
Es difícil resistirse a lo verosímil del paralelo entre dos seres humanos distanciados tanto geográficamente como en sus tiempos. Si Plutarco, historiador y filósofo moralista griego, uno de los grandes de la literatura helénica, los hubiera vivido, tal vez estarían incluidos en su obra más distinguida: Vidas paralelas, una serie de biografías de griegos y romanos famosos, elaborada en forma de parejas.
Pero el mayor de los sacerdotes de Apolo en el Oráculo de Delfos se perdió una de los más eximios símiles. José Martí y Ho Chi Minh se hablaron en su prédica, en su poesía, en sus ideales y en sus patrias.
MÁGICO PARALELO
No se conocieron, y uno, el cubano, ni siquiera supo del otro. El día que este cayó en combate en Dos Ríos, hace hoy 130 años, por liberar a su tierra del yugo español e impedir que otro más cruel –de colmillos imperiales–, se apoderara de ella y de América Latina y el Caribe, el vietnamita cumplía cinco, correteando en la aldea de Kim Lien, donde nació, en esa misma fecha, pero de 1890. Es decir, hace hoy 135 años.
Más allá de esa analogía, estos dos hombres labraron una obra de excelsa humanidad en favor de sus pueblos y de las causas justas del mundo. Si Martí hubiera nacido en Vietnam, abrazaría las ideas del Tío Ho; como este, de haber venido al mundo en Cuba, no dudaría en seguir los pasos del Apóstol de la Independencia de la Mayor de las Antillas.
Estaban marcados por un optimismo a flor de piel, que palpitaba en la justeza de los principios que defendían. «Mi pensamiento no desaparecerá», afirmó Martí, y ha sido guía y paradigma de la obra de una Revolución invicta que hoy resiste y triunfa. Ho Chi Minh, en su testamento político, en su postrer 1969, lanzó una sentencia que seis años después comenzó a convertirse en un hecho, para ser hoy una certeza y una bella realidad que asombra al mundo: «Derrotados los norteamericanos construiremos una patria diez veces más hermosa. No importa cuántas dificultades nos depare el futuro, nuestro pueblo está seguro de que obtendrá la victoria total. Los imperialistas norteamericanos tendrán que retirarse, nuestra patria será reunificada». Así ocurrió hace 50 almanaques, el 30 abril de 1975.
Martí y el Tío Ho son esencias de sus pueblos. El exilio los llevó a otras tierras para retornar a la suyas a hacer patria; curtieron y le dieron el acabado independentista a sus proyectos emancipadores en los mismos centros de poder que hostigaron a sus compatriotas. El vietnamita, en Francia, y el cubano, en España y en Estados Unidos.
Sufrieron la cárcel, y de allí sacaron renovadas fuerzas; presos enfundaron sus ideales en versos; el del pueblo indochino en Diario de la Cárcel; y el de la calle de Paula, en La Habana, en Presidio Político.
El cuerpo está en la cárcel / y el ánimo se evade. / Y mientras más se eleve el corazón / más tendrá que templarse, cantó Ho Chi Minh. Y el más universal de los cubanos, en fascinante afinidad lírica, nos dejó la huella del encierro: ¿A qué hablar de mí mismo, ahora que hablo de sufrimientos, si otros han sufrido más que yo? / Cuando otros lloran sangre, / ¿qué derecho tengo yo para llorar lágrimas?
Los dos fundaron un periódico, y a ellos les sucedieron el Partido Comunista de Vietnam (PCV) y el Partido Revolucionario Cubano (PRC), signados por el principio sagrado de la unidad y, en consecuencia, guía de la independencia y de la justicia social de sus naciones.
Hace cien años, el 21 de junio de 1925, el Tío Ho creó Juventud, el primer periódico revolucionario de la nación indochina, en el cual el prócer vietnamita comenzó a promover la ideología del marxismo-leninismo, sentando las bases para la fundación, en febrero de 1930, del PCV, que ya cumplió sus 95 en este singular calendario de empastes entre Cuba y Vietnam.
