
Entre los meses de enero y abril de 1869, hace 155 años, en la región centro-sur de Oriente, se escribieron extraordinarias páginas de heroísmo y abnegaciones patrias, como parte de la cruenta lucha del pueblo cubano por su independencia del coloniaje español y la necesidad de forjar una nación libre y soberana.
¿Qué factores condicionaron que la lucha fuera mucho más violenta en esta región? ¿Qué motivó la presencia del segundo cabo de la Capitanía General en Bayamo, el general de división Blas de Villate, conde de Valmaseda? ¿Cuántas víctimas y humillaciones sufrieron las familias insurrectas de Bayamo, Jiguaní y de Manzanillo a manos de las hordas españolas? ¿Cómo respondió el mando revolucionario a la llamada Creciente de Valmaseda? ¿Cuándo terminó esta ofensiva o campaña española?
Muchas de estas interrogantes no están respondidas del todo y algunas, solamente, asoman detalles de los tremendos episodios vividos en aquellos meses fundacionales de la patria.
LOS COMIENZOS
En el poblado y puerto de Nuevitas, al noreste de Camagüey, en diciembre de 1868, se organizó una poderosa columna española de las tres armas, compuesta por tres mil hombres y cuatro piezas de artillería, al mando del general de división Blas Diego de Villate y de la Hera, segundo conde de Valmaseda, graduado en el colegio militar de Segovia. Había participado en campañas militares en España, África y Santo Domingo. En esos momentos, pesaba más de 400 libras, por lo que los cubanos, juntando odio y humor, lo apodaron Su Excelencia Esférica y Conde Panza.
Después de un avance por Camagüey y Las Tunas, donde sufrió constantes ataques, la agrupación colonialista arribó al caserío de Las Arenas, al noroeste de la jurisdicción de Bayamo, el 5 de enero de 1869.
De inmediato, fuerzas insurrectas de Bayamo, Jiguaní y de Santiago de Cuba, comandadas por el general Donato del Mármol, Calixto García, Leonardo Estrada y Benjamín Ramírez, el 7 de enero trataron de contenerla en El Saladillo, a orillas del río Salado. Los cubanos tuvieron que dejar el campo a los contrarios.
Los combates siguieron en La Caridad, Cauto del Paso y Cauto Embarcadero. Por este último punto, defendido por el general Modesto Díaz, cruzaron las tropas del Conde, a la medianoche del 11 de enero, sin encontrar apenas resistencia.
Ante la inminente caída de la ciudad de Bayamo en manos de los españoles, en la tarde de ese 11 de enero, el teniente general Pedro Felipe Figueredo, conocido por Perucho, convocó una reunión en el Ayuntamiento, con el objetivo de consultar la quema de la ciudad como último recurso del ardiente patriotismo del pueblo.
En esta junta, el brigadier Joaquín Acosta Fonseca aceptó destruirlo todo por el fuego, y en un discurso enérgico y esclarecedor manifestó que era preferible arrasar con todo, antes que dejar intacta la urbe a la apetencia de los colonialistas.
La decisión de la dirigencia revolucionaria fue mayoritaria. Empero, por orientación de Céspedes, el pueblo fue consultado a las 6:00 de la mañana del 12 de enero, en la Plaza de la Revolución. Allí, las masas enardecidas prefirieron la quema antes que sufrir de nuevo las garras de la opresión colonial. Aun cuando los comerciantes españoles ofrecieron grandes cantidades de dinero para que no se llevara a efecto, poco después las llamas y el humo se elevaron hacia el cielo. De este modo Cuba fue iluminada por un suceso impresionante e inmortal.
El coronel mambí Benjamín Ramírez Rondón, en sus memorias de la guerra sintetizó las razones de la heroica resolución: “El objetivo de este incendio fue para que Valmaseda no tuviera donde alojar sus tropas y que se le dificultasen los alimentos de boca, y al mismo tiempo alejar a los habitantes de la ciudad del contacto de Valmaseda, y que por último viera éste que estábamos dispuestos a sostener la lucha y destruir todas nuestras propiedades antes de someternos de nuevo a la dominación española”.
La quema de Bayamo constituyó la declaración universal de obtener la independencia de España a cualquier precio, aunque hubiera que recurrir a los sacrificios supremos que tal empeño imponía.
Solo el día 16 de enero pudo el conde de Valmaseda caminar por las calles humeantes de la ciudad, donde todavía algunas casas eran presas de las llamas. Las tropas españolas tuvieron que acuartelarse en las ruinas de la Torre de Zarragoitía y la quinta de Miniet, al este de la ciudad, donde fue levantado el llamado Fuerte España. Además, habilitó la Iglesia Parroquial Mayor como cuartel militar y construyó en su torre un heliógrafo para enviar mensajes y señales ópticas a Jiguaní, Holguín y a Santiago de Cuba.
