En un contexto global marcado por conflictos armados, desigualdades crecientes y una profunda sensación de incertidumbre, la Asamblea General de las Naciones Unidas ha lanzado un mensaje claro al mundo: la esperanza es más necesaria que nunca.
Por ello, ha proclamado oficialmente el 12 de julio como el Día Internacional de la Esperanza, mediate la Resolución A/RES/79/270, adoptada el 4 de marzo de 2025.
Lejos de ser un concepto etéreo o un simple deseo, la ONU sitúa la esperanza como una aspiración universal y un derecho de todos los seres humanos, al nivel del bienestar, la paz o la justicia.
El texto de la resolución hace un guiño directo al preámbulo de la propia Carta de las Naciones Unidas, al recordar el compromiso de “preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra” y fortalecer la paz universal practicando “la tolerancia y la convivencia como buenos vecinos”.
La esperanza, en este marco, no es ingenuidad. Es, más bien, un motor que empuja a los pueblos a seguir luchando por sus derechos, por la justicia, por la dignidad.
La ONU lo expresa con claridad: necesitamos aplicar al crecimiento económico un enfoque más inclusivo, equitativo y equilibrado, que no olvide que el desarrollo sostenible y la erradicación de la pobreza están íntimamente ligados con la felicidad y la esperanza de las personas.