Esa organización tuvo la impronta de su fundador, quien fue capaz de unir diversas nacionalidades, a varios líderes religiosos de no pocos sectores, a los campesinos, a los emigrados por cualquier razón. Es decir, desde su alumbramiento, fue un partido de todo el pueblo y para este.
Se vería forzada la frase de que cualquier semejanza con la obra martiana no es pura coincidencia, porque en la vasta virtud del hijo de Leonor y Don Mariano, no se lee la palabra socialista o marxista. Sin embargo, su precepto de «con todos y para el bien de todos» presupone, como su igual indochino, una creación holística e interconectada por el bien de la sociedad.
Patria fue el medio de prensa que Martí hizo nacer el 14 de marzo de 1892, paso imprescindible en el cumplimiento de las acciones encaminadas a lograr la unificación en el proceso de formación del nuevo Partido. Tanto que, en menos de un mes, el 10 de abril de 1892, se proclamó, formalmente, la constitución del Partido Revolucionario Cubano. En la portada del primer ejemplar del rotativo, Martí se muestra –aunque Ho Chi Minh aún no había nacido– con los mismos preceptos que su par asiático: «Patria nace para juntar y amar, y para vivir en la pasión de la verdad».
El PRC contó con un arcoíris ideológico en pos de unir a quienes se interesaban por el cese del colonialismo español, y su estructura le permitió a su Delegado que la organización actuará democráticamente, con lo cual se desplegaban las potencialidades de sus integrantes.
Esa es la razón, al decir de un profuso estudioso de la obra martiana, como Pedro Pablo Rodríguez, que favoreció enfrentar al enemigo anexionista que presionaba para la injerencia de Estados Unidos. «Cambiar de dueño, no es ser libre», aseguró el Maestro, en otra sublime conexión con la vida y obra de Ho Chi Minh.
COMO ALMAS GEMELAS
Como almas gemelas, la sensibilidad habitaba cada palmo de sus anatomías, y los dos sintieron la necesidad del magisterio y del amor por los más pequeños, porque veían en ellos el futuro que preconizaban sus pensamientos, o lo que es lo mismo, el mañana de luz de sus países.
Los niños cubanos han crecido, y crecen, en la admiración y el amor a Martí; y ese regalo de la coincidencia histórica y la sabia de Ho Chi Minh están al lado de ese sentimiento. Por eso el vietnamita es querido y añorado, desde que cada pequeñín lo descubre, al lado de Cuba y de su Héroe Nacional.
«Cuando se educa a los niños, hay que inculcarles el amor a la patria, el amor a sus compatriotas, el amor al trabajo, el sentido de disciplina, la preocupación por la higiene, la sed de instrucción. Al mismo tiempo, hay que hacerles conservar intacta la alegría, la vivacidad, la naturalidad, la espontaneidad, la frescura de su edad. ¡Cuídese de no formar ancianos prematuros!».
Así les dijo Ho Chi Minh, quien, en carta a los estudiantes, en septiembre de 1945, les dejó una misión: «Que Vietnam se vuelva hermoso o no, que el pueblo vietnamita pueda ascender al escenario de la gloria para estar hombro con hombro con las potencias mundiales o no, depende en gran medida de sus estudios».
Martí, quien llamó a los infantes «los que saben querer», también les legó su poética prosa: «Las cosas buenas se deben hacer sin llamar al universo para que lo vea a uno pasar. Se es bueno porque sí; y porque allá adentro se siente como un gusto cuando se ha hecho un bien o se ha dicho algo útil a los demás. Eso es mejor que ser príncipe: ser útil».
Pudiera parecer algo paranormal o una conexión en otra dimensión, pero este desprendimiento martiano los amalgama también en el cariño a los niños y niñas. «El niño ha de trabajar, de andar, de estudiar, de ser fuerte, de ser hermoso: el niño puede hacerse hermoso, aunque sea feo; un niño bueno, inteligente y aseado es siempre hermoso. Pero nunca es un niño más bello que cuando trae en sus manecitas de hombre fuerte una flor para su amiga, o cuando lleva del brazo a su hermana, para que nadie se la ofenda: el niño crece entonces, y parece un gigante».
