La esperanza renacida

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Por Yelandi Milanés Guardia | 18 diciembre, 2021 |
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En este lugar coronado de palmas, aconteció el histórico reencuentro de Fidel y Raúl/FOTO Luis Carlos Palacios

La tristeza y el desánimo tras la sorpresa y dispersión de Alegría de Pío, hicieron mella –lógicamente- en la mayoría de los sobrevivientes de ese trágico bautismo de fuego.

No obstante, albergaban la esperanza de que el resto de los compañeros estuvieran vivos, para continuar rumbo a la Sierra Maestra, y desde allí iniciar la guerra que pondría fin al oprobioso régimen de Batista.

Divididos en varios y pequeños grupos todos intentan por diferentes vías arribar al macizo montañoso, pero la empresa es difícil, pues no solo el desconocimiento de la zona les complejiza la tarea. A esa adversidad también se suman el hambre, el cansancio, la persecución constante y la delación de algunos chivatos pagados por los esbirros.

En los días subsiguientes un gran número de los expedicionarios son capturados y asesinados por el ejercito batistiano, y esa infausta noticia paralizó más de un corazón, y humedeció los rostros de quienes habían juramentado que en el 1956 serían libres o mártires.

Afortunadamente algunos campesinos, integrantes o no de la red de apoyo creada por Celia, simpatizaron rápidamente con los de verde olivo, y además de alimentos y provisiones, les ayudan con la orientación e indican los caminos que los llevarán al destino fijado.

Han pasado varios días y Fidel Castro, Universo Sánchez y Faustino Pérez, gracias a los lugareños contactados por Guillermo García y Crescencio Pérez, llegan a la finca de Mongo Pérez. Ese era el punto seleccionado de antemano por los organizadores para agrupar y organizar a los expedicionarios.

Inesperadamente el 18 de diciembre de 1956 Fidel recibe una buena nueva. Primitivo Pérez trae una cartera de piel con la licencia de conducción mexicana de Raúl. La alegría de saber de su hermano no mengua para nada en el líder la necesaria precaución.

Este medita un momento, y resuelve enviar al joven para que le pregunte a quien se dice llamar Raúl, el nombre y los apodos de los dos extranjeros que vinieron en el yate Granma.

Primitivo parte ligero y poco después del mediodía, regresa con la noticia de que el interrogado ha pasado la prueba. Indudablemente es Raúl, y viene con otros cuatro, todos armados.

Al fin, a la medianoche, sienten acercarse a unos hombres. Bajo las palmas nuevas del cañaveral de Mongo Pérez los dos hermanos se estrechan en un emocionado abrazo, y se produce la frase histórica nacida del conocimiento de Fidel de que contaban con ocho hombres y siete fusiles: ¡Ahora sí ganamos la guerra!

Con esta expresión no solo se reafirmaba la fe inquebrantable en la victoria, sino que era muestra de que después de tantas tragedias y fatalidades, renacía la esperanza de un lejano, pero seguro triunfo.

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