Las tinieblas no se deshacen a manotazos

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Por Yelandi Milanés Guardia | 13 diciembre, 2022 |
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FOTO/ Tomada de Archidiósesis de Madrid

En estos tiempos difíciles muchas bajezas y miserias humanas nos lastran la cotidianidad, haciendo más difícil la vida, como si vivir no fuera en sí una tarea compleja y llena de desafíos para cada persona.

Hoy, lamentablemente vemos entronizado en muchos el egoísmo y las ganas de subsistir sin considerar a los demás. Ejemplos sobran: los vemos en precios abusivos, en algunos que tratan de vivir del sudor ajeno y se valen de trampas para salirse con la suya, sin pensar en la persona a la que estafan, o en quienes desean hacerles creer a los demás que sus intenciones son nobles cuando detrás de ellas se esconde un interés personal y mezquino.

Cuánto nos duele ver estas escenas y experimentarlas en carne propia, porque nos lacera que alguien semejante a nosotros no tenga en cuenta que somos seres humanos, dotados de sentimientos que no deben ser empleados para el mal, sino para el bien de todos, porque a fin de cuentas, hay una verdad insoslayable, y es que vivimos en comunidad y si no nos ayudamos unos a otros, no podremos perdurar como especie.

La conciencia colectiva que ha desarrollado el hombre, con el paso de los años, no solo le ha permitido disfrutar de los beneficios de los tiempos modernos, sino que es condición indispensable para superar contingencias y para poder sobrevivir en los diferentes ambientes hostiles en que se ha movido la raza humana.

Sentimientos e inteligencia son joyas del ser humano que deben ser bien utilizadas, aderezadas de amor, humanismo, solidaridad, compañerismo, altruismo y todo aquello que contribuya a que la existencia entre los hombres se parezca más a la de unos hermanos, que a las de fieras luchando en un ambiente salvaje.

No solo con nuestras palabras debemos contribuir a lograr ese mundo ideal, sino con nuestros actos, porque al final son estos los que cambiarán un día nuestra gran casa.

Ante esas experiencias que nos roban la esperanza de poder habitar en un planeta mejor, debemos anteponer el optimismo, y aunque todos somos responsables, no desmayar en dedicar más tiempo y energía en formar bien a las nuevas generaciones, porque de esta forma estamos garantizando un futuro luminoso.

Otro aspecto a tener en cuenta es que cuando somos una colectividad, lo que afecta a una parte también daña a la otra, por eso debemos evitar ser un elemento destructivo y, en cambio, convertirnos en uno constructivo, y hacer reflexionar a los descorazonados que el mal que van haciendo, también tarde o temprano los afectará a ellos, porque en nuestras relaciones se cumple la ley de causa y efecto, y todo acto que hagamos tendrá siempre una repercusión. Evidentemente, si es bueno, los resultados serán positivos, pero si son malos, las consecuencias serán nefastas.

Hagamos de nuestra noche un ritual donde examinemos lo bueno y malo hecho en el día, para que en la próxima jornada rectifiquemos aquello en lo cual nos equivocamos o donde actuamos de mala fe. Es un buen ejercicio para mejorarnos como personas, y para dormir con la conciencia tranquila, que es sin dudas, la mejor de las almohadas.

Algo esencial para combatir estos momentos de miserias humanas, es enfrentarlas y mostrarles a los demás cómo podemos ser buenos y considerados en medio de carencias y contingencias. Teniendo muy presente que como reza una frase, lo único que deben hacer los buenos para que los malos triunfen, es no hacer nada, la cual puede ser engarzada con un sabio proverbio que expresa: “Las tinieblas no se deshacen a manotazos, sino esparciendo luz”.

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