Designadas por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz para cumplir importantes misiones en La Habana, las mensajeras Lidia Esther Doce Sánchez y Clodomira Acosta Ferrales fueron asesinadas y desaparecidas en el mar, el 17 de septiembre de 1958, hace 67 años.
“Mujeres heroicas. Clodomira era una joven humilde, de una inteligencia y una valentía a toda prueba, junto con Lidia torturada y asesinada, pero sin que revelaran un solo secreto ni dijeran una sola palabra al enemigo”, evocaba Fidel sobre ambas combatientes revolucionarias.

Constantemente recordadas, el Líder rememoraba su horrendo crimen: “Aquellos cobardes no solo llegaron a ultrajar a mujeres cubanas, sino que hasta las llegaron a asesinar. Y lo hicieron porque sabían que la Revolución tenía en las mujeres verdaderos combatientes, verdaderas luchadoras. Y aquí, donde siempre fue tradición el respeto a la mujer, hicieron trizas de esas tradiciones y no respetaron a las mujeres”.
En Lidia y Clodomira los conductores de la revolución depositaron toda la confianza, una confianza absoluta. La tarea de mensajeras las convertía en figuras primordiales en la relación de la estrategia política y militar de la Sierra Maestra con la dirigencia en el Llano, fundamentalmente con las establecidas en Santiago de Cuba y La Hababa.
Por sus manos pasaban documentos importantísimos sobre las operaciones militares y las maniobras políticas, financieras y diplomáticas de la contienda. En otras palabras, trasladaban informaciones altamente secretas, las que debían preservar a costa de sus propias vidas.
VIDAS EJEMPLARES
Lidia Esther Doce Sánchez (La Nena), nació en el poblado de Velasco, Holguín, el 27 de agosto de 1916; vivió en Mir y San Germán; se sumó al Ejército Rebelde en San Pablo de Yao, en Sierra Maestra, donde se desempeñaba como condueña de una panadería.

Acerca de la manera en que conoció a Lidia el Che Guevara escribió: “Estaba recién estrenado como comandante de la cuarta columna y bajábamos, en una incursión relámpago, a buscar víveres al pueblecito de San Pablo de Yao… Una de las primeras casas de la población pertenecía a una familia de panaderos. Lidia, mujer de unos cuarenta y cinco años, era uno de los dueños de la panadería. Desde el primer momento ella, cuyo único hijo había pertenecido a nuestra columna, se unió entusiastamente y con una devoción ejemplar a los trabajos de La Revolución”.
Clodomira Acosta, era una pobre campesina que nació el 1 de febrero de 1936, en Guayabal de Nagua, junto a la Sierra Maestra, hoy perteneciente al municipio granmense de Bartolomé Masó.
Tenía solo 20 años cuando se sumó al Ejército Rebelde, en junio de 1957. Sirvió de efectivo enlace entre la columna no. 1 del Comandante en Jefe Fidel Castro y otras fuerzas que operaban en la Sierra Maestra y en las ciudades.
MISIÓNES EN LA HABANA
Lidia llegó a La Habana el 27 de agosto de 1958, procedente de la Sierra Maestra con documentos para la dirección del M-26-7, especialmente el comandante Delio Gómez Ochoa (Marcos). Unos días después, el 10 de septiembre, lo hizo Clodomira con otros papeles.
La holguinera se encontraba por La Jata, en Guanabacoa, pero decidió juntarse con su compañera que se hallaba en el apartamento número 11, de un modesto edificio de la calle Rita, en el reparto Juanelo, en Regla. En la noche del 11 de septiembre ambas pudieron reencontrarse.
En el apartamento también se hallaban ocultos cuatro combatientes clandestinos: Alberto Álvarez Díaz, el jefe del Movimiento 26 de Julio en Regla, Reinaldo Cruz Romeo, Leonardo Valdés Suárez (Maño) y Onelio Dampiell Rodríguez.
MUERTES HORROROSAS
El 12 de septiembre de 1958, a las 4: 30 de la madrugada, el traidor José Piñón Vequella (Popeye) tocó la puerta. Una vez identificada su voz, le abrieron. Así pudo penetrar en el apartamento la oleada de sicarios de la tiranía.
La operación era ejecutada por fuerzas combinadas de la policía al mando de los coroneles Esteban Ventura Novo y Conrado Carratalá, las que tenían rodeado el edificio.
El chivato había cedido ante los chantajes de sus captores, tras haber presenciado el asesinato de Gilberto Solís, un miembro de su célula.
Los muchachos reglanos eran buscados por la policía tras protagonizar el secuestro de la Virgen de Regla, en vísperas de la procesión, y el día 11 el ajusticiamiento del conocido chivato Manolo Sosa (Manolo o El Relojero), quien informaba directamente al sanguinario coronel Esteban Ventura, en Regla.
