11 de diciembre) se hizo noticia en medios tradicionales y digitales, corrió por esos canales un torrente de reconocimiento a su fecunda y ejemplarizante trayectoria como periodista.
Tantos en el gremio sintieron una necesidad ineludible de honrarlo, no solo por su agudeza y veracidad, sino por haberse adueñado de una sensibilidad no tan común en estos tiempos, y que lo convirtió a la vez en guía y amigo de los colegas a quienes dirigió en los medios de prensa.
Nació en humilde familia de Gibara, en 1947, en tiempos duros que le hicieron iniciarse en la vida laboral con apenas nueve años, como aprendiz, a media jornada, en una imprenta de Las Tunas, y más tarde como ayudante y operario en dos similares de Bayamo.
Entre esos amasijos de hierro, sin dudas, nació el brillante periodista que fue, profesión en la cual se graduó en 1972, en la Universidad de La Habana, como primer expediente de su grupo.
Su vínculo con el periodismo lo desempeñó como corresponsal juvenil, y a los 17 años fue asignado al santiaguero periódico Sierra Maestra, como formalista, su primer empleo en el sector, al que le sucedieron el de reportero, jefe de página, de redacción, y tras el Primer Congreso del Partido, director del medio.
Al crearse las nuevas provincias orientales, el Comandante Juan Almeida le solicitó fundar el periódico La Demajagua, en Granma, tarea que requirió consagración, notable esfuerzo, y una voluntad de la que aún hablan quienes se unieron a él en aquella empresa, hecha uniendo hierros y artefactos que llegaban de todas partes. Se desempeñó como director de nuestro periódico, entonces diario, durante cinco años, sin dejar de ejercer el oficio periodístico.
En 1981 es promovido a jefe de Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR) del Partido en Granma. En esta etapa, se le encomendó dirigir la conclusión del montaje del periódico 5 de Septiembre, en la provincia de Cienfuegos, y más tarde fungir como inversionista del nuevo edificio del periódico La Demajagua, inaugurado por Fidel.
Recién iniciada la colaboración cubana con el nuevo gobierno progresista de Suriname, se le designa por el Comité Central del Partido para cumplir misión internacionalista (1981-82) como asesor del presidente de ese país, para la organización de la información como mecanismo de movilización popular.
Por su ejecutoria como periodista y experiencia como directivo de la prensa, se promovió a funcionario del Comité Central, en 1985. En estas funciones se desempeña como jefe de la Sección de Análisis y más tarde en la atención a la prensa escrita, la información nacional, y en particular las coberturas periodísticas a las actividades del Comandante en Jefe.
Dejó Pepito, como todos le conocían, una engrosada hoja de servicio imposible de incluir en esta página, y en la cual se incluyó el desempeño como Jefe de Despacho de José Ramón Machado Ventura, entre 1996 y 1998, y finalmente, y por 25 años, director de la revista Bohemia, cuyos lectores le agradecen el haber recuperado el periodismo de investigación con la Sección En Cuba y las páginas de opinión.
Un sinfín de reconocimientos avalan su trayectoria: diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular en su séptima legislatura (2008-2013); declarado hijo ilustre de Bayamo (2009) y Gibara (2018); galardonado por las FAR en 2018 con la réplica del machete del Generalísimo Máximo Gómez, y acreedor de las distinciones Raúl Gómez García, del Sindicato de Cultura (1982); 28 de septiembre, de los CDR (1984); Félix Elmuza, de la UPEC (1996), entre otros.
Pero, el más importante de todos, es el amor y el respeto que, sin proponérselo su naturaleza sencilla, dejó entre quienes le acompañaron en ese andar asido a la pluma y la palabra.
HUELLAS EN SU PERIÓDICO
Hace algunos años atrás, puntualmente en octubre de 2017, en entrevista publicada por este semanario, a propósito de un aniversario más de su fundación, José Fernández Vega, aseguró con el orgullo de quien jamás abandona su hogar: “Yo sigo siendo de La Demajagua, porque sigo siendo bayamés”.
Así lo han sentido siempre colegas con los cuales compartió los primeros avatares del órgano informativo granmense.
“Al periódico llegaba, por lo general, avanzada la mañana, recién bañado, afeitado y vestido con elegancia, preguntaba cómo iba la confección de la edición del día siguiente, cogía el file con los materiales de la página primera, se sentaba al lado del diseñador, le indicaba en qué lugar iba cada trabajo y cómo, o sea, arriba, abajo, en el centro, en recuadro, y le hacía los correspondientes títulos.
“Como yo había trabajado un tiempo de auxiliar de producción en la imprenta en la cual se editaba el semanario Antorcha, en Banes, me llamó la atención el dominio de Pepito para confeccionar títulos a mano, letra a letra, y verlo apartar a un emplanador bisoño de los que entonces estaban en el taller en el que era confeccionado La Demajagua, recogerse las mangas largas de la camisa y terminar la tarea.
“En no pocas ocasiones, estaba en el periódico hasta ver salir, en la madrugada, los primeros ejemplares de la edición correspondiente. No hay dudas de que estaba más tiempo en el trabajo que en la casa.
“Lo vi hablarle fuerte a miembros de su Consejo de Dirección y trabajadores, y al poco rato, ponerle una mano en un hombro y decirle: vamos a tomar café.”
Así lo recuerda el reportero Orlando Fombellida Claro, quien resalta en el guía y compañero, el olfato periodístico, una de las tantas cualidades por las cuales siempre se le recordará en el semanario bayamés.
Mientras, María Valerino San Pedro, lo define como un ser humano digno de admirar no solo por su talento y profesionalidad, sino, sobre todo, por la rapidez de sus respuestas certeras, por la justeza con que obraba, la lealtad y la comprensión.
“No importaba si la diferencia de edad era mucha o poca con respecto a su interlocutor. Era el amigo con que valía la pena conversar, el hombro para recostar la cabeza y enjugar las lágrimas, el hombre en que se unían la jocosidad de su carácter y a la vez la rectitud”
“Pepe, coincide Ángela Valdés García, también fundadora de este hoy semanario, es uno de esos hombres dotados de cualidades sorprendentes, mitad sueños, mitad historia, un político que refrendó su obra con ejemplo y dedicación, un periodista de alto quilate distinguido por su sagaz poder de síntesis, capacidad de análisis y evaluación informativa, un jefe fuera de serie, querido y respetado.
“Lo recuerdo cuando lo conocí casi medio siglo atrás, en Santiago de Cuba, estudioso, culto, rebelde, exigente, amigo, compañero, impecablemente vestido, amante de las bromas, conocedor de la prensa plana desde el taller hasta la digitalización contemporánea.
“Para él y nosotros, La Demajagua es nuestra obra maestra, allí estudiamos, crecimos, enrumbamos y nos hicimos fuertes. Aquel pequeño grupo de fundadores y la actual generación rinde hoy homenaje a su capitán Fernández Vega”, resumió la extraordinaria reportera, consciente de que estas pocas líneas no pueden alcanzar la magnitud del legado que, para las actuales y futuras generaciones de periodistas cubanos, deja Pepito.
Solo baste con asegurar que allá, donde fue, seguirá empuñando su pluma aguda, sagaz y visionaria.