La lucha revolucionaria tuvo un antes y un después de la llegada del Comandante Fidel Castro a la finca El Salvador, propiedad de Ramón Pérez Montano (Mongo), el domingo 16 de diciembre de 1956, después del doloroso revés del combate de Alegría de Pío.

El hecho significó el tránsito de la fase de evasión del cerco enemigo a la necesaria agrupación de las fuerzas revolucionarias para proseguir la insurrección contra la tiranía de Batista.

La decisión de Fidel la compartían los dos hombres valientes  que le acompañaban: el capitán Faustino Pérez Hernández y Universo Sánchez.

Aunque existía la orden de marchar a la Sierra Maestra en caso de dispersión del contingente del yate Granma, no se había concretado un lugar específico. A partir de ahora, ese lugar seria la finca de Ramón Pérez, en el barrio de Purial de Vicana, a 20 kilómetros al sureste de Media Luna.

La presencia de la máxima dirección de la Revolución, durante 10 días, en este paraje, las emociones ante la llegada de cada combatiente y los planes trazados para seguir la guerra, forman parte de la épica del pueblo cubano en el camino a la libertad.

A Fidel y sus compañeros les llamó la atención la devoción de los campesinos y comerciantes de la zona de Purial de Vicana por atenderlos y su capacidad de discreción. Esta actitud infundió mucha confianza. Gracias a ello no se filtró ninguna confidencia al enemigo.

Además, algunos, como Mongo Pérez, Primitivo Pérez Hernández, Severo Pérez Fernández, Omar Pérez Pérez, Manuel Eusebio Acuña Sánchez  y Hermes Cardero Martí, cumplieron  misión en el traslado de combatientes y como mensajeros a Manzanillo y Santiago de Cuba.

Fue una estancia heroica, por tanto, digna de ser contada al dedillo, por su carga de patriotismo, perseverancia e intransigencia. En ella resalta la unidad del campesinado con el proyecto de lucha armada y la confianza de todos en el triunfo de la Revolución.

FIDEL BURLÓ EL CERCO ENEMIGO

Los guías del grupo de Fidel fueron Guillermo García Frías, Ignacio Pérez Montaño y Baurel Pérez. Por la noche realizaron una larga caminata, de unos 40 kilómetros. Entre otras incidencias cruzaron la carretera de Niquero a Pilón.

Mientras acamparon en un corral cerca de la casa de Mongo, el joven Ignacio Pérez fue a avisar a su tío la llegada de Fidel y otros expedicionarios. Pronto se presentaron Mongo y Primitivo Pérez con café. Durante el cambio de impresiones Fidel percibió el valor y la honradez del militante ortodoxo. Era un hombre en quien se podía confiar.

Acto seguido el campamento rebelde se instaló entre unas palmas jóvenes, en el centro de un pequeño campo de caña. Fidel quería descansar un poco, por lo que pidió a Guillermo  ayuda para quitarse las botas mexicanas.

De ese momento ha contado el guajiro de El Plátano: “Cuando lo hice, quedé muy impresionado: tenía las medias pegadas a la planta de los pies, ensangrentadas debido al roce de las incomodas botas con que hizo la caminata”.

A las 11: 00 de la mañana, Fidel orientó a Guillermo e Ignacio partir de nuevo con la misión de hacer contacto con otros expedicionarios y conducirlos a Purial de Vicana. A la vez, debían  recoger todas las armas que pudieron quedar escondidas por los combatientes que optaron por irse para las ciudades.

Los surtidos de café, el almuerzo y la comida de los tres  los preparaba Teresa Vargas, la esposa de Mongo Pérez; de llevarlos al campamento se encargaba unas veces Primitivo Pérez y otras Severo Pérez.

REENCUENTRO DE FIDEL Y RAÚL CASTRO

En la madrugada del martes 18, arribaron a la casa de Hermes Cardero Martí, en Purial de Vicana, cinco expedicionarios: el capitán Raúl Castro, René Rodríguez Cruz, Armando Rodríguez Moya, Efigenio Ameijeiras Delgado, Ciro Redondo García y César Gómez Hernández.

Sin temor alguno, Raúl se identificó como hermano de Fidel Castro e incluso enseñó una licencia automovilística sacada en México.

El sagaz campesino le pidió prestada la licencia y prometió hacer algunas indagaciones, porque sospechaba que Mongo Pérez tenía rebeldes ocultos en su finca.

No tardó Hermes en hablar con Mongo sobre los revolucionarios que tenía en la lechería de su finca. El hermano de Crescencio lo trató con evasivas, pero insistió en quedarse con la licencia y despachó al vecino con la esperanza de que si averiguaba algo le avisaría.

Enseguida mandó, con Primitivo Pérez, la licencia de conducción mexicana a Fidel. Cuando la vio se alegró muchísimo, porque su hermano estaba vivo y se encontraba en un punto cercano.

De todos modos, Fidel tomó medidas de seguridad. Dijo a Primitivo Pérez los nombres de los cuatros expedicionarios extranjeros y los apodos de cada uno: del argentino Ernesto Guevara (Che), del dominicano Ramón Mejías (Pichirilo), Alfonso Guillén Zelaya Alger (Mexicanito) y Gino Doné Paro (Italiano).

El campesino no solo comprobó que era Raúl, sino que el hermano de Fidel era un hombre valiente. Quedó de regresar a buscarlos por la noche. Los guías nocturnos fueron Primitivo Pérez y Omar Pérez.

Por fin, a la medianoche, se produjo el encuentro de los dos hermanos. De este emotivo instante Raúl escribió en su diario: “Llegamos y a orillas de un cañaveral nos esperaban tres compañeros: Alex, Faustino y Universo. Abrazos, interrogaciones y todas las cosas características de casos como estos. Alex se alegró mucho  de que tuviésemos las armas”.

