
Corría el año 1953 y Bayamo como toda Cuba, sufría la crueldad y la mano sanguinaria del tirano Batista. Jóvenes revolucionarios, encabezados por Fidel e inspirados en las ideas de Martí, decidieron transformar la triste realidad de la nación y de este pedazo de tierra rebelde.
A tal efecto, concibieron un plan de ataque a los cuarteles Moncada (Santiago de Cuba) y Carlos Manuel de Céspedes (Bayamo), claves en su anhelo de obtener armas para ellos y para el pueblo, pues aspiraban a crear, en Oriente, un frente de lucha que se extendiera a todo el país, y les permitiera destronar el régimen dictatorial imperante.
Respecto a la elección del cuartel bayamés, escenario secundario de la acción del Moncada, Fidel Castro, en La Historia me Absolverá expresó: “A Bayamo se atacó precisamente para situar nuestras avanzadas junto al río Cauto”.
Luego, en julio de 1973, aclaró: “Nuestro propósito al tomar Bayamo era impedir el acceso por el puente sobre el Cauto, y dominar también el ferrocarril que pasa por aquella dirección desde Camagüey…”
El objetivo principal era impedir el paso de refuerzos hacia Santiago de Cuba, especialmente unidades batistianas acantonadas en Holguín y Manzanillo.
Para lograr estos fines, sería volado el puente sobre el río Cauto en Cauto Cristo, con lo que se impedía el acceso de refuerzos por la carretera central, y el puente sobre el río Bayamo para obstaculizar los refuerzos de la zona del Golfo del Guacanayabo.
Estas misiones debían ser ejecutadas por los mineros de Charco Redondo, y Pedro Celestino Aguilera sería el encargado de avisarles. En sentido general, se intentaría controlar la región del Cauto, nudo de importantes vías de comunicaciones terrestres, ferroviarias y telegráficas.
PREPARANDO EL TERRENO DE LA ACCIÓN
Con el objetivo de preparar la acción, el joven santiaguero Renato Guitart Rosell llegó a Bayamo comisionado por Fidel, a fin de localizar un hospedaje para los futuros combatientes. Aunque Renato Guitart contactó con varias personas en pos de encontrar el inmueble más adecuado a sus propósitos, mantuvo total reserva en cuanto al plan de asalto al cuartel local. De esta manera, alquiló el hospedaje Gran Casino, ubicado a tres cuadras en línea recta con la fortaleza. El negocio lo pactó con el dueño, Juan Manuel Martínez, conocido como Nené, en lo que tomó parte Abel Santamaría Cuadrado, segundo jefe del Movimiento, quien desde mediados de junio se encontraba en la provincia de Oriente.
El único vecino de Bayamo que conoció los verdaderos planes bélicos fue el matancero Elio Rosete Acosta, quien llevaba viviendo en la Ciudad Monumento Nacional siete años, se desempeñaba como representante de la distribuidora de refresco Canadá Dry y era amigo de Renato Guitart.
Sin embargo, no fue Renato Guitart quien le confió su importante papel en la operación, sino directamente Fidel, en un contacto que tuvieron en La Habana. Su actividad consistía en llevar a Raúl y Mario Martínez, en vísperas de la acción, ante la posta delantera del cuartel, vestidos de militar, y convencer a los guardias para que pasaran la noche allí. Una vez dentro y a la hora convenida, neutralizarían los soldados y facilitarían la entrada del comando.
Días previos a la acción, comenzaron a llegar las armas y uniformes a Bayamo, traslados desde La Habana en tren y escondidos en varias maletas. Una parte correspondió a Ramiro Sánchez Domínguez y Rolando Rodríguez Acosta, otra a Gerardo Pérez-Puelles Valmaseda y la tercera a Orlando Castro García.
El combatiente Ramiro Sánchez testimonió que Fidel Castro personalmente le entregó tres maletas y se interesó por la disposición de cumplir aquella tarea: “Nos explicó que las maletas tenían que llegar de todas formas a su lugar de destino. Fundamentalmente, eran fusiles calibre 22, escopetas calibre 12 y 16 y algunas pistolas y revólveres.”
El 24 de julio, en la tarde, salió de La Habana, en cinco máquinas, el resto de los combatientes destinados a la acción de Bayamo, entre ellos Elio Rosete. La recepción de todos fue al día siguiente, en el hospedaje Gran Casino, y afortunadamente la presencia de tantas personas no levantó sospechas.