La ocupación de Bayamo por las tropas del conde de Valmaseda no abatió el espíritu de sus cientos de pobladores. Aunque unos tuvieron que internarse en la Sierra Maestra y otros marchar hacia las jurisdicciones de Las Tunas y Holguín, los colonialistas los perseguían con saña.
Aunque las fuerzas militares en la Isla eran de 10 mil efectivos y los cuerpos de voluntarios llegaban a 20 mil, el capitán general Francisco Lersundino cesaba de solicitar a España el envío de otros cinco mil uniformado y abundantes municiones y pedía elevar la cifra de voluntarios a 50 mil bien armados, como garantía para tener el país en estado de orden y tranquilidad
VERSOS AL HEROÍSMO
A la raíz de la destrucción de Bayamo, el pueblo creó una canción como homenaje a semejante gallardía, conocida como La Bayamesa guerrera, por ser una parodia de la cantada a Luz Vázquez en marzo de 1851.
Ante las nuevas circunstancias bélicas, la lírica épica acusaba los desmanes del coloniaje y la respuesta digna de un pueblo rebelde:
¿No recuerdas gentil bayamesa,/ que Bayamo fue un sol refulgente,/ donde impuso un cubano valiente/ con su mano, el pendón tricolor?/ ¿No recuerdas que en tiempos pasados/ el tirano explotó tu riqueza,/ pero ya no levanta cabeza,/ moribundo de rabia y temor?
Y, deseosa de que el mundo conociera de las altas reservas morales del pueblo, en una estrofa hondamente patriótica pondera la grandeza y dignidad de la quema:
Te quemaron tus hijos; no hay pena,/ pues más vale morir con honor,/ que servir a un tirano opresor,/ que el derecho nos quiere usurpar.
Consciente de que los cubanos todos sabrían apreciar en su justa medida el holocausto cierra con versos sublimes:
Ya mi Cuba despierta sonriendo,/ mientras sufre y padece el tirano/ a quien quiere el valiente cubano/ arrojar de sus playas de amor.
En tanto, el patriota y poeta José Joaquín Palma, ayudante del general en jefe Céspedes, escribió el poema A Bayamo, donde dejó plasmada su admiración por la bravura protagonizada por sus coterráneos en este fragmento:
No te aflijas ¡oh señora!/ Qué tendrás una bandera/ De la aurora que se espera/ Al cercano amanecer./ Y al alzarse vengadora/ En tu seno palpitante/ Será el símbolo triunfante/ De tu honor y tú poder.
En otra estrofa aparecen todos los atributos ganados por los bayameses y la intrepidez de pelear hasta el último aliento frente a la dominación española.
Que tus hijos altaneros/ Con la sangre de sus venas/ Harán polvo las cadenas/ Que marchitan tu beldad./ Y los tiempos venideros/ Hallarán sobre tus hombros/ Aridez, muerte y escombros,/ O un pendón de libertad.
Consecuente con estos principios, la guerra prosiguió con mucho arrojo, iniciativas creadoras y tácticas audaces por parte de los jefes políticos y militares de la joven revolución.
ATAQUES A LOS ESPAÑOLES EN BAYAMO
Con los miles de efectivos con que contaba en Bayamo, el general Villate trató de desplazarlos hacia Guisa, Jiguaní y Manzanillo, pero los sistemáticos ataques de las fuerzas de los generales Modesto Díaz y Juan Hall y el coronel Francisco Marcano, los mantenían aferrados en Bayamo y sus alrededores.
Entonces Céspedes preparó un amplio plan para imposibilitar la estancia de los colonialistas en el valle del Cauto. Citó a los generales Vicente García, Luis Marcano y Donato del Mármol, con sus fuerzas, para una concentración en El Horno, al sureste de Bayamo. De ellos solamente acudió Luis Marcano, con pocos hombres y escasas municiones.
La falta de recursos impedía que llevaran a cabo acciones de envergadura. No obstante, pequeñas partidas molestaban sistemáticamente y a cualquier hora el cuartel general español en la Torre de Zarragoytía. Llegó un momento en que el jefe de las tropas españolas se sentía inseguro en esta posición, estado precario del que informaba a la Capitanía General.
