
Vivimos tiempos en los que las carencias materiales se han incrementado, y con ellas -por consiguiente- los precios de varios productos que lógicamente hacen más compleja la vida, y más difícil mantener una buena solvencia económica a final de mes.
Esta coyuntura, además del recrudecido bloqueo contra Cuba, ha evidenciado insuficiencias y reservas en la respuesta de la gran demanda de bienes y servicios por la población, la cual está sufriendo las consecuencias de una inflación provocada por una gran cantidad de dinero en circulación, y pocos productos y servicios que garanticen el regreso de esas finanzas a las arcas del Estado.
Experimentar este fenómeno es lamentable, pero a veces lo más doloroso es la desconsideración que surge de quienes, de una forma u otra, han adquirido productos de primera necesidad y aprovechan el desabastecimiento para ponerle precios astronómicos, lo cual golpea el humanismo y la solidaridad que tanto nos distingue en el mundo.
Ya no es suficiente para algunos ganarse un 20 o 30 por ciento por los artículos que venden o servicios que prestan, pues solo cuando se habla de un 50 por ciento o más de ganancia, es que el negocio resulta atractivo. Lógicamente, los negocios siempre se hacen para obtener dividendos, pero cuando son desorbitantes los importes, los mayores damnificados son quienes tienen escasos recursos económicos para enfrentar una generalizada alteración en los valores, que al fin y al cabo es la mayoría de la población.
Costos jamás imaginados se pueden ver hoy en nuestras calles y plataformas digitales, que tal parece que quienes los proponen piensan que el dinero “cae del cielo” o “florece naturalmente en las plantas”.
A pesar de esta realidad, afortunadamente, aún se pueden encontrar personas y lugares donde no solo se respeta al cliente, sino que sus ofertas hacen pocos estragos en nuestros bolsillos.
También es cierto, que aunque existe un personal encargado de velar porque se respeten los precios de los productos, se necesitaría prácticamente un inspector para cada lugar y, aún así, creo que no se garantizaría el cumplimiento de las políticas.
En no pocas ocasiones, hemos visto a un inspector sancionar a un comerciante y a este irse a vender a otro lado sin acatar realmente las normativas.
Además, como dice una frase, el ejemplo debe comenzar por la casa, y existen organismos y entidades estatales que dejan mucho que desear con el valor económico que le adjudican a sus productos.
Considero que la solución de este problema, además de mayores ofertas, las cuales distan mucho de verse en lo inmediato, tiene un gran componente humano, y con ello me refiero a la conciencia de quienes venden, en cuyas mentes debe primar la idea de que la actual adversidad, no puede ser una excusa para llenar sus billeteras a costa de la extorsión monetaria.
La complejidad de estos tiempos solo debe ser un pretexto para ayudarnos más, y no para aprovecharnos de las carencias. No hay nada más triste, que entre hermanos de una misma nación, no medie la consideración a la hora de comercializar productos.
Es necesario entender que el daño que provocan al bolsillo ajeno también se refleja en el suyo, porque la alteración de los precios nos afecta a todos.
Ayudar a nuestros semejantes es un principio esencial para la supervivencia de la especie humana, y aunque no lo creamos, pensar en precios razonables y justos es una forma de contribuir con las economías hogareñas. De ninguna manera puede primar el oportunismo, que hoy ensombrece el panorama económico de los cubanos.