La simiente deslumbrante de Don Mariano

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Por Yelandi Milanés Guardia | 28 enero, 2021 |
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Mariano de los Santos Martí y Navarro/FOTO tomada de Habana radio

José Martí despierta admiración en todos los que conocen su obra y sacrificada vida. Pero a veces se olvida aquel hombre recio y áspero de quien, aseguró el Apóstol, heredó un alma recta y pura.

Mariano de los Santos Martí y Navarro, a pesar de su austera personalidad supo brindar el mejor de los ejemplos a su descendiente.

Aunque existieron incomprensiones ante las inclinaciones poéticas y afanes patrióticos de su retoño, el tiempo evidenció la ternura encerrada en aquella fría mirada.

No fue, en sus inicios, una relación fácil, pues uno quería abarcar todo con su inteligencia y el otro, un español recalcitrante y rudo, quería a todo trance sacarlo del colegio y que empezara a trabajar para ayudar a la familia, porque no entendía que el talento de su primogénito prometía ser algo más que una simple ayuda al sustento del hogar.

Martí sufrió mucho que sus versos no fueran desde el principio “religión y orgullo” en su casa. Sin embargo, recordaba: “… Cuando corre peligro alguno de aquellos seres queridos del pobre hombre áspero, el alma entera se le deshace de amor por el rincón único de sus entrañas, y besa desolado las manos que acusaba y maldecía tal vez un momento antes”.

Pepe, cuando niño, no logró entender la intransigencia y los reproches de Don Mariano. Luego él también desempeñaría ese papel y entendería el porqué de algunos regaños y recelos que nacen de los progenitores.

ACERCAMIENTO AMOROSO Y DEFINITIVO

El momento más tortuoso y triste en la vida del adolescente José Julián fue el presidio político, el que a pesar de los vejámenes sufridos, marcó el acercamiento definitivo entre estos dos seres ligados por la sangre.

En sus remembranzas de aquel aciago pasaje de su vida decía: “Y ¡qué día tan amargo aquel en que logró verme, y yo procuraba ocultarle las grietas de mi cuerpo, y él colocarme unas almohadillas de mi madre para evitar el roce de los grillos, y vio, al fin, un día después de haberme visto paseando en los salones de la cárcel, aquellas aberturas purulentas, aquellos miembros estrujados, aquella mezcla de sangre y polvo, de materia y fango, sobre que me hacían apoyar el cuerpo, y correr, y correr! ¡Día amarguísimo aquel! Prendido a aquella masa informe me miraba con espanto, envolvía a hurtadillas el vendaje, me volvía a mirar, y al fin, estrechando febrilmente la pierna triturada, ¡rompió a llorar! Sus lágrimas caían sobre mis llagas; yo luchaba por secar su llanto; sollozos desgarradores anudaban su voz, y en esto sonó la hora del trabajo, y un brazo rudo me arrancó de allí, y él quedó de rodillas en la tierra mojada con mi sangre, y a mí me empujaba el palo hacia el montón de cajones que nos esperaba ya para seis horas. ¡Día amarguísimo aquel! Y yo todavía no se odiar”.

El presidio político marcó el acercamiento definitivo entre estos dos seres/FOTO tomada del periódico Granma

UN HOMBRE DE UNA VIRTUD EXTRAORDINARIA

Entre los “momentos supremos” de su vida, el Apóstol incluía “el beso del papá al salir para Guatemala”.

Cuando algunos de sus familiares le reprochaban su consagración a la patria y su estado de pobreza, Don Mariano callaba, pues creía decir, más, callando. En él lo que no hacía la inteligencia lo hacía la ternura, por eso el más universal de los cubanos refirió a un amigo: “Mi pobre padre, el menos penetrante de todos, es el que más justicia ha hecho a mi corazón”.

