Yo la amé y era de otro que también la quería / Perdónala, Señor, porque la culpa es mía / (…) Pero, ¿cómo no amarla, si tú hiciste que fuera / turbadora y fragante como la primavera? (…) / Es tan bella, Señor, y es tan suave, y tan clara, / que sería un pecado mayor si no la amara. / Y, por eso, perdóname, Señor, porque es tan bella, / que tú que hiciste el agua, y la flor, y la estrella, / tú, que oyes el lamento de este dolor sin nombre, / ¡tú también la amarías, si pudieras ser hombre!
Los ojos volvieron a leer, otra vez y otra vez, y pasaron las páginas buscando algo parecido, que sin duda hallaron. Era una lectura adolescente, la primera que de José Ángel Buesa emprendían aquellas pupilas embriagadas de la poesía amatoria de Bécquer y Neruda, que por momentos se le parecían.
Perteneciente a su libro Oasis, reeditado no en balde más de 20 veces, el Poema de la culpa, que así se titula el aludido, integraba una antología del poeta cubano nacido en Cruces, el 2 de septiembre de 1910, hace ya 115 años. A esos versos los seguían otros poemas, dedicados al regreso, al fracaso, a la espera, a la despedida…, y acariciaron los sentidos no solo de la incipiente lectora –que después adoraría a otros poetas diferentes–, sino los de muchas otras jovencitas, que en tiempos de abrirse a los albores del amor, hallaban en el delicado tratamiento de este bardo a la mujer, y en su caballerosa manera de decir y tocar fibras sensibles, una seducción que las ataba a esas lecturas, en tiempos de fervores por los libros, cuando estos se pasaban de mano en mano, y hasta se reservaba un turno con el dueño para conseguir el préstamo.
Para entonces, no sabía la lectora que Buesa constituía un fenómeno dentro de la cultura nacional, que trasciende su propia lírica neorromántica para alcanzar huellas sociales y emocionales, lo cual avalan innegables argumentos.
Hay poetas que se leen a solas, con completísimos versos que logran asociaciones perfectas entre el sentido, el recurso expresivo, la estrofa, la rima o el verso blanco. Son poetas para pocos, por perfectos que sean sus escritos. Otros –como Buesa– pareciera que hablaran para muchos, que su poesía toca a todos por igual, casi sin excepción.
«Cuando se le acusó de cursi y se llegó a decir que no pasaba de versificador fácil, se cometían más que errores, injusticias, porque Buesa representaba en su poesía la sensibilidad de un sector de la población cubana, sus modos de aprehender y expresar el amor, de ser sentimental, de manifestar elementos emotivos de su identidad», escribió el poeta y ensayista Virgilio López Lemus, en el libro Nadie sabe por qué, una compilación con prólogo y notas a su cargo, que como parte de la colección Biblioteca Literatura Cubana, de la editorial Letras Cubanas, vio la luz en 2011, un año después del centenario de Buesa.
Fue el poeta que escribió lo que entendían lo mismo los menos instruidos que, obviamente, los cultos. Supo cómo seducir al público que lo ovacionó persiguiendo, queriendo conservar y aprendiéndose, para siempre, sus poemas. Tenía las herramientas para hacerlo y les sacó partido. Por otra parte, no fueron solo estos los poemas que escribió. En su libro Lamentaciones de Prometeo se abordan otras preocupaciones filosóficas, algunas en torno a la virtud poética.
Buesa sufrió los azotes de una crítica, en ocasiones nacida del celo diríamos que profesional –más bien de forma oral, explica López Lemus, quien asegura no haber visto un solo ensayo en el que se despliegue «una agresión total y específica» a su obra–, que con el tiempo se ha ido mitigando.
¡Qué bueno sería percibir en una librería, y en estos tiempos, el movimiento de un libro suyo! A pesar de que ya no es ayer, me atrevo a asegurar que sería de los más comprados, haciendo valer, una vez más, el imantado enigma que lo convirtió en uno de los más leídos líricos cubanos de todos los tiempos.
Muy útil sería, no solo para hacer justicia poética, sino para revelar nuevas aristas del «fenómeno Buesa», que una crítica responsable abundara en su obra. Celebro el trabajo de Roberto Leliebre, con su ensayo Buesa de lejos y de cerca (Ediciones Caserón); pero debería, igualmente, animar a otros.
Negar su trascendencia en la historia de nuestra lírica sería como esa presencia de los grandes ausentes que, lejos de no estar, se muestran en el vacío como un insoportable ruido.