José Martí fue representante de Uruguay en la Conferencia Monetaria Internacional celebrada bajo los auspicios del gobierno estadounidense del siete de enero y al ocho de abril de 1891 en la capital de Estados Unidos, con el objetivo supremo de fundar una unión de naciones latinoamericanas bajo su control y para garantizar su preeminencia económica y comercial, y por consiguiente política.
Pretendía, especialmente, establecer una Unión Monetaria Internacional Americana e incluir la plata como respaldo, lo que garantizaría el predominio financiero de EE.UU. que poseía grandes reservas de ese metal.
El encuentro fue continuidad de la Conferencia Panamericana llevada a efecto también en Washington del dos de octubre de 1889 al 19 de abril de 1890, a la cual asistió la mayoría de las naciones latinoamericanas.
Los encuentros fueron promovidas por James Gillespie Blaine, Secretario de Estado y seguidor de la Doctrina Monroe, y quien consideraba la \”anexión de comercio\”, una alternativa válida para apoderarse y controlar a los países de la región, principio encubierto de su política y aporte a la estrategia imperial de largo aliento a las puertas del nuevo siglo XX, que se desplegó bajo la doctrina del panamericanismo.
José Martí, como Cónsul del Uruguay en New York, recibió la encomienda del gobierno de ese territorio desde finales de 1890 de representarlo en la Conferencia Monetaria Internacional y se le instruyó que la documentación requerida sería enviada por correo, pero no llegó y a pesar de las gestiones efectuadas por él para resolver el problema no le permitieron asistir a la primera reunión de la Conferencia.
Existen razones para considerar que tal demora haya sido una artimaña del propio Blaine para obstaculizar la designación de Martí o hacerla imposible, por sus conocidas posiciones antiimperialistas reflejadas en la prensa de la época.
No obstante, el Maestro participó activamente en las ocho sesiones de debate, desarrolló una intensa reflexión en las diferentes comisiones y continúo reportando a la opinión pública continental de los peligros de una alianza tan estrecha con Estados Unidos, actividad que realizaba desde 1889, cuando escribía para la prensa acerca de la mencionada Conferencia Panamericana.
En ese contexto, escribe el dos de noviembre de 1889 a la Nación, diario argentino y uno de los más importantes de América:
\”Jamás hubo en América, de la Independencia acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles, y determinados a extender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas de menos poder, ligadas por el comercio libre y útil con los pueblos europeos, para ajustar una liga contra Europa, y cerrar tratos con el resto del mundo.”
Y agregó “De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia”.
Martí fue elegido por los delegados latinoamericanos a la Conferencia Monetaria Internacional, para que elaborara y expusiera el informe final el 30 de marzo de 1891, lo que leyó en inglés y español, en representación de la Comisión nombrada para estudiar las proposiciones de La Unión.
El documento rechazó la propuesta de EE.UU. de usar una moneda bajo su control y con gran nivel de análisis difiere su estudio final a una conferencia monetaria internacional a “realizarse en Londres o París”, para estudiar “la relación de la plata y el oro y la asimilación universal y circulación legal internacional de tipos monetarios”, de esta forma en el campo diplomático se frustraron las tempranas intenciones norteamericanas de establecer el control financiero de la región como paso importante para la consagración del modelo neocolonialista en Nuestra América.
La batalla librada por Martí dentro de la propia Conferencia Monetaria Internacional y en sus trabajos periodísticos y políticos develó las aspiraciones imperialistas que se escondían bajo el manto de la supuesta integración económica de las Américas frente a las potencias europeas, desenmascaramiento que solo fue posible por la genialidad diplomática y política del Apóstol y su propia vida intachable en defensa de los pueblos hispanoamericanos que sentó principios para el nacimiento de la conciencia antiimperialista en la región, postulados de gran validez actualmente.