FIDEL EN LA CIUDAD MONUMENTO NACIONAL
Como se esperaba la visita de Fidel Castro, el 25 de julio alrededor de las ocho de la noche, Raúl Martínez solicitó al personal que saliera a recorrer la ciudad y volviera tres horas después. Llegó a Bayamo a las nueve de la noche, en un Buick de 1952, manejado por el palmero Teodulio Mitchell Barbán.
Detuvo el auto frente a la base de ómnibus La Cubana, a unos ochenta metros de donde se hospedaban sus hombres. Transcurridos unos minutos, a los leves toques, abrió la puerta Raúl Martínez, quien estaba acompañado de Ramiro Sánchez y Orlando Castro. Al encuentro faltaron Ñico López, quien andaba por Cauto Cristo; Gerardo Pérez-Puelles, dentro de un cine con Juan Manuel Martínez, y Pedro Celestino Aguilera, que paseaba en coche por la ciudad.
El líder revolucionario chequeó la marcha del plan de Bayamo. Una vez dominada la fortaleza, gracias a la ayuda de Raúl y Mario Martínez, procederían a la divulgación del éxito del ataque por la emisora de radio, tomarían el centro telefónico y telegráfico, y realizarían la voladura de los puentes.
Aclarados todos los asuntos relacionados con la acción, Fidel miró su reloj de pulsera y automáticamente Raúl Martínez el suyo, acordando ambos sincronizarlos para que el ataque a los dos cuarteles fuese simultáneo y ocurriera a las cinco y quince de la madrugada del 26 de julio.
Asimismo, Fidel precisó el trato humano que debía tenerse con los prisioneros, y el cuidado en el combate de no herir o matar a los que se rindieran. Este aspecto debía extremarse, debido a que llevaban en su mayoría escopetas de perdigones, cuyas descargas podían alcanzar también a blancos no seleccionaos.
EN EL MOMENTO DEL ASALTO
Cuando llegó el ansiado momento de atacar, los sucesos no ocurrieron como estaban previstos, pues Elio Rosete, en actitud cobarde, fue a su casa y no regresó. Ante el temor de que hubiera traicionado, Raúl Martínez decidió atacar por la parte trasera. Durante el avance, en medio de la oscuridad, tuvieron que cruzar dos cercas de alambres de púas y luego chocaron con latas vacías en el basurero de la cocina, fatalidad que puso en alerta a la ronda militar.
Entonces, se entabló un desigual duelo de ocho guardias armados, con una subametralladora Thompson calibre 45 y fusiles Springfield, contra algunos fusiles calibre 22 y escopetas. Ante la superioridad enemiga, los revolucionarios tuvieron que frenar el avance: unos se lanzaron al suelo y otros se atrincheraron detrás de unos troncos de madera amontonados en el lugar.
La acción se prolongaba por unos tensos quince minutos. Frente al hecho real de no poder avanzar más ni poder contrarrestar el fuego del adversario, Raúl Martínez dio la orden de retirada. En la dispersión quedaron juntos Ñico López, Calixto García, Armando Arencibia, Antonio Darío López y Rafael Freyre, los que llegaron hasta el parque San Juan, desplegados en guerrilla.
Entonces vieron avanzar por la calle General García un jeep militar. Acto seguido, Ñico se apostó detrás de un busto de Tomás Estrada Palma y descargó su arma contra el objetivo, aniquilando al sargento de la policía Jerónimo Ramón Suárez Camejo, agujereado por cinco balazos. El policía acompañante, Andrés Sosa Beritán, se lanzó del jeep, abandonado el área a toda velocidad.
SOLIDARIDAD BAYAMESA Y VICTORIA DE LAS IDEAS
Luego del fallido ataque, los bayameses ayudaron a los asaltantes: Los ocultaron en sus casas, curaron la pierna herida de Geraldo Pérez- Puelles, cambiaron sus uniformes por ropas civiles, y les sirvieron de guía hasta sacarlos de la región del Cauto.
Ninguno de los atacantes murió directamente en la acción. Sin embargo, diez fueron asesinados: Mario Pablo Martínez Ararás, José Testa Zaragoza, Pablo Agüero Guedes, Lázaro Hernández Arroyo, Rafael Freyre Torres, Luciano de las Nieves González Camejo, Hugo Camejo Valdés, Pedro Véliz Hernández, Ángel de la Guardia Guerra Díaz y Rolando San Román de la Llana.
A pesar de que en el plano militar las dos operaciones fracasaron, desde el punto de vista político y patriótico resultó una gran victoria. Después del 26 de julio de 1953, toda Cuba comprendió que el único camino para destruir la dictadura sería la lucha armada popular, y los cubanos conocieron, entonces, a la vanguardia revolucionaria capaz para coronar el sueño libertario, por tanto tiempo postergado.