Ante las penalidades de las familias salidas de Bayamo, la mayoría de los jefes y oficiales insurrectos tuvieron que dedicarse a buscar lugares seguros para su protección. Entonces las brigadas y regimientos bayameses tuvieron que fraccionarse en unidades más pequeñas. Esto originó falta de comunicación entre ellos y que el enemigo preparara una ofensiva bautizada como Creciente de Valmaseda
El 18 de enero, el conde de Valmaseda desplazó las fuerzas del 2º Batallón de España, al mando del coronel José Velasco, hacia el poblado de Jiguaní sin ningún contratiempo. Entonces fue reorganizado el ayuntamiento y recompuestas las defensas, incluyendo el acondicionamiento del fuerte de La Loma, a la vista del poblado.
Al otro día, desde la plaza de Bayamo salió para Guisa el 2º Batallón de La Habana, al mando superior del coronel Valeriano Weyler, con la misión de desalojar a los insurrectos de la zona. El poblado fue ocupado y establecido su primer sistema defensivo.
Entre los que saludaron la reconquista española en Jiguaní y Guisa estuvieron José Dolores Benítez, apodado Lolo, y Federico Hechavarría, conocido por Federicón, quienes se pusieron al servicio de España. Ellos, con la anuencia del general Blas de Villate, crearon sendos grupos contraguerrilleros y cometieron toda clase de saqueos y muerte a la población civil, incluyendo violaciones y macheteo de mujeres.
El día 17, arribó al puerto de Manzanillo el 1º Batallón del Regimiento de La Habana, al mando del coronel de infantería Luis Andriani y Rosique. La misión era dejar dos compañías en esa villa al mando del teniente gobernador, coronel Juan de Ampudia, y las otras dos sumarse a las fuerzas del conde de Valmaseda en Bayamo. Traía la previsión de que si el jefe de operaciones español en Oriente estuviera incomunicado en Bayamo, entonces debía recibir orden del comandante militar de Oriente, el brigadier Simón de la Torre.
En este mes se produjo la sustitución del capitán general Lersundi por el general Domingo Dulce, quien informó al general Simón de la Torre que preparaba prontos envíos de “fuerzas a esa ciudad tan pronto como lleguen los refuerzos de la Península que espero con el fin de batir y exterminar en el más breve plazo las partidas rebeldes”.
LOS PLANES PARA RECONQUISTAR BAYAMO
En la tarde del 28 de enero, llegó al campamento de Céspedes en Ojo de Agua de Melones, al sur de Las Tunas, el jefe militar de Camagüey, general Manuel de Quesada. Entre los asuntos tratados estuvo desarrollar operaciones conjuntas con los orientales contra las tropas del conde de Valmaseda en el Valle del Cauto, fundamentalmente en Bayamo.
Carlos Manuel y Perucho Figueredo querían reconquistar la ciudad de Bayamo para convertirla en un bastión inexpugnable y salvar a las familias de la ruinosa urbe, las que padecían miserias y la persecución más despiadada de las hordas españolas.
Para ello pidieron una fuerza camagüeyana bien armada y municionada, la que podía estar al mando de sus propios jefes. Pero el plan de Quesada era seguir el bloqueo de Puerto Príncipe, impidiendo la salida del enemigo y luchar contra los refuerzos que se esperaba enviaría el mando español. Por el momento no podía distraer hombres de esas misiones y sólo ofreció municiones.
Dos días después, Céspedes comunicó a Perucho Figueredo que reuniera a los generales Modesto Díaz, Juan Hall y Vicente García para trazar los planes de ataque al enemigo en Bayamo. El jefe de Estado Mayor inmediatamente despachó emisarios a cada uno de los convocados citándolos para el3 de febrero en Cauto Embarcadero. Ese mismo día, tan pronto el general Vicente García recibió la orden salió con un contingente de 400 hombres en dirección al río Cauto.
A la par, como si previera la ofensiva insurrecta, el conde de Valmaseda pasaba sendas comunicaciones: una al comandante militar de Manzanillo, coronel Juan de Ampudia, poniéndolo al tanto de su compleja situación en Bayamo y pidiéndole 500 hombres de refuerzos, y otra al general Simón de la Torre y otros mil, debidamente avituallados de medicinas, calzados y municiones.
Por eso, Simón de la Torre dispuso la salida de un convoy con destino a Jiguaní, escoltado por la columna del coronel José López Cámara. En el trayecto esta agrupación hispana fue atacada por el cólera, teniendo algunos muertos.
El 30 de enero, De la Torre suministraba informes al general Dulce acerca de las operaciones del conde en Bayamo y Jiguaní, donde se libraban sistemáticos combates contra los rebeldes. El jefe colonialista deseaba destruir por completo la rebeldía, pero para una gran ofensiva esperaba la llegada de los refuerzos que tenía ofrecidos.