La historia del hombre que nos llama al combate

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Por Yelandi Milanés Guardia | 18 febrero, 2023 |
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Estatua erigida en homenaje a Perucho Figueredo/FOTO Luis Carlos Palacios

El 18 de febrero de 1818, le nació a Ángel Figueredo y Eulalia Cisneros el vástago que le daría realce y renombre a la familia creada por este matrimonio. Aunque Pedro Felipe Figueredo Cisneros (Perucho) vino al mundo en el seno de una parentela rica del Bayamo colonial, no le fue ajena la triste realidad que se vivía en la segunda villa de Cuba, y luego, al iniciar estudios en la Habana, se convenció junto a otros coterráneos ilustres que la única alternativa para la situación oprobiosa en que vivía el país, era la independencia.

Entre sus pasiones destacaron la música, el teatro, la poesía, la literatura y la abogacía, aunque esta última decidió abandonarla ante la corrupción y las arbitrariedades judiciales reinantes en su época.

En la capital cubana, la elegancia y rebeldía le ganaron a Perucho el sobrenombre de “gallito bayamés” y parece que estas y otras cualidades les resultaron atractivas a Isabel Vázquez y Moreno, la fiel mujer con quien concibió once hijos.

Sufrió arresto domiciliario en 1861, por varios meses, debido a la osadía de enviar una carta al Capitán General de la Isla quejándose de la ineficacia del alcalde bayamés, confinamiento que aprovechó para profundizar sus conocimientos sobre música y estrategia militar, además de mantener correspondencia secreta con su amigo de la infancia Carlos Manuel de Céspedes.

Luego de cumplir el castigo, su mansión acogió a quienes pensaban que Cuba no podía vivir más tiempo bajo el dominio español. Por eso se involucró en el movimiento conspirativo, y cuando Céspedes se alzó el 10 de octubre de 1868 en La Demajagua, algunos intentaron desmotivarlo de su intención de incorporarse a la lucha, a lo que respondió: “¡Yo me uniré a Céspedes y con él marcharé a la gloria o al cadalso!”. Suyo sería el Himno que entonarían los independentistas y hoy todo el pueblo cubano.

Luego de la liberación de Bayamo el 20 de octubre de 1868, participó en la reorganización de la ciudad bajo las leyes mambisas. Desafortunadamente, disfrutó solo pocos meses de la emancipación de la segunda villa como la mayoría de sus hijos, y entonces partió con su familia a la manigua tras la quema de Bayamo, lo que implicó vivir momentos llenos de penurias y sufrimientos.

Internado en Las Tunas cayó prisionero de los españoles el 12 de agosto de 1870 cuando se encontraba gravemente enfermo de fiebre tifoidea. No obstante, el autor del Himno Nacional se defendió valientemente y protegió como una fiera a sus familiares, y al verse en peligro de caer en manos españolas intentó suicidarse, pero no pudo lograrlo debido a su débil estado físico.

En el juicio realizado para condenarlo expresó: “Abreviemos esto, Coronel -le dice. Soy abogado y como tal, conozco las leyes y sé la pena que me corresponde; pero no por eso crean ustedes que triunfan, pues la Isla está perdida para España…”

Ante el aturdimiento de la sala, el prócer continúa: “Con mi muerte nada se pierde, pues estoy seguro de que a esta fecha mi puesto estará ocupado por otra persona de más capacidad; y si siento mi muerte es tan sólo por no poder gozar con mis hermanos la gloriosa obra de la redención que había imaginado y que se encuentra ya en sus comienzos”.

Horas antes de su fusilamiento, en Santiago de Cuba, le escribe a su esposa que vele atentamente por sus hijos y más adelante en la misiva refiere: “En el cielo nos veremos y mientras tanto no olvides en tus oraciones a tu esposo que te ama”.

En sus minutos finales, aquel funesto 17 de agosto de 1870, seguro recordaría su composición inmortal y sentiría que la patria lo contemplaba orgullosa, porque él no temía una muerte gloriosa, porque sabía que morir por la Patria es vivir.

Sonaron los disparos que paralizaron su corazón, pero en el campo insurrecto no se detuvo el sonido del clarín, ese que seguía llamando a sus hermanos, al combate corred…

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