Durante su estancia en los Estados Unidos disfrutaba sobremanera su compañía: “Papá vendrá a mi lado, como imagino que él lo desea, apenas cedan los fríos…”

En una misiva presumiblemente escrita en Nueva York en febrero de 1880 señalaba: “Tú no sabes, Amelia mía, toda la veneración y respeto ternísimo que merece nuestro padre. Allí donde lo ves, lleno de vejeces y caprichos, es un hombre de una virtud extraordinaria. Ahora que vivo, ahora sé todo el valor de su energía y todos los raros y excelsos méritos de su naturaleza pura y franca.

“Piensa en lo que te digo. No se paren en detalles, hechos para ojos pequeños. Ese anciano es una magnífica figura. Endúlcenle la vida. Sonrían de sus vejeces. Él nunca ha sido viejo para amar”.

En otra, dirigida a Amelia y fechada el 28 de febrero de 1883, el mártir de Dos Ríos comentaba: “Papá es, sencillamente, un hombre admirable. Fue honrado, cuando ya nadie lo es. Y ha llevado la honradez en la médula, como lleva el perfume una flor, y la dureza una roca. Ha sido más que honrado: ha sido casto”.

En una carta fechada el 26 de julio de 1894 y dirigida a José María Pérez Pascual, patentizó: “Así era mi padre, valenciano de cuna, y militar hasta el día que yo nací: él me dijo un día, volviéndose de súbito a mí: “Porque hijo, yo no extrañaría verte un día peleando por la libertad de tu tierra”.

El ilustre progenitor vivió y murió en una pobreza digna, y ya anciano, según se confirma en las cartas de su esposa, se conformaba con un paseo y una magra sopa, sin reclamar nada en absoluto. Cuentan que cerca de la muerte le decía a su Pepe: ¡Anda, anda!, ¿qué crees tú, que yo emprendí tu educación con otra idea que la de que fueras un hombre libre?

ACABA DE MORIR, Y GRAN PARTE DE MÍ CON ÉL

En ocasión de su fallecimiento, el 2 de febrero de 1887, el autor de La Edad de Oro dijo a su cuñado José García: “¡Jamás, José, una protesta contra esta austera vida mía que privó a la suya de la comodidad de la vejez! De mi virtud, si alguna hay en mí, yo podré tener la serenidad; pero él tenía el orgullo. En mis horas más amargas se le veía a él contento de tener un hijo que supiese resistir y padecer”.

Y en carta a Fermín Valdés Domínguez expresaba: “Mi padre acaba de morir, y gran parte de mí con él. Tú no sabes cómo llegué a quererlo luego que conocí, bajo su humilde exterior, toda la entereza y hermosura de su alma (…) aquella enérgica y soberbia virtud que yo mismo no supe estimar, hasta que la mía fue puesta a prueba”.

Martí veneraba tanto al autor de sus días que en versos apasionados expresó: “Si quieren que de este mundo/ lleve una memoria grata/llevaré, padre profundo/ Tu cabellera de plata”.

Y en otra creación poética manifestó magistralmente lo que para él significaban sus progenitores: A Dios yo pido constantemente/ Para mis padres vida inmortal/Porque es muy grato, sobre la frente/Sentir el roce de un beso ardiente/Que de otra boca nunca es igual”.

LA ÚNICA LEY DE LA AUTORIDAD ES EL AMOR

Sin embargo, a pesar de las incomprensiones y desacuerdos iniciales, hubo mucho de milagro y de enseñanza mutua en esa relación afectiva.

Aquel hombre recio parece  haber comprendido, al final de sus días, que la educación solo se logra como sabiamente enseñaba su vástago: “No con el ceño airado, ni con la innoble fusta levantada; ni con la áspera riña, ni con la amenaza dura, sino con ese blando consejo, plática amiga (…) que deja sin arrepentimiento tardío el ánimo del padre, y llena de amoroso rubor la frente del hijo afligido por la culpa. Amigos fraternales son los padres, no implacables censores. La única ley de la autoridad es el amor”.

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