Ni las buenas intenciones, ni el desconocimiento, justifican malos resultados; mucho menos, cuando en el yerro se juegue el destino del pueblo, del país.
Estos tiempos de crisis universal traen en algunos, junto a las privaciones materiales, confusiones y anemia de ideas, las que intentan enmendar con el mal ejercicio de un oficio viejo: el copismo.
La apertura económica en Cuba, la cual incluye la ampliación del trabajo por cuenta propia, la creación de micro, pequeñas y medianas empresas -sobre todo privadas- han hecho creer a suspicaces o trasnochados que ha comenzado la construcción del capitalismo.
A juzgar por cómo actúan, es eso lo que piensan. ¿Ha escuchado usted a ciertos personajillos afirmar que “¡esto lo resuelve la oferta y la demanda!”?
La supuesta ley es presentada por los defensores del capitalismo como principio básico de la economía, capaz de regular la producción y determinar los precios de bienes y servicios en el mercado; pero, si fuera cierto, solo con tal principio ya habría crecido la producción de alimentos, sobre todo de pollo, aceite -incluso viandas- y se habrían estabilizado sus precios.
Una mala noticia para los neocapitalistas: la mencionada “ley” no es un principio fundamental de la economía, ni siquiera de la capitalista, sino una expresión de las relaciones de producción basadas en la explotación de la clase trabajadora.
Ella es reflejo de las desigualdades sociales, no garantiza un equilibrio entre la producción y el consumo, y un asunto de primerísima importancia: no tiene en cuenta la distribución desigual de la riqueza y del poder económico, realidad de la que emana una peligrosa concentración de la riqueza en pocas manos, o lo que es igual, el empobrecimiento de la mayoría.
Estudiosos de la “sagrada” afirmación, de algo así como el santo sanctorum de la economía capitalista, advierten que la “verdad absoluta”, no lo es tanto, y que podría no funcionar en determinadas condiciones.
No marcha, por ejemplo, cuando una empresa controla la oferta de un producto o servicio de manera monopólica, pues ella puede fijar los precios sin tener en cuenta la demanda real del mercado.
Pero tampoco anda cuando un pequeño grupo de empresas (oligopolio) ejerce el control (del aceite, del pollo…, por ejemplo), pues ellas -verdaderas especuladoras- coordinan precios, riéndose de las fichas de costo y de que muchos no podrán adquirirlos.
Marx decía -en junio de 1865- que “la oferta y la demanda no regulan más que las oscilaciones pasajeras de los precios en el mercado (…) Supongamos que (…) se equilibren o se cubran mutuamente, como dicen los economistas. En el mismo instante en que estas dos fuerzas contrarias se nivelan, se paralizan mutuamente y dejan de actuar en uno u otro sentido”.
Él y Engels alertaban de las crisis de sobreproducción generalizada -más producción que demanda-. Como hoy, en Cuba, la mayor parte de las entidades que comercializan alimentos no los producen, las podríamos llamar “crisis de sobreoferta”, con licencia.
Ellas llevarían a abarrotar el mercado, con peligro de deterioro de productos, de la caída inevitable de los precios y de las ganancias. No es sensato poner nuestros sueños en manos de la tal “ley”.
Está claro que todo sería diferente si se produjera más, principalmente alimentos, pero lograrlo en los niveles que hoy necesitamos, no es asunto de tres días.
Quienes se frotan las manos pensando en su futuro burgués, defienden la liberalización o la desregulación en el comercio, una de las características del neoliberalismo, ese que tanto mal trae a los pueblos.
Entonces, resulta ineludible fortalecer el papel institucional, hacer cumplir las leyes, las cubanas, parar cuanto antes las cadenas de revendedores y frenar la actuación inmoral de los especuladores.
A fin de cuentas, un error principal de nuestros aprendices de capitalistas es olvidar que Cuba no construye el capitalismo.
Lo alertó Fidel: “El socialismo no se construye, desde luego, al estilo capitalista. En el capitalismo funcionan las leyes ciegas (…) En el socialismo el factor fundamental es la conciencia de los hombres y mujeres del pueblo”.