Cuando Fidel conoció que el grupo traía cinco fusiles, muy entusiasmado, exclamó: “¡Y dos que tengo, siete! ¡Ahora sí ganamos la guerra!” Una vez más, quedaba patentizada la idea y la voluntad de lucha revolucionaria. Por delante tenía la meta de destruir un Ejército de más de 80 mil soldados apoyados logísticamente por el Gobierno de los Estados Unidos.

VIGILANTES Y SOLIDARIOS

El miércoles 19 de diciembre, a las 3:00 de la mañana, Fidel estrechó en un abrazo a Crescencio Pérez, quien llegó con el expedicionario Calixto Morales Hernández. De la estampa física y moral del gallardo campesino de Ojo de Agua de Jerez, Raúl Castro anotó en su diario: “Hoy, al amanecer, llegó un campesino corpulento, de canas, como de unos 50 años, de figura respetable y de indudable personalidad. Venía con el sombrero de yarey en una mano y en la misma el largo machete y su funda…”.

Ese día, Fidel mandó a Mongo a Manzanillo y a Santiago de Cuba para que comunicara a los dirigentes del Movimiento 26 de Julio su llegada a Purial de Vicana y el pronto inició de la lucha armada en la Sierra Maestra.

Al otro día, Fidel recibió la visita de varios campesinos de la zona, entre ellos Manuel Eusebio Acuña. Ellos mantenían una estrecha vigilancia sobre posibles elementos sospechosos en los contornos. Por eso, Raúl escribió en su diario: “Cualquier movimiento en todos estos alrededores nos es inmediatamente comunicado”.

AFLUENCIA DEL GRUPO DE JUAN ALMEIDA

El viernes 21 de diciembre, a las 4:00 de la madrugada, llegaron a la finca El Salvador seis expedicionarios: el capitán Juan Almeida, teniente Ernesto Che Guevara, Reynaldo Benítez Nápoles, Francisco González Hernández (Pancho), Ramiro Valdés Menéndez y Camilo Cienfuegos Gorriarán.

En medio de la alegría por el encuentro, Fidel criticó duramente al grupo por haber dejado las armas escondidas: “No han pagado la falta que han cometido, porque el dejar los fusiles en estas circunstancias se paga con la vida. La única esperanza de sobrevivir en caso de que el Ejército topara con ustedes eran sus armas. Dejarlas fue un crimen y una estupidez”.

Por su parte, Che Guevara anotó en su diario: “Fidel dio una filípica por la dejada de los rifles”. El término “filípica” aludía a los discursos del rey Filipo II de Macedonia, en la antigua Grecia, cargados de preceptos y moralejas.

Dado el crecimiento del grupo rebelde, el campamento fue traslado hacia el interior de un cafetal, cerca de un arroyo, donde algunos se bañaron y lavaron sus ropas. En la noche, trazaron planes para irse de la zona. Solamente esperaban por el retorno de Mongo.

HACIA EL INTERIOR DE LA SIERRA MAESTRA

El sábado 22 de diciembre, en la mañana, el campamento fue traslado para las faldas de la loma de La Nigua, dentro del mismo cafetal, donde vivieron momentos de alegría.

Sobre las 9:00 de la mañana, concurrieron tres campesinos, enviados por Guillermo García, conduciendo al expedicionario Rafael Chao Santana, y entregaron a Fidel un saco con ocho armas: una ametralladora Thompson calibre 45, dos fusiles Johnson, tres fusiles y una pistola ametralladora.

Por la tarde, regresó Mongo Pérez con noticias de Celia Sánchez, Frank País García y Vilma Espín, con los que había hablado personalmente. También traía un cargamento de zapatos, medicinas y un poco de dinero.

Al día siguiente, en horas de la tarde, llegaron desde Manzanillo Rafael Sierra, Enrique Escalona Chávez (Kiki) y Eugenia Verdecia Moreno (Geña), con algunos recursos militares. La mujer escondía bajo la saya 300 balas, tres fulminantes y nueve cartuchos de dinamita. La mayor parte de las balas para las dos Thomson.

El Líder guerrillero acordó con ellos el envío de refuerzos de hombres y armas a las montañas. Insistía en que el objetivo consistía en fortalecer la lucha armada en la Sierra Maestra. Por eso, resolvió enviar a La Habana a Faustino Pérez, con la misión de reorganizar en la capital el trabajo del Movimiento 26 de Julio y llevar las instrucciones del mando revolucionario a todo el país.

La voluntad de continuar la lucha Fidel la sintetizó en cuatro puntos: realizar sabotajes de todo tipo, quemar los cañaverales, enviar refuerzos a la Sierra Maestra y preparar las condiciones para una futura huelga general.

El martes 25 de diciembre redactaron un documento de agradecimiento a Mongo Pérez, el que reafirmaron su disposición combativa: “La ayuda que hemos recibido de él y de muchos como él en los días más críticos de la Revolución, es lo que nos alienta a seguir la lucha con más fe que nunca, convencidos de que un pueblo como el nuestro merece todos los sacrificios…”.

A las 11:00 de la noche, el grupo, formado por 15 expedicionarios y tres campesinos, avanzó hacia el interior de la Sierra Maestra. El Estado Mayor quedó integrado por el Comandante Fidel Castro, el teniente Ernesto Che Guevara, Crescencio Pérez, Sergio Pérez y el práctico Manuel Eusebio Acuña. Las escuadras las mandaban: vanguardia, el teniente Ramiro Valdés; el centro, el capitán Raúl Castro; y la retaguardia, el capitán Juan Almeida.