Pascual Pubillón Gutiérrez, apodado PPG, por las iniciales de su nombre y apellidos, frisa los 90 años de edad y aunque en la juventud fue trasnochador y mujeriego, recordaba con frecuencia aquellas memorables andanzas, de placeres nocturnos, junto a las mujeres más bellas del barrio.
En ese tiempo poco le importó la promiscuidad, comentarios y consejos que sobre él aparecían a diario, ni el dinero empleado en el disfrute carnal con las divas más codiciadas, ni las comidas apetitosas y ni el desmedido consumo de la cerveza preferida, cuya etiqueta siempre ponía de cara al visitante, como si fuera el gerente de la Cristal. Lo demás le resultaba indiferente.
Y como a todo agosto le llega su San Joaquín, el suyo le vino encima, a veces se le evaporaba la memoria y no sabía para qué rayos servía la mancuerna conquistadora de amores centenarios.
En momentos de lucidez dedicaba largas horas a pensar en aquellos tiempos en que se vanagloriaba de la vida eréctil del más efectivo de sus miembros y hasta repasaba sueños con la misma temática de la que Fefa, su vieja esposa, jamás se enteró.
Una noche, en la cama, decidió probar suerte con ella y activó el sistema de alarma:
-Robertico, mi nieto, hazme el favor de venir un momento.
-Dime, abue…-dijo el pequeño acercándose.
-Escucha bien, en la mesita de la cama de tu padre, hay un frasquito pequeño con pastillitas azules que dice Viagra, si me traes una , sin decirle nada a tu papá, mañana temprano te regalo cien pesos.
-¿Cien pesos abuelo? Eso es mucho dinero- Rectificó el niño, pero salió disparado a cumplir la misión.
En puntilla de pies, para no llamar la atención, llegó a la habitación, cogió un frasquito y leyó el cartelito azul de la etiqueta: ¡Aspirinas!. Al percatarse que no era la solicitada continuó la búsqueda hasta descifrar el contenido de otro recipiente:
-Via…gra- Estas mismas son las que quiere abuelo- y partió a su encuentro.
Disimuladamente dejó caer la pastillita azul en la anciana mano familiar, sonrió con la ingenuidad de sus años y pensó:
-Pobre abuelo, parece que hace días no duerme bien y menos mal que había pastillas.
Al día siguiente, Robertico se levantó muy temprano y sin tantas pretensiones salió a buscar lo prometido.
-Buenos días abuelito. ¿Cómo dormiste?
-Muy bien, hecho un torete hijo, fue una noche estelar como en mis mejores años. ¡Toma, aquí tienes el dinero!, trescientos pesos contantes y sonantes, con ellos puedes comprar lo que mejor entiendas. Son tuyos.
El chico brincaba de alegría, nunca tuvo en sus manos tanto dinero :
-Abuelito, te confundiste, me ofreciste cien pesos y me das trescientos.
-Cógelos muchacho, ¡cógelos!, los otros 200 te los regala tu abuela Fefa, ella también tuvo una noche como en sus mejores tiempos.