Por la obra de la vida o El final no llegará

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Por Eugenio Pérez Almarales | 9 marzo, 2025 |
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El tiempo es relativo, no solo porque Einstein así lo dijo, sino porque su velocidad cambia a medida que envejecemos.
En la niñez, dejamos de ver a una persona conocida y cuando la reencontramos, cuatro o cinco años después, es la misma; sin embargo, si pasamos de los 50 (quizás antes), la ausencia de un quinquenio puede resultar traumatizante en la hora del rencuentro.

“¡Qué viejo está!”, nos decimos, disimulando la mala impresión ante nuestro marchito amigo. No reparamos en que él estaría pensando lo mismo de nosotros, porque los años transcurrieron para todos.

Incluso, hasta el polvo, con el tiempo, se hace cruel. Antes, mi imagen en un vidrio empolvado era solo eso, mi imagen empolvada; pero ya no, ahora es la profecía de lo que vendrá. Por eso comprendo mejor al colega Rolando Pérez Betancourt, a quien escuché contar cómo, en la madurez, evitaba mirarse en los espejos.

Si ya recibe usted el kilogramo de arroz adicional, coincidirá conmigo en que es lacerante la recurrente referencia a nuestros años: “¡Oiga, puro!”, “Viejón, ¿me dice la hora?”, “Adiós, viejuco”; referencias que, sin embargo, no son tan hirientes como “añejo”, “Matusalén”, “fósil”…

Frente a esta realidad, miro a la música, que es más que la armonía de los sonidos; las canciones rebasan la definición de poesía musicalizada; son la expresión concentrada de la experiencia. De ella tomo conceptos tales como el de Pedraza Ginori, popularizado por Carlos Embale: sin dudas, “joven ha de ser quien lo quiera ser”.

Pero, claro, para ser joven con muchos años es preciso tener “background”, esa condición inherente al periodista que nos inculcó en nuestra Universidad de Oriente el profesor Rafael Lechuga Otero; aunque válida para cualquier oficio.

Se trata, no solo de acumular sabiduría, sino, también, de construir el futuro desde un transcurso forjador para la vida, de cincelar el mañana, de labrar a tiempo experiencias provechosas, viendo en los contextos difíciles las oportunidades para prepararnos “para lo que venga”.

Esta semana me sorprendió el número que vi en la nómina: la mitad del salario. Pregunté. “Es que usted estuvo de vacaciones el mes pasado”, me explicaron.

Cuando me gradué como técnico en Geodesia y Cartografía, con 19 años de edad, mi padre, entonces secretario general del Sindicato de la Construcción en Granma, en lugar de “resolverme” una plaza en “la placa”, se encargó de que comenzara mi vida laboral en Moa, en la edificación de la planta de níquel Che Guevara.

Lo que para otros pudo ser decepcionante, me sirvió para siempre. Levantarme, todos los días, antes del amanecer; viajar sobre un camión Maz-500, sin caseta, hasta la obra, regresar en las noches, cargar agua para el baño, comer, acostarme cerca de la medianoche, para comenzar de nuevo; con 26 o 27 días de labor continua por tres de descanso, me preparó para no percatarme de que las vacaciones existen.

Como he contado, ya me había iniciado en el ejercicio del Periodismo, como corresponsal voluntario, desde el nacimiento del periódico La Demajagua, como reconocimiento a lo cual, la Unión de Periodistas de Cuba me otorgó una beca para hacer realidad mi añoranza.

Y del momento aquel, cuando recibí el pergamino, en el Salón de la Ciudad, en Santiago de Cuba, ya pasaron más de tres décadas. Y también me nutrí, a tiempo completo, de la Agencia de Información Nacional, de los periódicos Trabajadores y Granma, de Radio Bayamo y Radio Progreso, y aporté a Radio Reloj, a Radio Habana Cuba, a Tele Turquino, a la CNC-TV…

Pero más, del instante iniciador, transcurrieron 47 años, porque desde entonces me sentí periodista, y desde aquel instante agradezco a Víctor Corrales Parra y a Robert A. Paneque, que me abrieron las puertas y me aportaron las técnicas imprescindibles.

Y agradezco a todos con quienes he compartido trincheras y emociones; de todos aprendí y aprendo, lo reafirmo ahora, cuando un jurado de respetables colegas valora mi nombre, entre otros entrañables, para decidir a quién entregar el Premio Rubén Castillo Ramos, por la obra de la vida*.

Esas últimas seis palabras, congelan. ¿Y después? ¿Terminó todo? Prefiero a Pedraza y Embale, porque dicen bien: “Joven es todo el que sea capaz de soñar y de hacer (…) si en el corazón, vibra la emoción, nunca llegara el final”.

* Este sábado, se informó que el jurado le había otorgado el Premio.

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