EN EL EMBRIÓN DE LA UNIDAD
En 1899, un año antes de que naciera Ho Chi Minh, se revela otro de estos misteriosos cotejos. José Martí le entregaba al mundo La Edad de Oro, una revista para niños que, sin embargo, trascendió ese destino. En ella se lee: «También y como los más bravos, pelearon, y volverán a pelear, los pobres anamitas, los que viven de pescado y arroz y visten de seda, allá lejos en Asia, por la orilla del mar, debajo de China». Es su relato Un paseo por la tierra de los anamitas, el pueblo del Reino de Anam, al que hoy conocemos como Vietnam.
«Si alguien encarnó el carácter de aquellos sobre lo que escribió José Martí fue Ho Chi Minh», aseguró Marta Rojas, la última periodista extranjera que entrevistó al Tío Ho, y que estuvo en la selva vietnamita cuando se luchaba por la reunificación nacional en ese país.
Ho Chi Minh, quien conoció la victoria de la Revolución Cubana, aquilató, como pocos, el gran significado de esta para llevarlo a su pueblo. «La solidaridad tiene un gran precio para nosotros. Desde luego, nos apoyamos primero en nuestras propias fuerzas, pero tenemos el apoyo material y moral de los demás pueblos y, por ejemplo, con esa suma de nuestras propias fuerzas y del valor de la solidaridad decimos: si los hermanos cubanos que están frente a las narices mismas de los imperialistas norteamericanos pueden enfrentarse a ellos, ¿cómo nosotros, a miles de millas, no vamos a poder luchar contra ellos y vencerlos?».
La línea del tiempo no los unió en ningún punto; la distancia entre sus pueblos, 16 000 kilómetros, tampoco. Pero la historia sacó de su manto protector el 19 de mayo, para imantarlos en la matriz gestora de sus patrias.
Ho Chi Minh dijo que «la raíz hacía fuerte al árbol y que la victoria tenía sus raíces en el pueblo». Cuba y Vietnam germinan a la sombra de ese árbol, porque tan honda comunión entre sus fundadores ha sido coronada con sus triunfos.
Por eso no es casual la profunda admiración por el Tío Ho, pues en él se siente a Martí; tampoco lo es que ambos pueblos hayan logrado su independencia definitiva, derrotando al imperio estadounidense, el más poderoso que haya conocido la humanidad.
No lo es que, después desafiar el tiempo y sus épocas, ellos continúen caminando por la misma senda, en la obra de sus pueblos. En consecuencia, no fue el azar el que ha hermanado a Cuba y a Vietnam en un destino que, por la savia de sus próceres, necesariamente tenía que ser socialista, porque es colosalmente humano y participativo.
Entonces, nada divino hizo que el compañero Raúl Castro Ruz se encontrara con Ho Chi Minh, y mucho menos que el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz fuera el único líder que pisara territorio vietnamita, cuando se combatía por la reunificación de esa nación.
No es ni providencial ni esporádica la continuidad que sus dos Partidos le dan hoy a tanta convergencia; ni incluso que el próximo 2 de diciembre, el mismo día que la Revolución Cubana comenzó a navegar con proa hacia el triunfo, los dos países lleguen al aniversario 65 de unas relaciones que son ejemplo para el mundo.
Martí y el Tío Ho fueron el embrión de la indestructible amistad que viven Cuba y Vietnam.
En uno de sus últimos sentimientos confesados, 52 días antes de que su corazón dejara de latir, el Tío Ho le dijo a Marta Rojas: «Quiero que lleves este mensaje a Cuba: Yo quiero muchísimo a los cubanos, desde los dirigentes hasta los niños, les envío saludos y deseo buena salud».
Cuando él le habló a Marta de ese amor por Cuba, Martí ya se había eternizado hacía 74 años. Pero su mejor discípulo, a quien convocó a hacer una Revolución, con todos y por el bien de todos, resumió en una frase, que el propio Apóstol, no hubiera vacilado en decir y cumplir. «Por Vietnam estamos dispuestos a dar hasta nuestra propia sangre».