
Bayamo, Granma.–A pesar de los más de 25 años que lleva desempeñándose como museóloga del otrora cuartel Carlos Manuel de Céspedes –hoy parque museo Antonio (Ñico) López–, a Elena Martínez Martínez aún le brillan los ojos cuando habla sobre la acción del 26 de Julio de 1953, en Bayamo, o cuando narra –con pasión desbordada– otros detalles relacionados con la historia del antiguo enclave militar, o de la vida de un mártir.
«El museo es como mi segunda casa, y muchas veces ha sido la primera», asegura a Granma la sexagenaria especialista, quien lejos de pensar en la jubilación, se ha empeñado en investigar a fondo, y escribir a mano, la memoria histórica del parque museo, el cual arriba, este 26 de julio, a sus 45 años de fundado.
«La historia que resguarda este sitio (otrora cuartel Céspedes) tiene matices y datos que, aunque muchos se conocen, no han sido recopilados en un mismo documento. Y eso es lo que persigo con mi investigación, la cual pretendemos digitalizar más adelante, para que todo el que venga al museo pueda consultarla o emplearla como material de estudio, si lo desea», añade Elena Martínez, mientras repasa con la vista sus últimos apuntes.
Justo allí, sentada en uno de los anchos bancos que embellecen el entorno del museo, y rodeada de papeles con fechas, nombres y datos poco conocidos sobre el antiguo cuartel, accede a dialogar con este diario sobre la apasionante historia que se preserva tras los muros amarillos del Ñico López.
«Antes de tomar el nombre de Carlos Manuel de Céspedes, los terrenos del cuartel eran conocidos como torre de Zarragoitía (propiedad del administrador de rentas de la villa de San Salvador de Bayamo, Don Ignacio Zarragoitía Jáuregui), y, posteriormente, se construyó allí el llamado Fuerte España, en cuyo campo se cometieron crímenes y asesinatos como el del patriota independentista Pío Rosado Lorié.
«Luego, en 1903, pasó a ser oficialmente constituido el Destacamento de la Guardia Rural Carlos Manuel de Céspedes, enclave militar escogido por la Generación del Centenario, al mando de Fidel, para ser atacado en acción simultánea con el cuartel Moncada, de Santiago de Cuba, el 26 de Julio de 1953, apunta la museóloga».
–¿Qué pasó con el cuartel después de la acción del 26 de Julio?
–Hasta el triunfo de la Revolución siguió siendo un cuartel del ejército, o más bien un sitio de terror, donde fueron torturados y asesinados otros revolucionarios. Después de enero de 1959 tuvo varios usos, entre ellos, funcionar como un pequeño hospital, un almacén, oficinas… talleres, por lo que fue perdiendo su estructura original y destruyéndose elementos de su construcción.
«En esos primeros años de la Revolución también hubo un incendio que destruyó gran parte del otrora cuartel, quedando en pie, prácticamente, solo el antiguo club de los oficiales.
«No fue hasta 1974 que comenzaron las labores para recuperar este sitio, y construir el parque-museo Antonio (Ñico) López (nombre de uno de los jóvenes más destacados en la acción del 26 de Julio en Bayamo), y cuya estructura general ha sido la misma desde su fundación, el 26 de julio de 1978, hasta la fecha.
«Precisamente, en el antiguo club de los oficiales se creó la actual sala museo, en la cual tenemos a disposición de los visitantes el montaje museográfico de nuestra institución».
–¿Qué pueden encontrar quienes visiten el museo Ñico López?
–Aquí hay varios objetos de algunos de los asaltantes y también de soldados del ejército de Batista. Existe una maqueta del antiguo cuartel, con todas sus dependencias, y tenemos la cámara de Rolando Avello, el fotógrafo que tomó desgarradoras imágenes de algunos de los cadáveres de los asaltantes, que fueron asesinados por el ejército batistiano tras el asalto.
«De igual modo, contamos con la réplica de la casa de Melba Hernández en La Habana, lugar de gran importancia, porque allí se organizó una buena parte de las acciones conspirativas del 26 de Julio, y se guardaron uniformes y armas.
«Pero el sitio especial dentro del salón donde tenemos la muestra museográfica es el dedicado a Antonio (Ñico) López. Para mí es como un “pequeño santuario” en el que están protegidos, celosamente, algunos de sus objetos personales. También hay un testamento firmado por Ñico y Raúl antes de salir de México, en la expedición del yate Granma, en el cual plasmaron los ideales de ambos, comprometidos con la lucha armada por la libertad.
«Además, el museo, desde su inauguración, ha servido de espacio para realizar graduaciones, actos, ceremonias militares, presentaciones de libros y otras actividades que nos distinguen como institución cultural en la provincia de Granma, junto a la condición que ostentamos de Monumento Nacional».
–En estos 45 años, ¿es posible definir el momento más simbólico que se ha vivido en el parque museo?
–Para mí, y creo que también para mis compañeros, de todos los momentos emotivos que hemos vivido, el homenaje realizado al Comandante en Jefe, el 2 de diciembre de 2016 –en la última escala del cortejo fúnebre que trasladó sus cenizas rumbo a Santiago de Cuba– fue el más impactante y estremecedor.
«Aquí estuvo desde las 8 y 10 de la noche, hasta el otro día, a las siete de la mañana, siendo Granma una de las provincias en la que más tiempo permaneció. Fue una noche imborrable para la memoria.
«Era muy impresionante ver aquella multitud a las puertas del museo, llorando a un líder como se llora a un padre muy querido. Nadie convocó al pueblo y el pueblo vino. Todos querían darle un último adiós al Comandante, y rendirle tributo con flores y velas.
«Para nosotros, las jornadas precedentes también habían sido muy tristes e intensas, pero de mucho compromiso. Tras conocerse la noticia de la partida física de nuestro líder histórico, en el museo comenzamos las labores, pocos días después, para ser sede de la estancia de la urna de cedro que contenía sus cenizas.
«Las dos mesas de mármol que llegaron a nuestro museo, y que hoy exhibimos como parte de nuestra muestra museográfica, se construyeron en tiempo récord, pues fueron unas 40 horas de trabajo, ininterrumpido y exhaustivo, hasta lograr obtener la obra, en la que cada mesa constituye una reinterpretación de los grados de Comandante de Fidel.
«Para nuestro museo, hoy es un honor contar con ese espacio».
–¿Por qué, a sus casi 65 años, Elena sigue en el museo Ñico López?
–Pude haberme retirado hace unos años, pero me duele tener que irme de este sitio donde la historia me ha atrapado. Además, quiero seguir preparando a los nuevos especialistas, para que hagan esta labor con el amor y la dedicación que merece.
«Me gusta mucho dirigir las visitas guiadas para explicar el montaje museográfico, y soy muy feliz cuando veo que las personas entienden lo que les narro o se motivan. Pero lo que realmente me apasiona es hablar sobre Ñico López».
–¿Deudas?
–Me gustaría que el museo fuera más visitado, sobre todo por los niños; que se sacaran más las clases de historia de las aulas y las vincularan a nuestra institución, y también tengo un sueño: que Raúl visitara el museo.