Los hombres fueron acribillados a balazos frente al edificio, recibiendo en sus cuerpos decenas de impactos. Solo en el de Reynaldo Cruz fueron encontrados 52 balazos.
En tanto, las dos mujeres fueron sacadas a la fuerza, montadas en un patrullero y conducidas a la Oncena Estación de la Policía. Desde esa madrugada sufrieron las más espantosas torturas, con el propósito de hacerlas confesar los planes de la lucha antibatistiana. Pero ni una sola palabra comprometedora pudieron sacar de ellas.
A pedido del coronel Ventura, el día 13 fueron trasladadas a la Novena Estación para tenerlas más cerca y poder chantajearlas.
Uno de los guardaespaldas del feroz jefe batistiano, Eladio Caro, contó posteriormente que al bajarlas al sótano uno de los sicarios, Ariel Lima, empujó a Lidia. Lo que siguió tras el empujón fue horroroso: “… cayó de bruces y casi no se podía levantar por lo que este la golpeó con un palo, los ojos se le saltaron al darse contra el contén de la escalera. Clodomira me soltó y le fue arriba a Ariel arrancándole la camisa y clavándole las uñas en el rostro, traté de quitársela y entonces se viró y saltó sobre mí… tuvieron que quitármela a golpes”.
El propio Ventura llegó a interrogarlas y encontró a Lidia sin conocimiento por las golpizas y a la más joven con boca rota e hinchada, pero no cesaba de desafiarlos con malas palabras.
Los más refinados métodos de torturas, ideados por Ventura y sus carniceros, fracasaron ante el estoicismo de las prisioneras.
La resistencia de las mensajeras rebeldes indignada a los más connotados asesinos, entre ellos, a Julio Stelio Laurent Rodríguez, el jefe del Servicio de Inteligencia Naval, quien convenció a Ventura para que se las entregara y sacarle todo lo que interesaba saber.
Las maltrató extraordinariamente para que “cantaran”, como se decía el argot de los torturadores batistianos. Sin poder sacarles información, en la madrugada del 15, las sacaron moribundas y las metieron en una lancha. Las condujeron hasta el castillo de Las Chorreras.
Ahora, ensayaron meter sus cabezas en el agua salada hasta casi ahogarlas. Una y otras vez las sacaban y las interrogaban. Pero ni una palabra salió de los labios de las heroínas.
Finalmente, el 17 de septiembre, al no obtener resultado alguno, en sacos con piedras y arena, la lancha se alejó y las dejaron caer en el mar.
De esta manera desaparecieron sus cuerpos y trataron de echar en el olvido sus nombres, sus luchas y sus ejemplos impares.
LA HUELLA DE DOS HEROÍNAS
“Al no delatar ellas a numerosos compañeros, pudimos seguir viviendo y luchando por la Revolución…” escribió el luchador clandestino en La Habana, Gaspar González–Lanuza Rodríguez, quien las atendió durante esas últimas semanas en la capital.
El comandante Delio Gómez Ochoa, coordinador nacional del MR-26-7, quien se había entrevistado con Lidia en la casa de Fructuoso Pire, contaba: “Las torturaron horriblemente, pero nada dijeron. La mayor prueba es que Lidia sabía dónde yo estaba, conocía prácticamente a todos los miembros de la dirección del Movimiento, así como los lugares donde nos reuníamos, y no hubo problema alguno”.
Admiradas por el comandante Ernesto Che Guevara por sus excepcionales cualidades como guerrilleras y mujeres valientes, expresó sobre desaparición física: “Sus cuerpos han desaparecido, están durmiendo su último sueño, Lidia y Clodomira, sin dudas, juntas, como juntas lucharon en los últimos días de la gran batalla por la libertad…”
Señaló que dentro del Ejército Rebelde, los nombres de Lidia y Clodomira no serían olvidados y añadió: “…vivirá eternamente la memoria de las mujeres que hacían posible con su riesgo cotidiano las comunicaciones por toda la isla, y entre todas ellas, para nosotros, para los que estuvimos en el frente número uno, y personalmente para mí, Lidia ocupa un lugar de preferencia”.
Dos mujeres esenciales en la guerra de liberación, su abnegación y muerte han sentado las pautas del patriotismo, la dignidad y el coraje de todo un pueblo. Su dedicación a la patria es admirable y ejemplar.
FUENTES: Ernesto Che Guevara: Pasajes de la guerra revolucionaria (1963); Gaspar González–Lanuza Rodríguez: Clandestinos: Héroes vivos y muertos (2001 y 2007); e Isidro Diez Barreras y Pedro Hernández Parente: Regla: La Sierra Chiquita (2007).